Celebración Penitencial Para Cuaresma
Miguel el 15-09-2007, 19:52 (UTC) | | Celebración Penitencial Para Cuaresma
Ritos Iniciales
Mientras Él (o los) ministro (s) ingresa (n), se sugiere un canto adecuado.
Celebrante: Hermanos y hermanas, la gracia, el amor y la paz de Dios Padre y de Jesucristo, el Señor, que se entregó a sí mismo a la muerte por nuestros pecados y nos rescató con su gracia, esté con todos ustedes.
R. Amén.
Guía: Disponibles a la acción de Dios por medio de su Espíritu, nos reunimos como comunidad creyente en esta renovación espiritual, incorporándonos al misterio de la Pascua de Cristo, por medio de la conversión. Intensificamos en nosotros el cambio de mentalidad, de voluntad y corazón, para dar Paso al hombre nuevo, es decir, a la victoria de la Vida sobre la muerte.
Celebrante: Oremos hermanos y hermanas, para que Dios, que nos llama a la conversión, nos conceda la gracia de una verdadera vida y una auténtica reconciliación.
Todos oran en silencio durante algunos momentos. Luego, el celebrante recita la siguiente plegaria.
Celebrante: Padre de toda misericordia y Dios de todo consuelo, que no te complaces en la muerte del pecador sino en que se convierta y viva. Auxilia a tu pueblo para que vuelva a ti su rostro y seamos todos hermanos de un mismo Padre. Ayúdanos a escuchar tu palabra, confesar nuestros pecados y darte gracias por el perdón que nos otorgas. Haz que, realizando el sacramento de la reconciliación: la verdad nos ilumine, el amor nos plenifique y hagamos crecer todas las cosas en Cristo tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Liturgia de la Palabra
Guía: La Palabra del Señor viene a iluminar nuestras tinieblas, a sanar nuestros corazones heridos, a devolvernos la libertad. Escuchemos con atención la voz del Padre misericordioso que nos espera con los brazos abiertos para darnos su amor:
1ra Lectura
Deut 5, 1-3. 6-7. 11-12. 16-21a; 6, 4-6.
Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón.
Salmo responsorial
Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19.
R. Piedad Señor, pecamos contra ti.
2da Lectura:
Ef 5, 1-14.
Caminen en el amor, como Cristo nos amó.
Antífona antes del Evangelio:
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; quien me sigue tendrá la luz de la vida.
Evangelio
Mt 22, 34-40 o Jn 13, 34-35; 15, 10-13.
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
Homilía
Examen de conciencia
Se guarda un tiempo de silencio para examinar la conciencia, se puede ayudar a los fieles con breves pensamientos, preces litánicas.
I. Dice el Señor: Amarás a tu Dios con todo el corazón
1) ¿He amado a Dios sobre TODO? ¿O he amado de manera interesada para sacar provecho?
2) ¿He hecho de mi familia, trabajo, apostolados, programas, ideas u otras cosas buenas mi primer amor?
3) ¿He profesado siempre, con vigor y sin temores, mi fe en Dios? ¿He manifestado mi condición de cristiano en la vida pública y privada?
4) ¿He amado a Dios Padre como hijo, correspondiendo a su amor gratuito y permanente?
5) ¿He puesto en Él toda mi confianza? ¿Recurrí a la superstición, espiritismo, magia, u otra práctica religiosa ajena al cristianismo?
6) ¿Guardo los domingos y días de fiesta de la Iglesia participando activa, atenta y piadosamente en la celebración litúrgica, sobre todo en la Misa, como medio para crecer en el amor a Dios?
II. Dice el Señor: Ámense los unos a los otros como yo los he amado
1) ¿Amo de corazón a mi prójimo como a mí mismo y como Jesús me pide que lo ame?
2) ¿En mi familia colaboro en crear un clima de reconciliación con paciencia y espíritu de servicio?
3) ¿Comparto mis bienes y mi tiempo con los más pobres?, ¿soy egoísta e indiferente al dolor de los demás?
4) ¿He hecho algún daño físico o moral a otros? ¿Me he enemistado? ¿He buscado perdonar a mi prójimo?
5) ¿He sido honesto, justo en mi trabajo? ¿He sido fiel a los compromisos con mis hermanos?
6) ¿He atentado contra la vida? ¿He apoyado al aborto, al suicidio, la agresión, la violencia, el conducir sin cuidado?
III. Cristo, el Señor, nos dice: Sean perfectos como el Padre de ustedes es perfecto
1) ¿Cuál es la dirección fundamental de mi vida? ¿Me esfuerzo por superar mis resistencias, egoísmos y resentimientos?
2) ¿He buscado crecer en las virtudes y valores contrarios a los pecados capitales como la humildad contra la soberbia, la generosidad contra la avaricia, el respeto contra la lujuria, la templanza contra la gula, la caridad contra la envidia, la diligencia contra la pereza, la paciencia contra la ira?
3) ¿Qué he hecho con el uso del tiempo, he multiplicado mis talentos, he perfeccionado los dones recibidos para la gloria de Dios y el servicio a mis hermanos?
4) ¿He sido pobre de espíritu, manso, misericordioso, limpio de corazón?
5) ¿Me esfuerzo por avanzar en la vida espiritual, por medio de la oración, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, y la participación en los sacramentos?
6) ¿Cómo vivo en la vida cotidiana mi compromiso bautismal, de renuncia a las obras del mal, y mi testimonio de ser sal y luz en mi ambiente familiar y social? ¿Me esfuerzo para que Cristo sea conocido y amado por todos?
Rito de Reconciliación
Confesión General de los Pecados. Se recita la confesión general (el "Yo pecador", por ejemplo).
Guía: Hermanos y hermanas, confesemos nuestros pecados y oremos los unos por los otros.
Todos: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión...
Celebrante: Señor, escucha las oraciones de tu pueblo que gime en el dolor y quiere volver a tus brazos. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Guía: A cada petición aclamamos: “Te rogamos, óyenos”.
* Que quienes nos hemos apartado de la santidad de la Iglesia, consigamos el perdón de nuestras faltas. Oremos.
* Que quienes con el pecado nos hemos apartado de Dios y de la comunidad, nos devuelvas a la comunión de vida. Oremos.
* Que, al acercarnos de nuevo a tu altar santo, seamos transformados por la esperanza de la vida eterna. Oremos.
* Que permanezcamos, de aquí en adelante, con esta entrega sincera, fieles a tus sacramentos, y mostremos siempre nuestra adhesión a ti y al compromiso con nuestro prójimo. Oremos.
* Que, renovados en la caridad, seamos testigos de tu amor en el mundo. Oremos.
* Que perseveremos fieles en el camino de tu gracia y lleguemos a una vida plena. Oremos.
Con las palabras que Cristo nos enseñó, pidamos a Dios Padre que perdone nuestros pecados y nos libre de todo mal:
Todos: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre…
Celebrante: Escucha Señor a tus siervos, que se reconocen pecadores; y haz que, liberados por tu Iglesia de toda culpa, merezcan darte gracias con un corazón renovado. Por Jesucristo nuestro Señor.
Confesión y Absolución individual
A continuación, los fieles se acercan a la confesión de sus pecados (se puede ambientar con una música para la meditación).
Acción de Gracias por la Misericordia de Dios
Finalizada las confesiones, se canta la acción de gracias, para proclamar el poder y la misericordia de Dios; puede ser el "Magnificat –Lc 1,
46-55" o el "Salmo 135".
Celebrante: Padre Santo, tú nos has renovado a imagen de tu Hijo; concédenos tu misericordia, para que seamos testigos de tu amor en el mundo. Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Celebrante: El Señor dirija sus corazones en la caridad de Dios y en la espera de Cristo. R. Amén.
Para que puedan caminar en una vida nueva y agradar a Dios en todas las cosas. R. Amén.
Y que los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. R. Amén.
El Señor ha perdonado sus pecados. Pueden ir en paz.
Todos: Demos gracias a Dios.
Equipo de Redacción LITURGIA COTIDIANA San Roque- Diócesis de Resistencia
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Adviento y liturgia
Miguel el 15-09-2007, 19:51 (UTC) | | Adviento y liturgia
Fuente: www.enciclopediacatólica.com
Adviento y liturgia
La palabra adviento viene del latín ad-venio, llegar.
Conforme al uso actual [1910], el Adviento es un tiempo litúrgico que comienza en el Domingo más cercano a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de Noviembre) y abarca cuatro Domingos. El primer Domingo puede adelantarse hasta el 27 de Noviembre, y entonces el Adviento tiene veintiocho días, o retrasarse hasta el 3 de Diciembre, teniendo solo veintiún días.
Con el Adviento comienza el año eclesiástico en las Iglesias occidentales. Durante este tiempo los creyentes son exhortados a prepararse dignamente a celebrar el aniversario de la venida del Señor al mundo como la encarnación del Dios de amor,
de manera que sus almas sean moradas adecuadas al Redentor que viene a través de la Sagrada Comunión y de la gracia, y en consecuencia estén preparadas para su venida final como juez, en la muerte y en el fin del mundo.
Simbolismo
La Iglesia prepara la Liturgia en este tiempo para lograr este fin. En la oración oficial, el Breviario, en el Invitatorio de Maitines, llama a sus ministros a adorar "al Rey que viene, al Señor que se acerca", "al Señor que está cerca", "al que mañana contemplaréis su gloria".
Como Primera Lectura del Oficio de Lectura introduce capítulos del profeta Isaías, que hablan en términos hirientes de la ingratitud de la casa de Israel, el hijo escogido que ha abandonado y olvidado a su Padre; que anuncian al Varón de Dolores herido por los pecados de su pueblo; que describen fielmente la pasión y muerte del Redentor que viene y su gloria final; que anuncian la congregación de los Gentiles en torno al Monte Santo.
La Segunda Lectura del Oficio de Lectura en tres Domingos están tomadas de la octava homilía del Papa San León (440-461) sobre el ayuno y la limosna como preparación para la venida del Señor, y en uno de los Domingos (el segundo) del comentario de San Jerónimo sobre Isaías 11:1, cuyo texto él interpreta referido a Santa María Virgen como "el renuevo del tronco de Jesé".
En los himnos del tiempo encontramos alabanzas a la venida de Cristo como Redentor, el Creador del universo, combinados con súplicas al juez del mundo que viene para protegernos del enemigo.
Similares ideas son expresadas los últimos siete días anteriores a la Vigilia de Navidad en las antífonas del Magnificat. En ellas, la Iglesia pide a la Sabiduría Divina que nos muestre el camino de la salvación; a la Llave de David que nos libre de la cautividad; al Sol que nace de lo alto que venga a iluminar nuestras tinieblas y sombras de muerte, etc.
En las Misas es mostrada la intención de la Iglesia en la elección de las Epístolas y Evangelios. En las Epístolas se exhorta al creyente para que, dada la cercanía del Redentor, deje las actividades de las tinieblas y se pertreche con las armas de la luz; que se conduzca como en pleno día, con dignidad, y vestido del Señor Jesucristo; muestra como las naciones son llamadas a alabar el nombre del Señor; invita a estar alegres en la cercanía del Señor, de manera que la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodie los corazones y pensamientos en Cristo Jesús; exhorta a no juzgar, a dejar que venga el Señor, que manifestará los secretos escondidos en los corazones.
En los Evangelios la Iglesia habla del Señor que viene en su gloria; de Aquel en el que, y a través del que, las profecías son cumplidas; del Guía Eterno en medio de los Judíos; de la voz en el desierto, "Preparad el camino del Señor". La Iglesia en su Liturgia nos devuelve en espíritu al tiempo anterior a la encarnación del Hijo de Dios, como si aún no hubiera tenido lugar. El Cardinal Wiseman ha dicho:
Estamos no sólo exhortados a sacar provecho del bendito acontecimiento, sino a suspirar diariamente como nuestros antiguos Padres, "Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo: ábrase la tierra y brote la salvación." Las Colectas en tres de los cuatro Domingos de este tiempo empiezan con las palabras, "Señor, muestra tu poder y ven" – como si el temor a nuestras iniquidades previniera su nacimiento.
Duración y Ritual
Todos los días de Adviento debe celebrarse el Oficio y Misa del Domingo o Feria correspondiente, o al menos debe ser hecha una Conmemoración de los mismos, independientemente del grado de la fiesta celebrada. En el Oficio Divino el Te Deum, jubiloso himno de alabanza y acción de gracias, se omite; en la Misa el Gloria in excelsis no se dice. El Alleluia, sin embargo, se mantiene. Durante este tiempo no puede hacerse la solemnización del matrimonio (Misa y Bendición Nupcial); incluyendo en la prohibición la fiesta de la Epifanía. El celebrante y los ministros consagrados usan vestiduras violeta. El diácono y subdiácono en la Misa, en lugar de las dalmáticas usadas normalmente, llevan casullas plegadas. El subdiácono se la quita durante la lectura de la Epístola, y el diácono la cambia por otra, o por una estola más ancha, puesta sobre el hombro izquierdo entre el canto del Evangelio y la Comunión. Se hace una excepción en el tercer Domingo (Domingo Gaudete), en el que las vestiduras pueden ser rosa, o de un violeta enriquecido; los ministros consagrados pueden en este Domingo vestir dalmáticas, que también pueden ser usadas en la Vigilia de la Navidad, aunque fuera en el cuarto Domingo de Adviento.
El Papa Inocencio III (1198-1216) estableció el negro como el color a ser usado durante el Adviento, pero el violeta ya estaba en uso al final del siglo trece. Binterim dice que había también una ley por la que las pinturas debían ser cubiertas durante el Adviento. Las flores y las reliquias de Santos no debían colocarse sobre los altares durante el Oficio y las Misas de este tiempo, excepto en el tercer Domingo; y la misma prohibición y excepción existía relacionada con el uso del órgano. La idea popular de que las cuatro semanas de Adviento simbolizan los cuatro mil años de tinieblas en las que el mundo estaba envuelto antes de la venida de Cristo no encuentra confirmación en la Liturgia.
Origen Histórico
No se puede determinar con exactitud cuando fue por primera vez introducida en la Iglesia la celebración del Adviento. La preparación para la fiesta de la Navidad no debió ser anterior a la existencia de la misma fiesta, y de ésta no encontramos evidencia antes del final del siglo cuarto cuando, de acuerdo con Duchesne [Christian Worship (London, 1904), 260], era celebrada en toda la Iglesia, por algunos el 25 de Diciembre, por otros el 6 de Enero. De tal preparación leemos en las Actas de un sínodo de Zaragoza en el 380, cuyo cuarto canon prescribe que desde el diecisiete de Diciembre hasta la fiesta de la Epifanía nadie debiera permitirse la ausencia de la iglesia. Tenemos dos homilías de San Máximo, Obispo de Turín (415-466), intituladas "In Adventu Domini", pero no hacen referencia a ningún tiempo especial. El título puede ser la adición de un copista. Existen algunas homilías, probablemente la mayor parte de San Cesáreo, Obispo de Arlés (502-542), en las que encontramos mención de una preparación antes de la Navidad; todavía, a juzgar por el contexto, no parece que exista ninguna ley general sobre la materia. Un sínodo desarrollado (581) en Mâcon, en la Galia, en su canon noveno ordena que desde el once de Noviembre hasta la Navidad el Sacrificio sea ofrecido de acuerdo al rito Cuaresmal los Lunes, Miércoles, y Viernes de la semana. El Sacramentario Gelasiano anota cinco domingos para el tiempo; estos cinco eran reducidos a cuatro por el Papa San Gregorio VII (1073-85). La colección de homilías de San Gregorio el Grande (590-604) empieza con un sermón para el segundo Domingo de Adviento. En el 650 el Adviento era celebrado en España con cinco Domingos. Varios sínodos hicieron cánones sobre los ayunos a observar durante este tiempo, algunos empezaban el once de Noviembre, otros el quince, y otros con el equinoccio de otoño. Otros sínodos prohibían la celebración del matrimonio. En la Iglesia Griega no encontramos documentos sobre la observancia del Adviento hasta el siglo octavo. San Teodoro el Estudita (m. 826), que habló de las fiestas y ayunos celebrados comúnmente por los Griegos, no hace mención de este tiempo. En el siglo octavo encontramos que, desde el 15 Noviembre a la Navidad, es observado no como una celebración litúrgica, sino como un tiempo de ayuno y abstinencia que, de acuerdo a Goar, fue posteriormente reducido a siete días. Pero un concilio de los Rutenianos (1720) ordenaba el ayuno de acuerdo a la vieja regla desde el quince de Noviembre. Esta es la regla al menos para algunos de los Griegos. De manera similar, los ritos Ambrosiano y Mozárabe no tienen liturgia especial para el Adviento, sino sólo el ayuno.
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San Roque
Miguel el 15-09-2007, 19:50 (UTC) | |
José Gros y Raguer, San Roque
San Roque
Nació en Francia, en la ciudad de Montpellier, el año 1295, de padres ricos. "Roc" o "Roque" era seguramente su apellido. En aquella comarca hubo otros "Roques" por aquel siglo. No sabemos su nombre de pila. Murió en 1327. - Fiesta: 16 de agosto.
Hoy día son raras las pestes en los países civilizados, porque están bien atendidos los medios de desinfección, y porque la medicina y la higiene pública han progresado muchísimo. Pero antiguamente la peste era frecuente. Algunas comarcas eran especialmente perjudicadas de ella, por causa de las aguas poco sanas o del clima riguroso. Sobre todo solía propagarse en tiempos de guerra, o cuando ésta había acabado; efecto de la suciedad de los campamentos y de las infecciones que contraían los soldados viviendo semanas y meses sin poder cuidarse de la limpieza más precisa.
Una de las épocas en que la peste azotó más los países cristianos del sur de Europa, particularmente Italia, fue la primera mitad de la decimocuarta centuria. Tenemos que atribuirlo al gran comercio que hubo en aquellos tiempos entre estos países y los de Oriente.
Llegaban a los puertos del Mediterráneo muchos barcos orientales cargados de objetos primorosos y de riquísimas especias; pero también de gente sucia que no tenía medios de aseo, y que difundía las semillas de muchas enfermedades y fiebres de sus lejanas tierras. Numerosas ciudades y regiones fueron víctimas de epidemias horribles.
Pues bien: en aquella época vivía un santo que curó innumerables apestados con la señal de la Cruz: San Roque. Su historia, especialmente la de su infancia y primera juventud, es muy oscura. Lo que nos cuentan los antiguos historiadores es que, ya desde niño, Roque se distinguió por su corazón piadoso, de tal manera que encantaba a sus padres y a cuantos le conocían.
A sus veinte años quedó huérfano de padre y madre. Encontrándose dueño de una fortuna considerable, se acordó del consejo de Jesucristo: "Si quieres ser perfecto, da tus bienes a los pobres y sígueme". Y he aquí que al momento lo puso en práctica. Como no tenía hermanos, cedió una parte de la herencia a un tío paterno, juntamente con todos los derechos que le pudiesen pertenecer desde entonces en adelante. Y hecho esto, vendió secretamente el resto de su hacienda y distribuyó su precio entre los necesitados. Descargado totalmente de los bienes de la tierra, se vistió de peregrino y emprendió viaje hacia Roma.
Pidiendo limosna y sintiéndose feliz cuando se la negaban groseramente o cuando le asaltaban los perros de los cortijos, llegó a Aquapendente, ciudad italiana donde la peste estaba haciendo grandes estragos.
Deseando prestar ayuda al prójimo, se presentó en el hospital, pidiendo que le admitiesen como enfermero. El administrador no quería acceder a esto, pues le inspiraba lástima verle, tan joven y delicado, exponiéndose a la muerte. Pero tanto y tanto insistió Roque en su petición y en decir que tenía segura confianza en Dios, que, al fin, fue aceptado.
Y comenzando su tarea, visitó uno por uno todos los lechos, haciendo la señal de la Cruz sobre cada uno de los apestados. Todos ellos se sintieron curados al instante. ¡Ya podéis figuraros el pasmo de todo el hospital ante semejante maravilla! Inmediatamente salió Roque a la ciudad y curó, de la misma manera, a todos los enfermos que había en las casas.
Comenzó a correr la voz de que era un Ángel enviado del Cielo, para librarlos de la epidemia. Querían hacerle una gran demostración de homenaje. Pero él, para evitar toda suerte de honor, huyó escondidamente.
Antes de llegar a Roma, hizo semejantes milagros en la ciudad de Cesena, igualmente apestada. Una pintura de la Catedral lo recuerda. También encontró a la Ciudad Eterna atacada por tan horrible azote. Fueron numerosas las curaciones que hizo allí. Asimismo en los alrededores y en otras comarcas italianas, adonde se trasladó expresamente. En Plasencia tuvo un sueño en el que oyó la voz de Dios que le decía: "Siervo fiel, ya que has tenido bastante ánimo para dedicarte al cuidado de los enfermos por mi amor, tenlo para sufrir la prueba que te voy a enviar".
Al despertar se sintió atacado de tina fiebre abrasadora y de unos dolores acerbadísimos, y levantó el corazón al Cielo, no para quejarse, sino para dar gracias a Dios bondadoso, pues le daba una ocasión de sufrir por amor suyo. Lo colocaron en el hospital entre los demás enfermos víctimas de la epidemia. Sus dolores se agravaron más todavía, de manera que no podía evitar dar grandes gritos.
Cuando se dio cuenta que molestaba a los demás enfermos, se levantó de la cama y se dispuso a salir fuera de la ciudad hacia alguna cueva o refugio en que no molestase a nadie. Burlando la vigilancia del hospital, aunque con mucha dificultad para caminar, llegó a un bosque vecino en donde encontró una pequeña cabaña abandonada, que le sirvió de asilo.
Sintiéndose devorado por la sed, alzó los ojos al Señor, diciendo: "¡Oh Dios de misericordia!, os doy gracias porque me permitís sufrir por vos; pero, ¡oh Señor¡, no me abandonéis en mi tribulación".
Al instante vio salir de una roca inmediata una fuente de agua cristalina y abundante. Apagando su sed con aquella agua milagrosa y lavándose frecuentemente en ella, se fue curando poco a poco.
No lejos de la cabaña había unos grandes cortijos. El señor de uno de ellos, llamado Gotardo, se dio cuenta que uno de sus perros arrebataba cada día de la mesa un panecillo y lo llevaba más allá de los campos. Lo siguió y vio con sorpresa cómo el animal ponía el pan en las manos de Roque. El señor pensó: "Éste debe ser un Santo, pues Dios le sustenta de una manera tan maravillosa". Se acercó y le preguntó quién era. Roque le respondió: "Apartaos de mí, que puedo contagiaros de peste".
Pero Gotardo, reflexionando, se convenció de que se hallaba delante de un gran siervo de Dios, y comenzó a hablar con Él sin temor, y enseguida se hicieron grandes amigos, de tal manera que quiso imitarlo en su vida de pobreza y penitencia -como lo hizo efectivamente-.
Renunció Gotardo a toda su hacienda y determinó vivir en una cueva del bosque, completamente olvidado del mundo y entregado a la contemplación de las verdades divinas.
Roque lo ejercitó en alguna prueba durísima, como la de hacerle salir a mendigar por aquellos cortijos conocidos, cuyos moradores le tomaron por loco y lo llenaron de mofas e improperios.
Al mismo tiempo lo fue instruyendo en el camino de la perfección y no lo dejó hasta que le vio entrenado en su nueva y santa vida.
Mientras tanto, Roque había oído la voz de Dios que le ordenó: "Roque, fiel siervo mío; ya que estás curado de tu mal, vuelve a tu patria, y allí harás obras de penitencia; y prepárate para merecer un lugar entre los bienaventurados del Paraíso". En efecto, se sintió completamente curado y decidió obedecer el mandato del Cielo.
La ciudad de Montpellier estaba en guerra, y así, al llegar, lo tomaron por espía.
Como habían pasado unos cuantos años y el Santo estaba muy cambiado, nadie lo reconoció y él no quiso decir quién era. Se presentó como un pobre peregrino; nadie le creyó. Le apresaron y después de hacerlo ir de tribunal en tribunal, lo metieron en un calabozo infecto y oscurísimo en donde vivió cinco años, ejercitándose en el ayuno y la oración, en la que pasaba todo el día y la mayor parte de la noche.
Finalmente, una luz misteriosa iluminó el calabozo, y Roque oyó que Jesucristo le decía: "Ha llegado tu hora, y quiero llevarte a mi gloria. Si tienes alguna gracia que pedirme, hazlo ahora mismo".
El santo prisionero le pidió nuevamente el perdón de sus culpas y que fuesen preservados o libres de la peste aquellos que acudiesen a su intercesión. Poco después murió dulcemente.
Del calabozo salían unos rayos de luz brillantísima. El cuerpo del Santo resplandecía y a su lado se encontró una tablilla con esta inscripción: "Todos los que imploraren la intercesión de Roque, se verán libres del terrible azote de la peste".
La nueva de estas maravillas se extendió rápidamente por la ciudad. La gente quería ver al Santo.
Su tío reconoció el cadáver, y dispuso que se le hiciesen exequias triunfales, en las que tomó parte todo el pueblo.
El cuerpo fue sepultado primeramente en la iglesia principal, y más tarde en una capilla edificada expresamente en honor de San Roque. Hoy es una iglesia magnífica, adonde acuden devotas muchedumbres para pedir su protección contra las enfermedades contagiosas.
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EL SILENCIO DE JESÚS
Miguel el 15-09-2007, 19:50 (UTC) | | EL SILENCIO DE JESÚS
1.- Mientras que el Hijo de Dios se encuentra en silencio e incluso en impotencia de hablar de su infancia, debemos hablar por él, y lo debemos hacer, tanto más voluntariosamente cuanto es que, es por nosotros que se halla en este humilde estado de silencio y de impotencia, porque por su propio ser y por su nacimiento eterno, El es el Poderío, la Palabra y la Sabiduría de su Padre. Reconociendo entonces lo que El es en la Divinidad, contemplemos lo que se digna ser en nuestra humanidad, y veamos cuánto será el poderío de su amor y la grandeza de su bondad que le han reducido a este estado de pequeñeces y de impotencia. Adoremos, admiremos un estado tan abyecto y un ser tan grande y una tal debilidad y un tal poder.
2.- Me gustaría mucho más oír hablar de Jesús, que hablar de El: este estado de silencio que veo en Jesús me arrebata y me atrae en silencio, como veo también que arrebató entonces y atrajo en silencio a su Muy Santa Madre. Elegiría con mayor voluntad estar en compañía de - Jesús y de María, en su silencio, que con todo el resto del cielo y de la tierra, que incluso con todos aquellos que, en provecho del Evangelio, hablan tan elevada y divinamente de las maravillas que han acontecido en esos días. Ese silencio sacralizado es más propio para honrar cosas tan grandes y tan profundas, y para reverenciar dignamente las grandezas ocultas de Jesús en sus abajamientos, su dignidad velada por nuestra humanidad, sin poder y sabiduría increadas, cubiertas por la impotencia y la puerilidad que nuestros ojos perciben.
EL SILENCIO DE LA VIRGEN
3.- Así es también la participación de la Virgen en este tiempo santo de permanecer en silencio: es su estado; es su camino, es su vida. Su vida es una vida de silencio que adora la Palabra Eterna. Viendo delante de sus ojos, en su seno, en sus brazos a esta misma Palabra, la Palabra sustancial del Padre, ser enmudecida y seducida al silencio por el estado de su infancia, ella entra en un nuevo silencio y es allí transformada a ejemplo del Verbo Encarnado que es el Hijo, su Dios y su único amor. Su vida transcurre así de silencio en silencio, de silencio de adoración a silencio de transformación, su espíritu y sus sentidos cooperan igualmente en formar y perpetuar en ella esta vida de silencio.
Sin embargo, un sujeto tan grande, tan presente y tan propio a ella sería muy digno de sus palabras y de sus alabanzas. ¿A quién pertenece más Jesús que a María, que es su Madre? Y, esto que no conviene sino a ella, ella es su Madre sin padre en la tierra, como Dios es su Padre sin madre en el Cielo. ¿Quién entonces tiene más derecho de hablar que Ella, que Ella que le hace de padre y de madre a la vez, y no comparte con nadie la nueva substancia de la cual El la ha revestido? ¿Quién conoce mejor el estado, las grandezas, los abajamientos de Jesús que María, en quien El ha reposado nueve meses y de la cual ha tomado ese pequeño cuerpo que cubre el esplendor de la divinidad, como una nube ligera que tapa un sol, y como un velo delicado que nos oculta el verdadero santuario? ¿Quién hablaría más dignamente, más altamente, más divinamente de cosas tan grandes, tan profundas, tan divinas, que aquella que es la Madre del Verbo Eterno, en la cual y por la cual estas cosas incluso han acontecido y que es la única persona que la Trinidad ha escogido y adherido a sí para operar estas maravillas?
Y, sin embargo, ella está en silencio, arrebatada por el silencio de su Hijo Jesús. Es uno de los efectos sagrados y divinos el introducir a la muy Santa Madre de Jesús en una vida de silencio, silencio humilde, profundo, adorando más santamente y más elocuentemente la Sabiduría encarnada que las palabras de los hombres o de los ángeles. Este silencio de la Virgen no es un silencio de balbuceo y de impotencia, es un silencio de luz y de arrobamiento, es un silencio más elocuente en las alabanzas a Jesús, que la elocuencia misma. Es un efecto poderoso y divino en el orden de la gracia, es decir, un silencio operado por el silencio de Jesús que imprime este divino efecto en su Madre, que la atrae a sí en su propio silencio, y que absorbe en su divinidad toda palabra y pensamiento de su creatura.
JESÚS Y MARÍA SOLOS EN EL SILENCIO
Así también es una maravilla el ver que en esta etapa de silencio y de infancia de Jesús, todo el mundo hable y María no diga palabra: el silencio de Jesús tiene mucho más poder para tenerlo en un silencio sagrado que las palabras de los ángeles y de los santos. No tienen la fuerza de traerla a conversación y hacerla hablar de cosas tan dignas y laudables que el cielo y la tierra unánimemente celebran y adoran. Los ángeles hablan allí, y entre ellos mismos y con los pastores, y María está en silencio. Los pastores corren y hablan; María está en reposo y en silencio. Llegan los reyes, hablan y hacen hablar a toda la ciudad, todo el Estado, todo el Sacro Sínodo de Judea; María está en retiro y en silencio. Todo el estado está conmovido, cada uno se asombra y habla del nuevo Rey buscado por los reyes; María se encuentra en tranquilidad y en su sagrado silencio. Simeón habla en el Templo y Ana la profetisa y todos aquellos que esperan la salvación de Israel; María ofrece, da, recibe, lleva a su hijo en silencio: tan así tiene el silencio de Jesús, el poder y la impresión secreta sobre el espíritu y el corazón de la Virgen y la tiene poderosamente y divinamente ocupada y arrebatada en silencio.
Porque por todo el tiempo de su infancia, no tenemos sino estas palabras que nos informan de la conducta de la Virgen, de su piedad en el cuidado de su Hijo, de cosas que son dichas de él y cumplidas en El: "María conservaba consigo estos recuerdos y los meditaba en su corazón" (Lc 2,19). He aquí el estado y la ocupación de la Virgen, he aquí su ejercicio y su vida al cuidado de Jesús durante su santa infancia.
ES POR DEBER QUE BÉRULLE HABLA
4.- A su ejemplo yo quisiera ser y vivir en silencio y conservarlo a su imitación. Pero yo no me poseo y debo conducirme según mis deberes y no según mis propios pensamientos. Mi deber y mi condición me obligan a hablarle, y entre nosotros yo no puedo hablar sino es de Jesús. El es nuestra vida, nuestra salud y lo que nos colma. Y ya que este santo tiempo, el tiempo propio del Verbo encarnado, está destinado a honrar su advenimiento y sus primeros misterios, consagro mi espíritu y mi lengua a un sujeto tan digno. Quiero hablarle de su advenimiento y de sus primeros pasos en el mundo. Porque soy deudor de todos; quiero hablar a todos, y hablaré a aquellos de los cuales me siento alejado, nos servirán como vías por las cuales los ausentes se hacen presentes, para hablarse mutuamente y entretenerse juntos.
EL REINADO DE DIOS SOBRE LA TIERRA
5.- Yo os diría además que. el Consejo más grande que haya jamás habido en el secreto de la Divinidad, es el que el Padre eterno tuvo acerca de su Hijo para enviarlo al mundo. Se trata de un asunto de Estado; y el más grande asunto del mayor Estado que habrá jamás. Se trata de un asunto que trata del Estado del Hijo de Dios fuera del de su Padre. Se trata de un asunto acerca del estado del cielo y de la tierra, se trata de un asunto de Estado que tiene que ver con Dios mismo. En este negocio se trata del reinado de Dios: ya que Dios que reina en sí mismo y en su unidad propia quiere reinar fuera de sí mismo y en la diversidad de sus creaturas. Quiere llenar el cielo y la tierra de su grandeza, quiere establecer sobre la tierra un reinado celeste; quiere crear un reinado que debe romper y reunir todos los reinados del mundo; en un reinado, digo, que debe durar eternamente como él es eterno, ya que a un rey divino y eterno corresponde un reinado eterno y divino.
Ese reinado comienza en este misterio que porta el estado, y el estado eterno del Hijo de Dios hecho hombre, en medio de los ángeles y los hombres, a la vista de la tierra y del cielo, es el estado, la obra y el misterio donde Dios reina y por el cual él reina en sus creaturas. ¿Quién no adorará, quién no se arrebatará fuera de sí mismo ante la idea de tan gran Consejo para tan grande asunto? ¿Quién no se aplicará a un tema tan grande y universal, que concierne al envío del Hijo de Dios al universo para el bien del universo? Este envío es ordenado por el Padre eterno y acatado por su Hijo Unico; las dos primeras personas de la Divinidad. En este envío se trata de la Sabiduría increada pero encarnada; de- la Virtud del Padre, pero cubierta con nuestra debilidad; del Rey de los siglos pero nacido en el tiempo, del Señor de los ángeles, del Salvador de los hombres, pero hecho oprobio de los hombres y fugado a Egipto. El tema es común a todos y propio de todos: El es Altísimo pero se abaja a todos; tema grande, alto, inefable, pero útil a todos y aplicable a todos. Los sabios, los reyes, las gentes, los grandes y pequeños, los hombres y los ángeles, tienen parte en este tema; él es accesible (doméstico) a todos, y maldición eterna para todos aquellos a quienes les será extraño.
ESTEMOS ATENTOS A LOS DESIGNIOS DE DIOS
Estemos entonces atentos a este objeto y hagámosle familiar a nuestros sentidos y a nuestro espíritu: nunca nos aplicaremos a cosa mas grande ni más útil, más alta ni más profunda ni sublime, más familiar ni más deliciosa. Veamos que el Hijo único de Dios, por voluntad del Padre viene al mundo para la salvación del mundo. En este grande y feliz viaje de una persona de tan grande estima y por un tan grande designio, ¿quién no estará atento a la menor circunstancia?, ¿quién tendrá nada de pequeño donde todo es tan grande, donde cada cosa por pequeña qué sea toca tan de cerca a la Divinidad misma?, ¿quién no observará con voluntad los pasos de aquel que llega y que es esperado por tantos siglos? ¿Cuál será el bienaventurado lugar donde tenga sus primeras moradas y su primer retiro? Estos eran los deseos de quien en el Cantar se interroga tan ansiosamente por el arribo, morada y los momentos de su bien amado: "Dime, entonces, ¿a quién ama tu corazón, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía?" (Cant 1,6). Ella lo buscaba, lo esperaba en el esplendor del mediodía, y él quería venir al alba y a la aurora de la mañana. Estos deben ser nuestros primeros cuidados y pensamientos. Este será también uno de los primeros temas de este discurso.
HUMILDAD DE JESÚS
6.- El Hijo de Dios se anonada de cierta manera, y toma las prendas y el estado de Servidor, como ya ha tomado la naturaleza y el Padre quiere que en ese mismo abajamiento él permanezca en su calidad y dignidad de Hijo y de Soberano. Ya que el hijo se complace tanto en este abajamiento, el Padre le acuerda que le pida poder sobre el universo, ya que pedir es propio de su condición nueva y baja; y que le sea concedido, ya que es un poder que conviene a su condición natural y personal, a una humanidad deificada, es decir, elevada al seno de la divinidad. Jesús, entonces, se lo pide y lo recibe.
Aquel a quien ves tendido en un pesebre es el soberano del Universo, y recibe el poder y las patentes en esta cuna. Este, su poder, será pronto reconocido por hombres y ángeles, pastores y magos, en fin por todo el universo. Pero Jesús por una humildad constante y nueva, recibiendo el nuevo derecho de este poder, se priva al mismo tiempo de su uso, para salvación de los hombres y gloria de su Padre. Esta privación es tanto más alta cuanto va unida a una dignidad tan grande. Y no obstante este poder suyo, habita en el establo, en el pesebre, entre el buey y el asno, tan perseverante en su abajamiento como es perseverante en su grandeza: ya que el uno va unido a la otra, ninguno es anulado por el otro.
LA ALIANZA DEL HIJO DE DIOS CON NUESTRA NATURALEZA
7.- El viaje está señalado: es el Padre Eterno quien lo ordena y envía a "aquel que debe venir". Es su propio Hijo quien viene y es enviado por El: las dos Primeras Personas de la Divinidad. ¿Quién no será curioso para observar los pasos y paradas de aquel que es tan deseado, tan esperado, y cuyo advenimiento tan saludable? ¿Quién no estará deseoso de contemplarle en su advenimiento y observar sus primeros pasos en este viaje bienaventurado?
Al venir al mundo da sus primeros pasos en Nazaret. El Hijo Unico de Dios que viene al Universo, por el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres, y toda creatura, queriendo sin embargo hacerse hombre e Hijo del Hombre, y no ángel; quiere también comenzar a unir, no en el cielo sino en la tierra, no entre los ángeles, sino entre los hombres. Mira desde lo más alto del cielo la redondez de la tierra y escoge este hemisferio para nacer allí y poner allí su morada. Dentro de ese hemisferio mira la Judea, como su tierra donde habita su nombre, es conocido como la tierra donde habita su pueblo que le sirve y espera, pueblo del cual y en medio del cual quiere nacer, en la Judea y en la Galilea. Su primer paso es en Nazaret y su primera morada es la Virgen de Nazaret.
Es el primer paso del Hijo de Dios que viene al mundo, es su primera morada tomar carne de la Virgen y reposar en su vientre por nueve meses cumplidos. Allí El se da a la naturaleza; Dios está aquí enclaustrado en el seno de la Virgen, y la tierra no toma aquí parte alguna.
Está más en la Virgen que vive sobre la tierra que sobre la tierra, porque sólo la Virgen toma parte aquí y no forma todavía parte distinta y separada de ella.
Es necesario pasar adelante y avanzar en este viaje. Señalemos cuál será el segundo paso del Hijo de Dios en este mundo: se trata de Belén, que pasando Galilea en la tierra de Judá en la ciudad de David; El se hará visible a nuestros ojos y se expondrá a la vista y al gozo de su pueblo; los ángeles se rinden a sus píes, los pastores acuden y los reyes se acercan (1).
Traducción del francés: Alfredo Draxl.
Tomado de la Revista «Vida y Espiritualidad» (VE), n. 9 (enero-abril 1988), pp. 61-72.
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Converse con Jesús
Miguel el 15-09-2007, 19:48 (UTC) | | Converse con Jesús todos los días durante 9 días
Jesús mío, en vos deposito mi confianza, Vos
Sabes todo, Padre y Señor del Universo,
Sos el Rey de los Reyes; Vos que hiciste al
Paralítico caminar, al muerto vivir, al leproso
Sanar. Vos que ves mis angustias y mis lágrimas
Bien sabes Divino Amigo como necesito alcanzar
De vos esta Gracia (se pide la Gracia con Fé) .
Mi conversación con vos me llena de ánimo y
Alegría para vivir solo de Vos; espero con fé y
Confianza (se pide la Gracia con Fé).
Has Divino amigo Jesús, que antes de terminar
Esta conversación que tendré contigo durante nueve
Días, alcance esta Gracia que pido con mucha Fé.
Como gratificación mandaré imprimir cien oraciones
Para otros que necesitados de vos, aprendan a tener
Confianza en tu misericordia.
Dejaré las oraciones en los Templos para divulgarlas, e
Ilumina mis pasos así como el sol ilumina todos los días
El amanecer y atestigua nuestra conversación.
Jesucristo, Señor de la historia, mi confianza en vos, cada
Vez más aumentará mi Fé
Converse con Jesús todos los días durante 9 días
Jesús mío, en vos deposito mi confianza, Vos
Sabes todo, Padre y Señor del Universo,
Sos el Rey de los Reyes; Vos que hiciste al
Paralítico caminar, al muerto vivir, al leproso
Sanar. Vos que ves mis angustias y mis lágrimas
Bien sabes Divino Amigo como necesito alcanzar
De vos esta Gracia (se pide la Gracia con Fé) .
Mi conversación con vos me llena de ánimo y
Alegría para vivir solo de Vos; espero con fé y
Confianza (se pide la Gracia con Fé).
Has Divino amigo Jesús, que antes de terminar
Esta conversación que tendré contigo durante nueve
Días, alcance esta Gracia que pido con mucha Fé.
Como gratificación mandaré imprimir cien oraciones
Para otros que necesitados de vos, aprendan a tener
Confianza en tu misericordia.
Dejaré las oraciones en los Templos para divulgarlas, e
Ilumina mis pasos así como el sol ilumina todos los días
El amanecer y atestigua nuestra conversación.
Jesucristo, Señor de la historia, mi confianza en vos, cada
Vez más aumentará mi Fé
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Calibrar la mirada
Miguel el 15-09-2007, 19:48 (UTC) | | Calibrar la mirada con la prudencia y el discernimiento
La acción del Espíritu Santo en la Iglesia contemporánea
Tiempo del Espíritu
El Espíritu Santo, por mucho tiempo ha sido "el gran desconocido", pero, desde el Concilio, y gracias al movimiento de renovación carismática, ha vuelto a circular con fuerza en la Iglesia. Dos formidables aliados - la prudencia y el discernimiento - acompañan su acción discreta, silenciosa, en las personas y en las instituciones, y permiten, a quienes los aprovechan debidamente, encausar sus vidas y recoger frutos abundantes. Y en ellos sería difícil separar lo que es propio del Espíritu y lo que es del hombre. Es un fenómeno que se da mucho en los "santos": hombres y mujeres, aparentemente frágiles, con pocos recursos, realizan obras inmensas y duraderas, en bien de la gente necesitada. Pensemos en Don Bosco, Don Orione, Madre Tránsito Cabanillas, Alberto Hurtado, Santiago Alberione y en los tan mentados Padre Pío y Madre Teresa de Calcuta.
Los "dones" del Espíritu: personas e instituciones
El Espíritu Santo es "don" por excelencia y es "fuente viva" y "dador" de los dones de Dios. Éstos son tan abundantes y variados que, en muchísimos casos, es muy difícil reconocerlos a simple vista. Ya san Pablo exhortaba a sus comunidades a "discernir" los que realmente son "dones" del Espíritu (carismas) y los que no lo son; y luego decidirse: "Pruébenlo todo y retengan lo bueno". El discernimiento se hace necesario ante situaciones complejas y difíciles, y es tarea de la legítima autoridad: ver, analizar, intentar caminos, ensayar soluciones, ponderar posibles consecuencias… Y luego decidir.
El discernimiento es necesario en todo los ámbitos personales e institucionales – so pena de equivocarse - y también se da en la Iglesia, en las instancias más altas, como en los Papas. Llamados por el Espíritu Santo a ser guías de la Iglesia, con mucha frecuencia, en situaciones riesgosas, cuentan, ciertamente, con la ayuda de lo alto, pero tienen también que apelar a sus habilidades humanas – no exentas de tentaciones, de peligros, de dudas, de miedos, de engaños - para discernir en la verdad los signos de los tiempos, ponderar los riesgos (¡prudencia!), dar con las soluciones necesarias, e implementar los recursos oportunos.
El Espíritu, agente de los cambios
La historia de la Iglesia contemporánea ofrece ejemplos aleccionadores en este sentido y, en ciertos casos, de verdaderas "conversiones". Indico algunos:
El papa León XIII (1878-1903), es recordado por la encíclica Rerum Novarum (1891), con la cual la Iglesia entra de lleno en la "cuestión social", asumiendo la defensa y la promoción de los obreros. Pero, al comienzo de su pontificado, ese mismo Papa miraba al movimiento popular como a un fenómeno "turbio", manejado por la propaganda social comunista. Tuvieron que pasar trece largos años, ante que madurara en él una postura abierta y más evangélica. El mismo León XIII, inspirado por la Hermana Elena Guerra – "la mujer de Pentecostés" -, nos regaló la primera encíclica sobre el Espíritu Santo en 1897.
Pocas personas habrán tenido que utilizar tanto la virtud de la prudencia y el don del discernimiento, como el papa Pío XII (1939-1958) por los tiempos y las situaciones que les tocaron: el comunismo marxista triunfante, el ateismo en expansión, la iglesia del silencio, la familia herida, las nuevas fronteras de las ciencias, el nuevo orden mundial, el peligro de un conflicto atómico... Le tocó "condenar" a movimientos de cuño materialista y a teólogos católicos de renombre, a pesar de haber reconocido como necesaria la "pública opinión" en la sociedad y en la Iglesia. Es el margen humano que, a pesar de todo, puede derivar en error.
El de Juan XXIII (1958-1963) fue un pontificado breve, con abundantes dones del Espíritu. En primer lugar, la convocación del Concilio Ecuménico Vaticano II. Un papa prudente como ninguno y "lanzado hacia delante"; humilde, candoroso y en constante discernimiento de los signos de los tiempos. Pronto comprendió que el Concilio lo guiaba el Espíritu Santo y no él. Y eso lo llevó a retirar y hacer cambiar los "esquemas" preparados de antemano: ya no respondían a las exigencias de las situaciones… Y el Espíritu orientó el Concilio. Realmente en su acción, se conjugaron bellamente la sabiduría del hombre de Dios y el discernimiento del buen Pastor. ¡Bromas del Espíritu Santo!
Pablo VI (1963-1978), a primera vista, fue "prudente" en exceso. Pero a un periodista francés le contestó: "Tengo derecho a pensar". No le fue fácil recoger la herencia del Concilio y su aplicación. Su gran capacidad de discernimiento lo ayudó a sortear obstáculos de todo tipo, y abrir rutas antes impensables. Tuvo que decir, luego de mucho estudio, mucha oración, unos cuantos "no" que lo hicieron muy impopular (Humanae vitae, celibato eclesiástico, el caso Lefebvre…). Su amor apasionado a la Iglesia, a Jesucristo, su capacidad de sufrimiento silencioso, lo hicieron salir airoso de todos esos embates. Hombre de comunión, suplicaba a los progresistas de moderar el paso y a los conservadores de apresurarlo, para caminar juntos, en comunión. Hombre de diálogo, quiso que la Iglesia "se hiciera diálogo" con todos, en el respeto y la confianza mutua. Fue prudente y abierto. Supo accionar sabiamente el motor y el freno. Hoy se le reconoce como el "primer Papa moderno", interprete y buen samaritano del hombre contemporáneo. Devotísimo del Espíritu Santo lo llamó "agente principal de la evangelización" (EN n. 75).
Con Juan Pablo II hacia el tercer milenio
Juan Pablo II es elegido en 1978, y le ha tocado un mundo mediático, conflictivo, indiferente, huérfano de valores y en sumo grado secularizado. En ese mundo, ha afirmado con fuerza, claridad y constancia la "identidad" cristiana. Con prudencia y discernimiento, ha fomentado el diálogo ecuménico, intercultural e interreligioso, sin menoscabo de la identidad católica. No le teme a la impopularidad: lo guía la fidelidad al Evangelio. Ha asumido, con vigor y lealtad, los nuevos problemas planteados por la bioética, la ecología, el terrorismo, el sida, la superpoblación… Al Espíritu Santo – "Señor y dador de vida" - le ha dedicado una enjundiosa encíclica y un año entero en la preparación al Gran Jubileo del 2000. Confiado en su luz y en su fuerza, armado de una acrisolada prudencia, y un hondo discernimiento de los signos de nuestro tiempo, ha recogido el mandato de Jesús a Pedro: "¡Rema mar adentro!", y así nos lo ha comunicado a la Iglesia: "¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos. El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino… Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza que no defrauda (Rom 5,5)" (NMI 58).
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