![]() |
||||
CUENTOS PARA UTILIZAR EN ENCUENTROS DE FORMACION
La Vida de comunidad del Grupo
La presencia de Dios
Ver a Dios en cada hombre
La importancia de la oración
El autito a control remoto
La importancia del Amor
Los frutos de la Misión
LA ACTIVIDAD
NO HAY OTRO PLAN
Ese día el Paraíso estaba de fiesta. Por fin, luego de 33 largos años, el Hijo del buen Dios iba a retornar para siempre con ellos. Allá abajo, en la tierra, Jesucristo daba sus últimas instrucciones a los apóstoles y se despedía de ellos. Mientras tanto, en el Cielo reinaba una gran conmoción. Todos los angelitos se habían reunido en la puerta del Paraíso, para dar la bienvenida a aquel niñito que había bajado a la tierra hace 33 años y que ahora retornaba hecho un hombre. Todos se arremolinaban alrededor de Jesucristo para abrazarlo y preguntarle cómo le había ido. No podían faltar, por supuesto las cámaras de los noticiosos más importantes del Paraíso, que venían a cubrir el gran evento.
De pronto, una vocecita proveniente de la muchedumbre se hizo oír por sobre las demás: "Maestro, tengo una observación que hacerte". Era un pequeño angelito quien había hablado. Todos se quedaron en silencio ante la desfachatez del angelito. ¡Hacerle una observación al Hijo de Dios! ¿A quién se le ocurría?
"Me parece", prosiguió el angelito, "que todo lo que hiciste allá en la tierra fue muy lindo. Eso de enseñarles acerca del Reino de los Cielos, de enseñarles a amarse y a amar a tu Padre estuvo muy bien. Y ese broche de oro de salvar a la humanidad resucitando después de morir en la cruz estuvo de diez. Pero creo que te olvidaste de algo". Jesús, un tanto sorprendido pero siempre sonriente, preguntó: "¿De qué me olvidé, angelito?".
Y el angelito continuó: "Durante el tiempo que estuviste allá abajo, muchos te escucharon y recibieron tu mensaje, pero ahora que Tú te viniste ¿no crees que pronto se van a olvidar? Además, no lo tomes a mal, pero fue una parte muy pequeñita del mundo la que oyó tus enseñanzas. ¿Y el resto?". Jesús, con gesto tranquilizador, contestó: "¡Por eso no te preocupes! Preparé un plan muy bueno. ¿Viste los apóstoles de los que me despedí hace un rato? Pues bien, ellos se encargarán de transmitirle a todo el mundo lo que yo les he enseñado". Todos los angelitos aplaudieron la respuesta de Jesús, aliviados de que no se hubiese molestado por la impertinencia del angelito.
Pero el angelito insistió: "Discúlpame que te contradiga, Señor. Pero puede que tu plan no resulte. ¿Qué tal si pasa el tiempo y se desaniman? Todo el plan se va al tacho". Nuevamente Jesús tomó la pálabra: "No tienen por qué desanimarse. Estuvieron conmigo tres años compartiendo mi vida, escuchando mis enseñanzas y ayudándome en todo, y lo hicieron muy bien. Tengo confianza en ellos." Por segunda vez los angelitos prorrumpieron en vivas y aplausos. Algunos intentaron alejar al insistente angelito, en medio de los aplausos, pero este no se dio por vencido.
"No es que quiera ser negativo, Señor.", volvió a la carga el angelito. "Puede que tu plan no resulte. No te olvides que ellos son humanos y Tú ya sabes cómo son los humanos. Primero se entusiasman y te prometen fidelidad hasta la muerte, pero al poco tiempo te dan la espalda. Mira si no cuántas veces se lo hicieron a tu Padre a lo largo de la historia". Jesús, armado de paciencia, contestó dulcemente: "Esta vez va a ser distinto. Yo personalmente les enseñé y yo personalmente los envié para que enseñen todo lo que aprendieron, a todo el mundo. Ellos son buenos chicos. Vas a ver que mi plan resulta". Otra vez aplausos y vivas, si bien esta vez ya eran un poco nerviosos.
"Perdona si soy insistente", prosiguió ¿adivinen quién?. "Pero mira cómo te respondieron tus buenos chicos. Para comenzar: Judas, que estaba siempre contigo, te vendió. El mismo día, sin ir más lejos, Pedro, tu hombre de confianza, te negó tres veces. ¿Y todavía confías en ellos?". Jesús, con una paciencia digna del Hijo de Dios, contestó una vez más: "Serán débiles y tendrán sus cosas, pero yo igual confío en ellos. ¡No seas pesimista! ¡Ellos son mis amigos! ¿Por qué no habría de resultar mi plan?"
Y el angelito, que no se daba por vencido, remató: "Pero... ¿y si a pesar de todo no resulta?". El ambiente ya se estaba poniendo tenso. La insistencia del angelito, ya rozaba la impertinencia. Jesús se tomó unos instantes antes de contestar y, luego de pensarlo, respondió:"Bueno... mejor que resulte... porque ¡no tengo otro plan!"
LA PIEDRA MAGICA
(Mamerto Menapace)
Cierto día llamó a la puerta de una casa de pueblo un extraño hombre. La mujer que atendió se sorprendió al verlo. "¿Qué desea?", preguntó. "Vengo a ofrecerle una piedra mágica, que sirve para hacer sopa. Basta con hacerla hervir, y logrará la mejor sopa que haya probado en su vida".
A la mujer le entró curiosidad y decidió hacer la prueba. Hizo pasar al hombre, y puso una gran olla de agua al fuego. Mientras se calentaba, la mujer corrió a contar el gran suceso a sus vecinos, los que se arremolinaron alrededor del fuego. Cuando el agua hubo comenzado a hervir, el hombre arrojó la piedra mágica a la olla y ante la expectativa general dio una probada. "¡Deliciosa!", comentó, "Si tuviera un poco de carne le daría mejor sabor". Inmediatamente una de las vecinas salió corriendo y volvió con un gran pedazo de carne que fue a parar a la olla. "Tal vez un poco de verdura también ayudaría", agregó el extraño. Una tras otra, varias vecinas fueron desapareciendo y volviendo con papas, zanahorias, zapallo, chauchas, cebollas, las que fueron cayendo a la olla.
Mientras tanto, otros vecinos fueron trayendo platos y cubiertos, armaron un gran tablón, mientras otros traían sillas de sus casas. Todo el pueblo se había reunido en torno al hombre de la piedra mágica. Uno tras otro fueron recibiendo generosas raciones de la que resultó ser la más apetitosa sopa que habían probado en sus vidas. Nadie reparó mientras comían, que el extraño había desaparecido, dejando tras de sí la mágica piedra, que ahora podrían utilizar cada vez que deseasen compartir la sopa más deliciosa del mundo.
LA PEQUEÑA VELA
Érase una vez una pequeña vela que vivió feliz su infancia, hasta que cierto día le entró curiosidad en saber para qué servía ese hilito negro y finito que sobresalía de su cabeza. Una vela vieja le dijo que ese era su "cabo" y que servía para ser "encendida". Ser "encendida" ¿qué significaría eso?. La vela vieja también le dijo que era mejor que nunca lo supiese, porque era algo muy doloroso.
Nuestra pequeña vela, aunque no entendía de qué se trataba, y aún cuando le habían advertido que era algo doloroso, comenzó a soñar con ser encendida. Pronto, este sueño se convirtió en una obsesión. Hasta que por fin un día, "la Luz verdadera que ilumina a todo hombre", llegó con su presencia contagiosa y la iluminó, la encendió. Y nuestra vela se sintió feliz por haber recibido la luz que vence a las tinieblas y le da seguridad a los corazones.
Muy pronto se dio cuenta de que haber recibido la luz constituía no solo una alegría, sino también una fuerte exigencia… Sí. Tomó conciencia de que para que la luz perdurara en ella, tenía que alimentarla desde el interior, a través de un diario derretirse, de un permanente consumirse… Entonces su alegría cobró una dimensión más profunda, pues entendió que su misión era consumirse al servicio de la luz y aceptó con fuerte conciencia su nueva vocación.
A veces pensaba que hubiera sido más cómodo no haber recibido la luz, pues en vez de un diario derretirse, su vida hubiera sido un "estar ahí", tranquilamente. Hasta tuvo la tentación de no alimentar más la llama, de dejar morir la luz para no sentirse tan molesta.
También se dio cuenta de que en el mundo existen muchas corrientes de aire que buscan apagar la luz. Y a la exigencia que había aceptado de alimentar la luz desde el interior, se unió la llamada fuerte a defender la luz de ciertas corrientes de aire que circulan por el mundo.
Más aún: su luz le permitió mirar más fácilmente a su alrededor y alcanzó a darse cuenta de que existían muchas velas apagadas. Unas porque nunca habían tenido la oportunidad de recibir la luz. Otras, por miedo a derretirse. Las demás, porque no pudieron defenderse de algunas corrientes de aire. Y se preguntó muy preocupada: ¿Podré yo encender otras velas? Y, pensando, descubrió también su vocación de apóstol de la luz. Entonces se dedicó a encender velas, de todas las características, tamaños y edades, para que hubiera mucha luz en el mundo.
Cada día crecía su alegría y su esperanza, porque en su diario consumirse, encontraba velas por todas partes. Velas viejas, velas hombres, velas mujeres, velas jóvenes, velas recién nacidas…. Y todas bien encendidas.
Cuando presentía que se acercaba el final, porque se había consumido totalmente al servicio de la luz, identificándose con ella, dijo con voz muy fuerte y con profunda expresión de satisfacción en su rostro: ¡Cristo está vivo en mí!
EL MENSAJE
De mi infancia hay algunas cosas que conservo fresquitas en la memoria como si hubieran ocurrido ayer. Nosotros vivíamos en una pequeña finquita allá por Santa María de Catamarca. En aquel tiempo no habían bicicletas ni autos ni colectivos. Nos movíamos en burro o a caballo.
Me acuerdo clarito de un día en que mi tata andaba con cara de preocupado. Desde la noche anterior lo escuché quedarse despierto hasta tarde hasta que se le apagó el cigarro en la boca, y luego dar vueltas en la cama toda la noche. Por la mañana tempranito, un aire de nerviosismo volaba por toda la casa. La abuela también se mostró intranquila mientras nos servía la leche calentita recién ordeñada. En aquella época no existía la confianza que hay hoy entre padres e hijos, así que yo me quedé mudito, sin preguntar nada.
Después del desayuno, mi tata me agarró y me llevó para el corral. Con cara de muy serio, me subió al caballo y me entregó un papel en el que había algo escrito. Me dijo que debía ir a la casa del tío Marcos y entregarle ese mensaje, que era muy importante. Envolvió el papel en un pañuelo grande y me lo anudó al pecho, debajo del poncho. Me dio a mí un beso y una palmada en las ancas al caballo para que empezase a trotar.
Hacía frío. La mañana estaba despejada, pero el sol no alcanzaba a calentar ni un poquito. Eran varios kilómetros los que separaban la finca donde vivía el tío de la nuestra. Todos mis sentidos estaban puestos en llevar a destino el mensaje de mi tata. Me llevó casi media mañana llegar hasta lo del tío, a todo galope.
Cuando llegué, el tío estaba limpiando el establo de los caballos. Con el corazón latiéndome apresuradamente llegué hasta él, le di un beso y le entregué el mensaje de mi tata. Se ve que me había estado esperando porque no puso cara de sorpresa al verme, ni preguntó por el contenido del papel. El también tenía cara de preocupado. Al leer el mensaje, sonrió y me dio una palmadita en el hombro. Sin decir más me despedí y volví para casa.
El tata me estaba esperando en la tranquera y se alegró al verme acercarme por el camino. Al llegar me dio un abrazo bien fuerte. Ahora su cara se mostraba tranquila y serena. Esa fue suficiente recompensa para mí.
Nunca supe lo que decía aquel mensaje, pero yo sabía que era algo importante para mi tata, y eso bastaba para que también fuera algo importante para mí.
EL PINCELITO
"Había una vez un pincel que era la admiración de todos los demás lápices, pinceles y crayones, puesto que con él habían sido pintados los cuadros más hermosos que habían salido de ese taller. Cuando el pintor tenía que realizar una obra de calidad o un trabajo muy importante, siempre acudía a él, puesto que sus suaves cerdas eran las que más finos y delicados trazos imprimían sobre el lienzo, y le daban un toque especial a cada detalle de la obra. Esto llenaba de orgullo a nuestro amiguito, que solía pasearse orondo por el taller, mirando por encima del hombro a los demás elementos de dibujo, puesto que sabía que él era el mejor. Todas las fibras y acuarelas del taller suspiraban por el galán.
Cierto día, un viejo plumín de tinta china, envidioso porque nuestro amiguito era el centro de la atención femenina del taller, sembró en él una inquietante cizañita. Le dijo: "¿Tú te crees muy bueno? Pues lamento informarte que tú solo no vales nada. Jamás decides tú qué es lo que pintarás, o qué colores utilizarás, sino que eres un miserable esclavo del pintor que es quien te usa como a él se le da la gana". Esto inquietó al pincelito. ¿Sería verdad lo que el plumín había dicho? ¡No! El pintor era bueno... Pero... si era así, ¿qué derecho tenía el pintor de hacer con él lo que quisiera? ¡El pincelito era el que se ensuciaba y el que se desgastaba al raspar contra el lienzo. ¿Por qué había de llevarse los laureles el pintor?
La sombra de esta incomodidad quedó flotando en el ánimo del pincelito... Al día siguiente, cuando el pintor lo tomó en sus manos, decidió que sería él quien dictaría los trazos. Así cuando el pintor quería realizar una línea, el pincelito hacía fuerza para pintarla en otra dirección. Cuando el pintor quería sopar el pincel en un color, él apuntaba hacia otro tarrito de pintura. El pintor no entendía qué estaba sucediendo, puesto que en el lienzo tan solo aparecieron manchones deformes e improlijos. Luego de varios intentos fallidos, simplemente dejó al pincelito de lado y tomó otro para recomenzar su obra.
Esto puso aún más furioso a nuestro amiguito. ¿Quién se creía ese pintor que era para cambiarlo a él, al mejor, por un pincel cualquiera? ¡Ahora mismo se pondría él solo a pintar sin necesidad de que ese estúpido pintor lo manosease con sus manos sucias de pintura! Y así lo hizo. Se ubicó frente a un lienzo y con varios potes de pintura junto a él y comenzó a pintar. Todos observaban absortos al pincelito, incluso el pintor, que había dejado su trabajo, y al ver la satisfacción del plumín, comenzó a sospechar qué estaba ocurriendo. De más está decir, que tan solo una masa informe de colores superpuestos apareció sobre el lienzo. Y todos se rieron de él...
Nuestro amiguito, avergonzado, deprimido y frustrado se retiró a llorar lágrimas de pintura en su vaso. Había hecho el ridículo. Todos se habían reído de él. Todos... menos el pintor, que lo tomó dulcemente en sus manos y le dijo: "Querido amiguito, yo sé que tú eres el mejor, pero eres el mejor en mis manos. No eres un esclavo en mis manos, sino que juntos, los dos, pintamos. Así como yo te necesito a tí, tú me necesitas a mí. Sólo dejándote conducir por mis manos podemos crear juntos la belleza. El que sea yo quien dirige tus movimientos no te quita mérito, no, sino que por el contrario te enaltece, porque yo te elijo a ti entre todos los otros pinceles. ¿Nunca lo habías pensado así? Yo te amo, y te elijo a ti, entre muchos otros, cada vez que te utilizo. Y ahora sécate esas lágrimas, y vamos a seguir pintando".
Y el pincelito comprendió que en su naturaleza de pincel estaba el dejarse conducir por las manos del pintor, que sólo así podía ser lo que él era: un pincel."
¿Qué les parece? Nosotros los misioneros somos también pequeños pinceles en las manos de Dios, con las que El pinta su obra en el mundo. No somos nosotros los que evangelizamos, ¡ojo! Es El quien amorosamente nos elige para llevar a cabo su plan. Claro que muchas veces corremos el riesgo de creer que somos nosotros los que obramos, y podemos caer en el creernos mejores que los demás, o más sabios, o más importantes. O, lo que es peor, podemos caer en la tentación de pretender hacer las cosas a nuestro modo. Pero ¿quién mejor que el Gran Pintor de los Cielos, que es quien en su infinita misericordia pensó de antemano el cuadro que quiere pintar, para ser quien guíe nuestra labor? Si nosotros apenas podemos ver el minúsculo pedacito del cuadro que nos toca pintar, ¿cómo podemos pretender decidir cómo pintarlo si no conocemos el resto?
Dios nos invitó a ser humildes y dejarnos en sus manos para que sea El quien conduzca nuestros pasos a lo largo del día, y a confiar en que El sabe perfectamente a dónde quiere llevarnos.
EL VIEJO LOBO Y EL LEON
Un día vi un viejo lobo en la boca de una cueva excavada en la montaña. El pobre animal, apenas si podía moverse. Me pregunté entonces ¿Cómo haría el viejo lobo para sobrevivir si no podía salir a buscar alimento?". Y me quedé largo rato mirándolo. Pasado un rato, vi aparecer entre los matorrales a un león que traía un cabrito muerto entre sus fauces, depositarlo junto al lobo, y marcharse en silencio, tal como había llegado.
Entonces me admiré de la sabiduría de Dios, que había puesto a ese león en el camino del lobo herido para que día a día lo alimentase.
Y decidí yo también abandonarme a la misericordia de Dios. Me recosté entonces en la boca de una cueva, confiado en la providencia divina que no tardaría en acercarme alimento. Pero pasaron los días, y nada ocurría. ¡Paciencia!- me dije- ¡Que se haga, Señor tu voluntad!
Días después, ya casi desfallecía de hambre, cuando escuché la voz de Dios que me decía: "¡Insensato! ¿Qué haces ahí tirado esperando que alguien venga a alimentarte? ¡Tú eres un león, no un lobo viejo!"
TE HICE A TI
Era un día lluvioso y gris. El mundo pasaba a mi alrededor a gran velocidad. Cuando de pronto, todo se detuvo. Allí estaba, frente a mí: una niña apenas cubierta con un vestidito todo rotoso que era más agujeros que tela. Allí estaba, con sus cabellitos mojados, y el agua chorreándole por la cara. Allí estaba, tiritando de frío y de hambre. Allí estaba, en medio de un mundo gris y frío, sola y hambrienta.
Me encolericé y le reclamé a Dios. "¿Cómo es posible Señor, que habiendo tanta gente que vive en la opulencia, permitas que esta niña sufra hambre y frío? ¿Cómo es posible que te quedes ahí tan tranquilo, impávido ante tanta injusticia, sin hacer nada?"
Luego de un silencio que me pareció interminable, sentí la voz de Dios que me contestaba: "¡Claro que he hecho algo! ¡Te hice a ti!"
EL CUENCO DE LECHE
Había una vez un hombre que tenía la fama de ser el más santo de su pueblo, puesto que se pasaba el día leyendo la Biblia y rezando. Un día se atrevió a preguntarle a Dios si, efectivamente, era él el más santo de ese pueblo, como la gente decía. Y Dios le respondió que no; que había un hombre que era más santo que él, y le indicó quién era y dónde vivía.
Nuestro buen hombre, movido por la curiosidad, se dirigió hasta el lugar que Dios le había indicado, una cabaña en las afueras del pueblo, y decidió observar de lejos a este gran hombre que según Dios, era más santo que él. El hombre en cuestión era un pobre leñador, con esposa y cuatro hijos que mantener. La observación no resultó muy entretenida, puesto que el hombre se pasó todo el día cortando leña sin parar, excepto para comer algo a media mañana, a la hora del almuerzo y a media tarde, previamente dando gracias a Dios por el trabajo y la comida que le daba. La otra pausa que hizo, fue para ayudar a otro campesino que pasando por ahí, rompió una rueda de su carreta. Eso fue todo lo que pudo observar.
De regreso a su casa le reclamó a Dios: "¿Cómo puede ser, Señor, que digas que ese hombre es más santo que yo? Si es un pobre ignorante, que apuesto que jamás leyó la Biblia porque hasta analfabeto es. ¡Y lo único que hizo es pasarse el día cortando leña!". Dios lo hizo callar, y le ordenó que para probar su fidelidad, llenase un plato con leche, y recorriese las calles del pueblo sin derramar nada. Nuestro hombre, deseoso de demostrar su fidelidad, obedeció al instante. Los habitantes del pueblo lo miraban con curiosidad y más de uno dejó escapar una carcajada al ver a nuestro amigo en tan extraña labor, pero él iba tan absorto en su tarea que podría haberle pasado un camión por encima y no se iba a dar cuenta. Al terminar su recorrido, orgulloso de no haber derramado ni una sola gota, esperó con satisfacción un reconocimiento divino, pero Dios sin decir más nada le preguntó: "Dime, ¿cuántas veces te acordaste de mí mientras caminabas?" . Y el hombre respondió: "¿Cómo iba a tener tiempo de pensar en algo? Estuve todo el tiempo tan concentrado cuidando de no derramar ni una gota de leche que no podía distraerme en otra cosa".
"¿Y así quieres ser el más santo del mundo? Ese pobre campesino tuvo que trabajar todo el día para alimentar a su familia, pero sin embargo tuvo tiempo de acordarse tres veces de mí, y de ayudar a otro a reparar su carreta. En cambio tú, en todo el tiempo que llevaste ese plato de leche, no te acordaste ni una vez de mí, y ni siquiera viste a ese niño que te pidió una moneda ni a la anciana que tropezó en la calle y te necesitaba para que la ayudases a levantarse. Si de veras quieres ser santo, debes aprender a cumplir con tus obligaciones diarias, sin dejarte absorber por ellas, dándote tiempo para acordarte de mí y prestar atención a los que te rodean y necesitan de ti."
Para el cristiano, no basta con "hacer cosas". Es necesario que todo lo que hagamos lo hagamos conscientes de por qué lo hacemos, mejor dicho por Quién lo hacemos, y cómo lo hacemos. No tiene sentido deslomarse en una misión visitando casas, jugando con chicos y preparando celebraciones, si no somos plenamente conscientes que lo hacemos por Cristo, para que su Reino llegue hasta los confines de la tierra "más allá de las fronteras".
El Mensaje
De mi infancia hay algunas cosas que conservo fresquitas en la memoria como si hubieran ocurrido ayer. Nosotros vivíamos en una pequeña finquita allá por Santa María de Catamarca. En aquel tiempo no habían bicicletas ni autos ni colectivos. Nos movíamos en burro o a caballo. Me acuerdo clarito de un día en que mi tata andaba con cara de preocupado. Desde la noche anterior lo escuché quedarse despierto hasta tarde hasta que se le apagó el cigarro en la boca, y luego dar vueltas en la cama toda la noche. Por la mañana tempranito, un aire de nerviosismo volaba por toda la casa. La abuela también se mostró intranquila mientras nos servía la leche calentita recién ordeñada. En aquella época no existía la confianza que hay hoy entre padres e hijos, así que yo me quedé mudito, sin preguntar nada. Después del desayuno, mi tata me agarró y me llevó para el corral. Con cara de muy serio, me subió al caballo y me entregó un papel en el que había algo escrito. Me dijo que debía ir a la casa del tío Marcos y entregarle ese mensaje, que era muy importante. Envolvió el papel en un pañuelo grande y me lo anudó al pecho, debajo del poncho. Me dio a mí un beso y una palmada en las ancas al caballo para que empezase a trotar. Hacía frío. La mañana estaba despejada, pero el sol no alcanzaba a calentar ni un poquito. Eran varios kilómetros los que separaban la finca donde vivía el tío de la nuestra. Todos mis sentidos estaban puestos en llevar a destino el mensaje de mi tata. Me llevó casi media mañana llegar hasta lo del tío, a todo galope. Cuando llegué, el tío estaba limpiando el establo de los caballos. Con el corazón latiéndome apresuradamente llegué hasta él, le di un beso y le entregué el mensaje de mi tata. Se ve que me había estado esperando porque no puso cara de sorpresa al verme, ni preguntó por el contenido del papel. El también tenía cara de preocupado. Al leer el mensaje, sonrió y me dio una palmadita en el hombro. Sin decir más me despedí y volví para casa. El tata me estaba esperando en la tranquera y se alegró al verme acercarme por el camino. Al llegar me dio un abrazo bien fuerte. Ahora su cara se mostraba tranquila y serena. Esa fue suficiente recompensa para mí. Nunca supe lo que decía aquel mensaje, pero yo sabía que era algo importante para mi tata, y eso bastaba para que también fuera algo importante para mí.
LA VIDA EN COMUNIDAD
JESUS SE HA DISFRAZADO
(Anthony de Mello)
El abad de un monasterio se hallaba muy preocupado. Años atrás, su monasterio había visto tiempos de esplendor. Sus celdas habían estado repletas de jóvenes novicios y en la capilla resonaba el canto armonioso de sus monjes. Pero habían llegado malos tiempos: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu. La avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la capilla se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones.
Un día, decidió pedir consejo, y acudió a un anciano obispo que tenía fama de ser hombre muy sabio en su avanzada edad. Emprendió el viaje, y días después se encontró frente al buen hombre. Le planteó la situación y le preguntó: "¿A qué se debe esta triste situación? ¿Hemos cometido acaso algún pecado?". A lo que el anciano obispo respondió: "Sí. Han cometido un pecado de ignorancia. El mismo Señor Jesucristo se ha disfrazado y está viviendo en medio de ustedes, y ustedes no lo saben". Y no dijo más.
El abad se retiró y emprendió el camino de regreso a su monasterio. Durante el viaje sentía como si el corazón se le saliese del pecho. ¡No podía creerlo! ¡El mismísimo Hijo de Dios estaba viviendo ahí en medio de sus monjes! ¿Cómo no había sido capaz de reconocerle? ¿Sería el hermano sacristán? ¿Tal vez el hermano cocinero? ¿O el hermano administrador? ¡No, el no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos… Pero el anciano obispo había dicho que se había "disfrazado". ¿No serían acaso aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el convento tenían defectos… ¡y uno de ellos tenía que ser Jesucristo!
Cuando llegó al monasterio, reunió a sus monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros. ¿Jesucristo… aquí? ¡Increíble! Claro que si estaba disfrazado…. Entonces, tal vez… Podría ser Fulano.. ¿O Mengano? ¿O….?
Una cosa era cierta: Si el Hijo de Dios estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideración. "Nunca se sabe", pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje, "tal vez sea éste…"
El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir decenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la capilla volvió a resonar el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor.
EL BARRIL DE VINO
(Anthony de Mello)
"Cierto día se organizó en el pueblo una gran fiesta. Todo estaba preparado para el gran evento. En la plaza del pueblo habían construido un gran barril para el vino. Se habían puesto todos de acuerdo en que cada uno iba a llevar una botella de vino para verterla en el gran barril, y así disponer de abundante bebida para la fiesta.
Se acercaba la noche, y Juan, viendo que llegaba la hora de partir hacia la plaza, tomó su botella vacía para llenarla con vino de su barril. Pero de pronto lo asaltó un pensamiento: "Yo soy muy pobre, y para mí es un sacrificio muy grande comprar el poco vino que hay en mi casa. ¿Por qué tengo que llevar igual que todos los demás? Voy a hacer una cosa: llenaré mi botella con agua, y cuando llegue a la plaza la verteré en el barril, así todos verán que hago mi aporte, y no vaciaré mi barril de vino. De todos modos somos muchos, y mi poquitito de agua se mezclará con el vino de los demás y nadie notará la falta".
Así lo hizo. Llegada la noche, se acercó ante la vista de todos los vecinos y vació el contenido de su botella en el barril de la plaza. Nadie sospechó nada. Todo el resto del pueblo fue aportando su parte de vino en el gran barril.
Comenzó la fiesta, la música, la danza. Y cuando llegó la hora de servir el vino ¡OH sorpresa! Abrieron la canilla del barril y... ¡salió solamente agua cristalina!. ¿Quién iba a pensar que a todos se les iba a ocurrir pensar lo mismo que Juan? Y todos los del pueblo, avergonzados, agacharon la cabeza y se retiraron a sus casas. Y la fiesta se terminó."
En la tarea misionera todos aportamos nuestro granito de arena y, por pequeño que parezca nuestro aporte, es importante. Todos tenemos un papel que jugar en la tarea evangelizadora, pequeño o grande, pero el nuestro, y nadie puede hacerlo por nosotros.
EL LAGO
El lago no es sólo un gran charco de agua. Hay otros elementos diversos y "personales" integrados en comunidad: la montaña, los árboles y arbustos, pájaros, patos, insectos... y más adentro, en lo profundo, los peces. En toda comunidad/lago se encuentran algunos de estos elementos.
Los ÁRBOLES: miran al lago de lejitos, se nutren de él pero no se mojan... Son los que ven actuar al grupo pero miran de afuera, no se animan a meterse mucho pues no sienten, no ven o no quieren compartir el compromiso misionero. No obstante, algunos colaboran con apoyo logístico para que el lago sea lo que debe ser.
Los PAJAROS: sobrevuelan la superficie, alegran con su canto, dan vida al paisaje. Pero también desde afuera. Dependen mucho del mundo exterior. Y si el lago no les ofrece todo lo que pretenden, vuelan a otro, y así, migratorios, más bien se sirven del lago de lo que procuran servirlo.
Los PATOS: si bien en la superficie la mayor parte del tiempo, sólo se meten zambulléndose para alimentarse. Y son de temporadas...
Los TABANOS: ¡qué molestos ! Son los aguafiestas. Siempre zumbando alrededor. No saben alimentarse sin molestar. Opacan alegrías, sobre acentúan las tensiones, ponen los nervios "de punta", y cuando se posan sobre alguno, pican con dolor y hasta con posterior infección. Menos mal que duran poco, y si sopla un poco de viento fresco, no molestan más.
Los PECES: viven metidos en silenciosa convivencia, se mueven con libertad, son los dueños del lago, están como en su casa. Pocos los ven, aunque muchos saben de su presencia. Se nutren entre ellos y en su ambiente, y son también alimento para otros. No son tal vez muy astutos, pero sí útiles y mansos en su mayoría.
Cerca del lago, siempre está la MONTAÑA. Es el signo de la Espiritualidad del grupo misionero, el encuentro del hombre con Dios. Es la presencia de Dios, viva y firme.
LA PRESENCIA ACTIVA DE DIOS EN LA LABOR Catequística
¿POR QUÉ NO HICISTE NADA?
Se hallaba un sacerdote sentado en su escritorio junto a la ventana, preparando un sermón sobre la providencia. De pronto oyó algo como una explosión, y a continuación vio cómo la gente corría enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa, que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.
El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya la calle en la que él vivía y tuvo cierta dificultad en no dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: "Aquí estoy yo, preparando un sermón sobre la Providencia y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir como los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar."
Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una lancha llena de gente: "Suba Padre", le gritaron. "No, hijos míos", respondió el sacerdote lleno de confianza, "yo confío en que me salve la providencia de Dios."
El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra lancha que volvió a insistirle en que subiera, pero él volvió a negarse. Entonces se subió a lo alto del campanario, y cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un helicóptero y ofreció llevarlo. "Muchas gracias", contestó el sacerdote sonriendo tranquilamente, "pero yo confío en que Dios en su infinita providencia me salvará."
Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue reclamarle a Dios: "Yo confiaba en ti. ¿Por qué no hiciste nada para salvarme?".
"Bueno", le contestó Dios, "la verdad es que te mandé dos lanchas y un helicóptero. ¿no lo recuerdas?".
BUSCANDO EL OCEANO
(Anthony de Mello)
"Usted perdone", le dijo un pez a otro. "Es usted más viejo que yo, y con más experiencia que yo, y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puede encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes sin resultado".
"El océano", respondió el viejo pez, "es donde estás ahora mismo".
"¿Esto?", replicó el joven pez totalmente desilusionado. "Pero si esto no es más que agua…. Lo que yo busco es el Océano!", y se marchó a buscar en otra parte.
¡Deja de buscar, pequeño pez! No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir los ojos y mirar. ¡No puedes dejar de verlo!
MELONES SIN SEMILLAS
(Mamerto Menapace)
"Juan era un apasionado de los melones. Desde pequeñito le habían llamado la atención estas frutas. Año tras año, con mucho esmero preparaba la tierra del fondito de su casa, para sembrar las más diversas variedades de melones. En el pueblo, a la hora de hablar de melones, Juan era la palabra autorizada y respetada por todos. Conocía todos los secretos de la siembra, cuidado y cosecha de estos frutos: en qué momento preparar la tierra, cómo disponer las semillas en los surcos, a qué hora del día y con qué cantidad de agua regarlos...
Un día, le trajeron de un pueblo cercano un melón que, por fuera, no parecía diferente a los que ya había conocido. Pero al probarlo, su sabor lo cautivó. Era el melón más dulce que había probado en su vida. Su pulpa se disolvía al rozar los labios, como la miel que recorre lentamente la lengua para dejar un sabor dulzón y suave en la boca. Una sola particularidad tenían estos melones: no tenían semillas.
¿Cómo sembrar estos deliciosos melones si no tenían semillas? Tras darle muchas vueltas al asunto, encontró la solución: ya que los melones no tenían semillas, bastaría con realizar todo el procedimiento de la siembra, pero sin semillas. Total, si las semillas no eran importantes a la hora de saborear el melón, tampoco habrían de serlo a la hora de sembrarlos.
Como todos los años, con mucho esmero, preparó el terreno removiendo la tierra y trazando con geométrica disposición los surcos. Tomó una bolsa vacía, y metiendo la mano en ella, fue sacando puñados vacíos que esparció por los surcos, dispersándolos con precisión. Así recorrió uno a uno los surcos, realizando el gesto de arrojar las inexistentes semillas en todo el terreno. Cuando terminó, cubrió los surcos con delicadeza y los regó. Día tras día repitió la tarea del regado, cuidando de utilizar el agua más pura y en la medida exacta.
Pero pasaron los días, y nada ocurrió. El terreno no produjo ni siquiera el más mínimo yuyito. Recién entonces comprendió el pobre Juan, que no bastaba con realizar ritualmente todos los gestos y movimientos de la siembra, si faltaba lo más importante: las semillas"
He aquí el gran desafío: que le busquen las semillas al melón. Un Grupo Misionero puede hacer muchas cosas, sobre todo en una misión: realizar emotivas visitas a las casas, preparar creativos juegos para los niños, organizar esplendorosas Celebraciones de la Palabra, pero si faltan las semillas del melón, todo quedará ahí, en un sabor dulzón en la boca que pronto se irá, pero que después no producirá fruto.
¿Y cuál es la semilla de la labor misionera? El quid de la cuestión es el por qué hacen esto. ¿Por qué dejan la comodidad de sus casas para venir a dormir amontonados en el piso, pelearse por un solo baño en el que tendrán que bañarse con agua fría, caminar como lagartijas bajo el sol para visitar las casas y comer lo que le salga al que le toca la cocina cada día? La respuesta es (o debería ser) CRISTO (con letras grandes y en mayúsculas).
Tal vez uno cuando es adolescente, corre el riesgo de perderse en las actividades, porque el espíritu juvenil exige estar continuamente haciendo algo. Pero es preciso descubrir que todo esto tiene sentido únicamente porque Cristo ocupa un lugar muy importante en nuestras vidas y porque somos capaces de descubrir que "el misionero es aquel que conoce y ama profundamente a Cristo, y se preocupa porque otros también lo conozcan y lo amen" (¿se acuerdan?).
Huellas en la Arena
Una noche tuve un sueño… Soñé que estaba caminando por la playa con el Señor, y a través del cielo pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena : una era la mía, y la otra, del Señor.
Cuando la última escena pasó ante nosotros, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles y angustiosos de mi vivir. Eso realmente me perturbó, y pregunté entonces al Señor : "Señor, Tú ,me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías siempre conmigo todo el camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena de los caminos de mi vida, solo un par de pisadas. No comprendo por qué Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba".
El Señor me respondió : "Mi querido hijo, yo te amo y jamás te abandonaría en los momentos de sufrimiento. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas, fue justamente allí donde Yo te cargué en mis brazos".
VER A DIOS EN CADA HOMBRE
PERDON POR NO ESTAR AQUI
(Anthony de Mello)
"Había una vez una mujer muy piadosa, que infaltablemente acudía todas las mañanas a rezar a la capilla de su barrio. Día tras día, lloviese o hiciese sol, estuviera sana o enferma, pasase lo que pasase, como un reloj, a las siete en punto de la mañana, era la primera persona en llegar a la capilla, empujar la puerta y entrar a rezar.
Una mañana, despertó sobresaltada. ¡Se había dormido! ¡Eran las siete menos diez, y no llegaría a horario a su cita diaria! A toda carrera se levantó, se peinó a las apuradas y se vistió como pudo. Con la ropa medio arrugada y los cabellos medio desordenados salió velozmente de su casa y enfiló rumbo a la capilla. Apenas hubo salido, casi tropieza con un viejito que venía a penas en una bicicleta, y al cruzarse con ella perdió el control del vehículo y cayó de boca al suelo. Lamentablemente la mujer iba muy apurada como para detenerse, así que apenas logró esbozar una disculpa y continuar en su carrera.
Una cuadra después, se le cruzó una mujer que le pidió una ayuda para poder pagar una consulta en el hospital. "Perdone, estoy apurada" alcanzó a decir sin detenerse y continuó su veloz marcha. Apenas hubo logrado zafar de la mujer, se le cruzó un niñito que le pidió un poco de pan. "Disculpa, hijito, pero tengo una cita con Dios y no puedo llegar tarde. Otra vez será", y siguió su interrumpido camino.
Cuando por fin llegó a la capilla, miró de reojo el reloj. ¡Eran as siete en punto! ¡¡Lo había logrado!! Embargada por la emoción de no haber fallado a su cita, empujó como de costumbre la puerta de la capilla, pero... no se abrió. Volvió a empujar con más fuerza, y nada. ¡Qué extraño! Jamás en los doce años que llevaba con su diaria rutina, había encontrado la puerta cerrada. De pronto notó que había una nota clavada con una chinche en la puerta de la capilla. Desconcertada, la desclavó y la leyó. La nota, garrapateada como con apuro decía:
"Perdón por no estar aquí. Esta mañana tuve un accidente en la bicicleta, y encima después no pude conseguir plata para ir al hospital, ni un poco de pan para desayunar, así que es probable que llegue un poco tarde. Firma: Dios".
DIOS VIENE A CENAR
(Anthony de Mello)
"Había una vez una mujer, que vivía haciendo cosas para la Iglesia del barrio. Si no estaba limpiando los jarrones de la capilla, estaba haciendo empanadas para que se vendieran los domingos, o sacando brillo a los candelabros. Cierto día, se le apareció un ángel, y le dijo que, en recompensa por su dedicación a las cosas de Dios, El mismo en persona iba a ir a cenar esa noche en su casa.
La mujer se llenó de emoción y corrió a su casa a preparar todo para el gran evento. Inmediatamente se puso manos a la obra, a planchar su mejor vestido para recibir al invitado de lujo. En eso estaba cuando sonó el timbre. Al acudir a la puerta, halló a una mujer muy pobremente vestida que le pedía algo de ropa que no usase. "Perdone señora, pero estoy haciendo un trabajo para alguien muy importante. Vuelva otro día".
Más tarde, comenzó a preparar la comida. Tenía que ser una cena de lujo. En eso estaba cuando otra vez volvió a sonar el timbre. Esta vez era un niño con cara de hambre que le pedía algo para comer. "Hoy no puedo darte nada, porque estoy cocinando para el mismo Dios que viene a visitarme. Vení otro día".
Así pasó rápidamente el día, hasta que por fin llegó la hora de la cena. La mujer, nerviosa, vio como pasaban los minutos y las horas, y el invitado no llegaba. Pronto se hizo tarde, el pollo se enfrió, el vestido se volvió a arrugar, pero Dios ni se dignó aparecer, y la mujer, frustrada y decepcionada se fue a dormir. Tanta era su desilusión que ni siquiera quiso rezar antes de acostarse.
A la mañana siguiente, se le apareció el mismo ángel y le dijo: "Me manda a preguntarte mi Señor que por qué no rezaste anoche, que extrañó tu oración diaria". "¿Cómo se atreve a reclamarme Dios por no haber rezado si El me dejó plantada con mi mejor vestido y con un riquísimo pollo en la mesa?", exclamó molesta la mujer. A lo que el ángel le respondió: "Dios no falló a la cita. Es más, vino dos veces, pero tú le dijiste que estabas muy ocupada para atenderlo, y que volviera otro día".
El misionero corre muchas veces el riesgo de enfrascarse tanto en el trabajo para Dios, que llega hasta a dejarlo al mismo Dios de lado. ¡Ojo! Dios no quiere que lo amemos a El impersonalmente. El no es un Dios lejano y abstracto que está allá lejos en el Cielo. El está más cerca de nosotros de lo que creemos. A veces, uno mira demasiado lejos para tratar de ver a Dios, y no se da cuenta de que El está a nuestro lado, acompañando cada paso que damos, hecho carne en cada hermano.
|
![]() |