Redemptionis Sacramentum
Miguel el 15-09-2007, 17:47 (UTC)
 INSTRUCCIÓN
Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar
acerca de la Santísima Eucaristía

PROEMIO

[1.] El Sacramento de la Redención, que la Madre Iglesia confiesa con firme fe y recibe con alegría, celebra y adora con veneración, en la santísima Eucaristía, anuncia la muerte de Jesucristo y proclama su resurrección, hasta que Él vuelva en gloria, como Señor y Dominador invencible, Sacerdote eterno y Rey del universo, y entregue al Padre omnipotente, de majestad infinita, el reino de la verdad y la vida.

[2.] La doctrina de la Iglesia sobre la santísima Eucaristía ha sido expuesta con sumo cuidado y la máxima autoridad, a lo largo de los siglos, en los escritos de los Concilios y de los Sumos Pontífices, puesto que en la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, que es Cristo, nuestra Pascua, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, y cuya fuerza alienta a la Iglesia desde los inicios. Recientemente, en la Carta Encíclica «Ecclesia de Eucharistia», el Sumo Pontífice Juan Pablo II ha expuesto de nuevo algunos principios sobre esta materia, de gran importancia eclesial para nuestra época.
Para que también en los tiempos actuales, tan gran misterio sea debidamente protegido por la Iglesia, especialmente en la celebración de la sagrada Liturgia, el Sumo Pontífice mandó a esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que, en colaboración con la Congregación para la Doctrina de la Fe, preparara esta Instrucción, en la que se trataran algunas cuestiones referentes a la disciplina del sacramento de la Eucaristía. Por consiguiente, lo que en esta Instrucción se expone, debe ser leído en continuidad con la mencionada Carta Encíclica «Ecclesia de Eucharistia».
Sin embargo, la intención no es tanto preparar un compendio de normas sobre la santísima Eucaristía sino más bien retomar, con esta Instrucción, algunos elementos de la normativa litúrgica anteriormente enunciada y establecida, que continúan siendo válidos, para reforzar el sentido profundo de las normas litúrgicas e indicar otras que aclaren y completen las precedentes, explicándolas a los Obispos, y también a los presbíteros, diáconos y a todos los fieles laicos, para que cada uno, conforme al propio oficio y a las propias posibilidades, las puedan poner en práctica.

[3.] Las normas que se contienen en esta Instrucción se refieren a cuestiones litúrgicas concernientes al Rito romano y, con las debidas salvedades, también a los otros Ritos de la Iglesia latina, aprobados por el derecho.

[4.] «No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el santo Sacrificio del altar». Sin embargo, «no faltan sombras». Así, no se puede callar ante los abusos, incluso gravísimos, contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también contra la tradición y autoridad de la Iglesia, que en nuestros tiempos, no raramente, dañan las celebraciones litúrgicas en diversos ámbitos eclesiales. En algunos lugares, los abusos litúrgicos se han convertido en una costumbre, lo cual no se puede admitir y debe terminarse.

[5.] La observancia de las normas que han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón. La mera observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada Liturgia, con la que Cristo quiere congregar a su Iglesia, y con ella formar «un sólo cuerpo y un sólo espíritu». Por esto la acción externa debe estar iluminada por la fe y la caridad, que nos unen con Cristo y los unos a los otros, y suscitan en nosotros la caridad hacia los pobres y necesitados. Las palabras y los ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón. Cuanto se dice en esta Instrucción, intenta conducir a esta conformación de nuestros sentimientos con los sentimientos de Cristo, expresados en las palabras y ritos de la Liturgia.

[6.] Los abusos, sin embargo, «contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento». De esta forma, también se impide que puedan «los fieles revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron». Conviene que todos los fieles tengan y realicen aquellos sentimientos que han recibido por la pasión salvadora del Hijo Unigénito, que manifiesta la majestad de Dios, ya que están ante la fuerza, la divinidad y el esplendor de la bondad de Dios , especialmente presente en el sacramento de la Eucaristía.

[7.] No es extraño que los abusos tengan su origen en un falso concepto de libertad. Pero Dios nos ha concedido, en Cristo, no una falsa libertad para hacer lo que queramos, sino la libertad para que podamos realizar lo que es digno y justo. Esto es válido no sólo para los preceptos que provienen directamente de Dios, sino también, según la valoración conveniente de cada norma, para las leyes promulgadas por la Iglesia. Por ello, todos deben ajustarse a las disposiciones establecidas por la legítima autoridad eclesiástica.

[8.] Además, se advierte con gran tristeza la existencia de «iniciativas ecuménicas que, aún siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe». Sin embargo, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones». Por lo que conviene corregir algunas cosas y definirlas con precisión, para que también en esto «la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio».

[9.] Finalmente, los abusos se fundamentan con frecuencia en la ignorancia, ya que casi siempre se rechaza aquello de lo que no se comprende su sentido más profundo y su antigüedad. Por eso, con su raíz en la misma Sagrada Escritura, «las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y de ella reciben su significado las acciones y los signos». Por lo que se refiere a los signos visibles «que usa la sagrada Liturgia, han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar las realidades divinas invisibles». Justamente, la estructura y la forma de las celebraciones sagradas según cada uno de los Ritos, sea de la tradición de Oriente sea de la de Occidente, concuerdan con la Iglesia Universal y con las costumbres universalmente aceptadas por la constante tradición apostólica, que la Iglesia entrega, con solicitud y fidelidad, a las generaciones futuras. Todo esto es sabiamente custodiado y protegido por las normas litúrgicas.

[10.] La misma Iglesia no tiene ninguna potestad sobre aquello que ha sido establecido por Cristo, y que constituye la parte inmutable de la Liturgia. Pero si se rompiera este vínculo que los sacramentos tienen con el mismo Cristo, que los ha instituido, y con los acontecimientos en los que la Iglesia ha sido fundada, nada aprovecharía a los fieles, sino que podría dañarles gravemente. De hecho, la sagrada Liturgia está estrechamente ligada con los principios doctrinales, por lo que el uso de textos y ritos que no han sido aprobados lleva a que disminuya o desaparezca el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi.

[11.] El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande «para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal». Quien actúa contra esto, cediendo a sus propias inspiraciones, aunque sea sacerdote, atenta contra la unidad substancial del Rito romano, que se debe cuidar con decisión, y realiza acciones que de ningún modo corresponden con el hambre y la sed del Dios vivo, que el pueblo de nuestros tiempos experimenta, ni a un auténtico celo pastoral, ni sirve a la adecuada renovación litúrgica, sino que más bien defrauda el patrimonio y la herencia de los fieles. Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos, en que frecuentemente la vida cristiana sufre el ambiente, muy difícil, de la «secularización».

[12.] Por otra parte, todos los fieles cristianos gozan del derecho de celebrar una liturgia verdadera, y especialmente la celebración de la santa Misa, que sea tal como la Iglesia ha querido y establecido, como está prescrito en los libros litúrgicos y en las otras leyes y normas. Además, el pueblo católico tiene derecho a que se celebre por él, de forma íntegra, el santo sacrificio de la Misa, conforme a toda la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. Finalmente, la comunidad católica tiene derecho a que de tal modo se realice para ella la celebración de la santísima Eucaristía, que aparezca verdaderamente como sacramento de unidad, excluyendo absolutamente todos los defectos y gestos que puedan manifestar divisiones y facciones en la Iglesia.

[13.] Todas las normas y recomendaciones expuestas en esta Instrucción, de diversas maneras, están en conexión con el oficio de la Iglesia, a quien corresponde velar por la adecuada y digna celebración de este gran misterio. De los diversos grados con que cada una de las normas se unen con la norma suprema de todo el derecho eclesiástico, que es el cuidado para la salvación de las almas, trata el último capítulo de la presente Instrucción.

CAPÍTULO I
LA ORDENACIÓN DE LA SAGRADA LITURGIA



[14.] «La ordenación de la sagrada Liturgia es de la competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo».

[15.] El Romano Pontífice, «Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra... tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente», aún comunicando con los pastores y los fieles.

[16.] Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada Liturgia de la Iglesia universal, editar los libros litúrgicos, revisar sus traducciones a lenguas vernáculas y vigilar para que las normas litúrgicas, especialmente aquellas que regulan la celebración del santo Sacrificio de la Misa, se cumplan fielmente en todas partes.

[17.] «La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos trata lo que corresponde a la Sede Apostólica, salvo la competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, respecto a la ordenación y promoción de la sagrada liturgia, en primer lugar de los sacramentos. Fomenta y tutela la disciplina de los sacramentos, especialmente en lo referente a su celebración válida y lícita». Finalmente, «vigila atentamente para que se observen con exactitud las disposiciones litúrgicas, se prevengan sus abusos y se erradiquen donde se encuentren». En esta materia, conforme a la tradición de toda la Iglesia, destaca el cuidado de la celebración de la santa Misa y del culto que se tributa a la Eucaristía fuera de la Misa.

[18.] Los fieles tienen derecho a que la autoridad eclesiástica regule la sagrada Liturgia de forma plena y eficaz, para que nunca sea considerada la liturgia como «propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios».


1. EL OBISPO DIOCESANO, GRAN SACERDOTE DE SU GREY

[19.] El Obispo diocesano, primer administrador de los misterios de Dios en la Iglesia particular que le ha sido encomendada, es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica. Pues «el Obispo, por estar revestido de la plenitud del sacramento del Orden, es "el administrador de la gracia del supremo sacerdocio" , sobre todo en la Eucaristía, que él mismo celebra o procura que sea celebrada , y mediante la cual la Iglesia vive y crece continuamente».

[20.] La principal manifestación de la Iglesia tiene lugar cada vez que se celebra la Misa, especialmente en la iglesia catedral, «con la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios, [...] en una misma oración, junto al único altar, donde preside el Obispo» rodeado por su presbiterio, los diáconos y ministros. Además, «toda legítima celebración de la Eucaristía es dirigida por el Obispo, a quien ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religión cristiana y de reglamentarlo en conformidad con los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia, precisadas más concretamente para su diócesis según su criterio».

[21.] En efecto, «al Obispo diocesano, en la Iglesia a él confiada y dentro de los límites de su competencia, le corresponde dar normas obligatorias para todos, sobre materia litúrgica». Sin embargo, el Obispo debe tener siempre presente que no se quite la libertad prevista en las normas de los libros litúrgicos, adaptando la celebración, de modo inteligente, sea a la iglesia, sea al grupo de fieles, sea a las circunstancias pastorales, para que todo el rito sagrado universal esté verdaderamente acomodado al carácter de los fieles.

[22.] El Obispo rige la Iglesia particular que le ha sido encomendada y a él corresponde regular, dirigir, estimular y algunas veces también reprender , cumpliendo el ministerio sagrado que ha recibido por la ordenación episcopal, para edificar su grey en la verdad y en la santidad. Explique el auténtico sentido de los ritos y de los textos litúrgicos y eduque en el espíritu de la sagrada Liturgia a los presbíteros, diáconos y fieles laicos, para que todos sean conducidos a una celebración activa y fructuosa de la Eucaristía, y cuide igualmente para que todo el cuerpo de la Iglesia, con el mismo espíritu, en la unidad de la caridad, pueda progresar en la diócesis, en la nación, en el mundo.

[23.] Los fieles «deben estar unidos a su Obispo como la Iglesia a Jesucristo, y como Jesucristo al Padre, para que todas las cosas se armonicen en la unidad y crezcan para gloria de Dios». Todos, incluso los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y todas las asociaciones o movimientos eclesiales de cualquier genero, están sometidos a la autoridad del Obispo diocesano en todo lo que se refiere a la liturgia, salvo las legítimas concesiones del derecho. Por lo tanto, compete al Obispo diocesano el derecho y el deber de visitar y vigilar la liturgia en las iglesias y oratorios situados en su territorio, también aquellos que sean fundados o dirigidos por los citados institutos religiosos, si los fieles acuden a ellos de forma habitual.

[24.] El pueblo cristiano, por su parte, tiene derecho a que el Obispo diocesano vigile para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente en el ministerio de la palabra, en la celebración de los sacramentos y sacramentales, en el culto a Dios y a los santos.

[25.] Las comisiones, consejos o comités, instituidos por el Obispo, para que contribuyan a «promover la acción litúrgica, la música y el arte sacro en su diócesis», deben actuar según el juicio y normas del Obispo, bajo su autoridad y contando con su confirmación; así cumplirán su tarea adecuadamente y se mantendrá en la diócesis el gobierno efectivo del Obispo. De estos organismos, de otros institutos y de cualquier otra iniciativa en materia litúrgica, después de cierto tiempo, resulta urgente que los Obispos indaguen si hasta el momento ha sido fructuosa su actividad, y valoren atentamente cuáles correcciones o mejoras se deben introducir en su estructura y en su actividad, para que encuentren nueva vitalidad. Se tenga siempre presente que los expertos deben ser elegidos entre aquellos que sean firmes en la fe católica y verdaderamente preparados en las disciplinas teológicas y culturales.


2. LA CONFERENCIA DE OBISPOS

[26.] Esto vale también para las comisiones de la misma materia, que, vivamente deseadas por el Concilio, son instituidas por la Conferencia de Obispos y de la cual es necesario que sean miembros los Obispos, distinguiéndose con claridad de los ayudantes peritos. Cuando el número de los miembros de la Conferencia de Obispos no sea suficiente para que se elijan de entre ellos, sin dificultad, y se instituya la comisión litúrgica, nómbrese un consejo o grupo de expertos que, en cuanto sea posible y siempre bajo la presidencia de un Obispo, desempeñen estas tareas; evitando, sin embargo, el nombre de «comisión litúrgica».

[27.] La interrupción de todos los experimentos sobre la celebración de la santa Misa, ha sido notificada por la Santa Sede ya desde el año 1970 y nuevamente se repitió, para recordarlo, en el año 1988. Por lo tanto, cada Obispo y la misma Conferencia no tienen ninguna facultad para permitir experimentos sobre los textos litúrgicos o sobre otras cosas que se indican en los libros litúrgicos. Para que se puedan realizar en el futuro tales experimentos, se requiere el permiso de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que lo concederá por escrito, previa petición de la Conferencia de Obispos. Pero esto no se concederá sin una causa grave. Por lo que se refiere a la enculturación en materia litúrgica, se deben observar, estricta e íntegramente, las normas especiales establecidas.

[28.] Todas las normas referentes a la liturgia, que la Conferencia de Obispos determine para su territorio, conforme a las normas del derecho, se deben someter a la recognitio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin la cual, carecen de valor legal.


3. LOS PRESBÍTEROS

[29.] Los presbíteros, como colaboradores fieles, diligentes y necesarios, del orden Episcopal, llamados para servir al Pueblo de Dios, constituyen un único presbiterio con su Obispo, aunque dedicados a diversas funciones. «En cada una de las congregaciones locales de fieles representan al Obispo, con el que están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercen en el diario trabajo». Y, «por esta participación en el sacerdocio y en la misión, los presbíteros reconozcan verdaderamente al Obispo como a padre suyo y obedézcanle reverentemente». Además, «preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia».

[30.] Grande es el ministerio «que en la celebración eucarística tienen principalmente los sacerdotes, a quienes compete presidirla in persona Christi, dando un testimonio y un servicio de comunión, no sólo a la comunidad que participa directamente en la celebración, sino también a la Iglesia universal, a la cual la Eucaristía hace siempre referencia. Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica después del Concilio Vaticano II, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar».

[31.] Coherentemente con lo que prometieron en el rito de la sagrada Ordenación y cada año renuevan dentro de la Misal Crismal, los presbíteros presidan «con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación». No vacíen el propio ministerio de su significado profundo, deformando de manera arbitraria la celebración litúrgica, ya sea con cambios, con mutilaciones o con añadidos. En efecto, dice San Ambrosio: «No en si, [...] sino en nosotros es herida la Iglesia. Por lo tanto, tengamos cuidado para que nuestras caídas no hieran la Iglesia». Es decir, que no sea ofendida la Iglesia de Dios por los sacerdotes, que tan solemnemente se han ofrecido, ellos mismos, al ministerio. Al contrario, bajo la autoridad del Obispo vigilen fielmente para que no sean realizadas por otros estas deformaciones.

[32.] «Esfuércese el párroco para que la santísima Eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial de fieles; trabaje para que los fieles se alimenten con la celebración piadosa de los sacramentos, de modo peculiar con la recepción frecuente de la santísima Eucaristía y de la penitencia; procure moverles a la oración, también en el seno de las familias, y a la participación consciente y activa en la sagrada liturgia, que, bajo la autoridad del Obispo diocesano, debe moderar el párroco en su parroquia, con la obligación de vigilar para que no se introduzcan abusos». Aunque es oportuno que las celebraciones litúrgicas, especialmente la santa Misa, sean preparadas de manera eficaz, siendo ayudado por algunos fieles, sin embargo, de ningún modo debe ceder aquellas cosas que son propias de su ministerio, en esta materia.

[33.] Por último, todos «los presbíteros procuren cultivar convenientemente la ciencia y el arte litúrgicos, a fin de que por su ministerio litúrgico las comunidades cristianas que se les han encomendado alaben cada día con más perfección a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo». Sobre todo, deben estar imbuidos de la admiración y el estupor que la celebración del misterio pascual, en la Eucaristía, produce en los corazones de los fieles.


4. LOS DIÁCONOS

[34.] Los diáconos, «que reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio» , hombres de buena fama , deben actuar de tal manera, con la ayuda de Dios, que sean conocidos como verdaderos discípulos de aquel «que no ha venido a ser servido sino a servir» y estuvo en medio de sus discípulos «como el que sirve». Y fortalecidos con el don del mismo Espíritu Santo, por la imposición de las manos, sirven al pueblo de Dios en comunión con el Obispo y su presbiterio. Por tanto, tengan al Obispo como padre, y a él y a los presbíteros, préstenles ayuda «en el ministerio de la palabra, del altar y de la caridad».

[35.] No dejen nunca de «vivir el misterio de la fe con alma limpia , como dice el Apóstol, y proclamar esta fe, de palabra y de obra, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia», sirviendo fielmente y con humildad, con todo el corazón, en la sagrada Liturgia que es fuente y cumbre de toda la vida eclesial, «para que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el Bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el Sacrificio y coman la cena del Señor». Por tanto, todos los diáconos, por su parte, empléense en esto, para que la sagrada Liturgia sea celebrada conforme a las normas de los libros litúrgicos debidamente aprobados.


CAPÍTULO II
LA PARTICIPACIÓN DE LOS FIELES LAICOS
EN LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA





1. UNA PARTICIPACIÓN ACTIVA Y CONSCIENTE

[36.] La celebración de la Misa, como acción de Cristo y de la Iglesia, es el centro de toda la vida cristiana, en favor de la Iglesia, tanto universal como particular, y de cada uno de los fieles, a los que «de diverso modo afecta, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual. De este modo el pueblo cristiano, “raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido”, manifiesta su orden coherente y jerárquico». «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo».

[37.] Todos los fieles, por el bautismo, han sido liberados de sus pecados e incorporados a la Iglesia, destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, para que por su sacerdocio real, perseverantes en la oración y en la alabanza a Dios, ellos mismos se ofrezcan como hostia viva, santa, agradable a Dios y todas sus obras lo confirmen, y testimonien a Cristo en todos los lugares de la tierra, dando razón a todo el que lo pida, de que en él está la esperanza de la vida eterna. Por lo tanto, también la participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía, y en los otros ritos de la Iglesia, no puede equivaler a una mera presencia, más o menos pasiva, sino que se debe valorar como un verdadero ejercicio de la fe y la dignidad bautismal.

[38.] Así pues, la doctrina constante de la Iglesia sobre la naturaleza de la Eucaristía, no sólo convival sino también, y sobre todo, como sacrificio, debe ser rectamente considerada como una de las claves principales para la plena participación de todos los fieles en tan gran Sacramento. «Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno».

[39.] Para promover y manifestar una participación activa, la reciente renovación de los libros litúrgicos, según el espíritu del Concilio, ha favorecido las aclamaciones del pueblo, las respuestas, salmos, antífonas, cánticos, así como acciones, gestos y posturas corporales, y el sagrado silencio que cuidadosamente se debe observar en algunos momentos, como prevén las rúbricas, también de parte de los fieles. Además, se ha dado un amplio espacio a una adecuada libertad de adaptación, fundamentada sobre el principio de que toda celebración responda a la necesidad, a la capacidad, a la mentalidad y a la índole de los participantes, conforme a las facultades establecidas en las normas litúrgicas. En la elección de los cantos, melodías, oraciones y lecturas bíblicas; en la realización de la homilía; en la preparación de la oración de los fieles; en las moniciones que a veces se pronuncian; y en adornar la iglesia en los diversos tiempos; existe una amplia posibilidad de que en toda celebración se pueda introducir, cómodamente, una cierta variedad para que aparezca con mayor claridad la riqueza de la tradición litúrgica y, atendiendo a las necesidades pastorales, se comunique diligentemente el sentido peculiar de la celebración, de modo que se favorezca la participación interior. También se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra.

[40.] Sin embargo, por más que la liturgia tiene, sin duda alguna, esta característica de la participación activa de todos los fieles, no se deduce necesariamente que todos deban realizar otras cosas, en sentido material, además de los gestos y posturas corporales, como si cada uno tuviera que asumir, necesariamente, una tarea litúrgica específica. La catequesis procure con atención que se corrijan las ideas y los comportamientos superficiales, que en los últimos años se han difundido en algunas partes, en esta materia; y despierte siempre en los fieles un renovado sentimiento de gran admiración frente a la altura del misterio de fe, que es la Eucaristía, en cuya celebración la Iglesia pasa continuamente «de lo viejo a lo nuevo» . En efecto, en la celebración de la Eucaristía, como en toda la vida cristiana, que de ella saca la fuerza y hacia ella tiende, la Iglesia, a ejemplo de Santo Tomás apóstol, se postra en adoración ante el Señor crucificado, muerto, sepultado y resucitado «en la plenitud de su esplendor divino, y perpetuamente exclama: ¡Señor mío y Dios mío!».

[41.] Son de gran utilidad, para suscitar, promover y alentar esta disposición interior de participación litúrgica, la asidua y difundida celebración de la Liturgia de las Horas, el uso de los sacramentales y los ejercicios de la piedad popular cristiana. Este tipo de ejercicios «que, aunque en el rigor del derecho no pertenecen a la sagrada Liturgia, tienen, sin embargo, una especial importancia y dignidad», se deben conservar por el estrecho vínculo que existe con el ordenamiento litúrgico, especialmente cuando han sido aprobados y alabados por el mismo Magisterio; esto vale sobre todo para el rezo del rosario. Además, estas prácticas de piedad conducen al pueblo cristiano a frecuentar los sacramentos, especialmente la Eucaristía, «también a meditar los misterios de nuestra redención y a imitar los insignes ejemplos de los santos del cielo, que nos hacen así participar en el culto litúrgico, no sin gran provecho espiritual».

[42.] Es necesario reconocer que la Iglesia no se reúne por voluntad humana, sino convocada por Dios en el Espíritu Santo, y responde por la fe a su llamada gratuita (en efecto, ekklesia tiene relación con Klesis, esto es, llamada). Ni el Sacrificio eucarístico se debe considerar como «concelebración», en sentido unívoco, del sacerdote al mismo tiempo que del pueblo presente. Al contrario, la Eucaristía celebrada por los sacerdotes es un don «que supera radicalmente la potestad de la asamblea [...]. La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado». Urge la necesidad de un interés común para que se eviten todas las ambigüedades en esta materia y se procure el remedio de las dificultades de estos últimos años. Por tanto, solamente con precaución se emplearán términos como «comunidad celebrante» o «asamblea celebrante», en otras lenguas vernáculas: «celebrating assembly», «assemblée célébrante», «assemblea celebrante», y otros de este tipo.


2. TAREAS DE LOS FIELES LAICOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA

[43.] Algunos de entre los fieles laicos ejercen, recta y laudablemente, tareas relacionadas con la sagrada Liturgia, conforme a la tradición, para el bien de la comunidad y de toda la Iglesia de Dios. Conviene que se distribuyan y realicen entre varios las tareas o las diversas partes de una misma tarea.

[44.] Además de los ministerios instituidos, de lector y de acólito, entre las tareas arriba mencionadas, en primer lugar están los de acólito y de lector con un encargo temporal, a los que se unen otros servicios, descritos en el Misal Romano, y también la tarea de preparar las hostias, lavar los paños litúrgicos y similares. Todos «los ministros ordenados y los fieles laicos, al desempeñar su función u oficio, harán todo y sólo aquello que les corresponde» , y, ya lo hagan en la misma celebración litúrgica, ya en su preparación, sea realizado de tal forma que la liturgia de la Iglesia se desarrolle de manera digna y decorosa.

[45.] Se debe evitar el peligro de oscurecer la complementariedad entre la acción de los clérigos y los laicos, para que las tareas de los laicos no sufran una especie de «clericalización», como se dice, mientras los ministros sagrados asumen indebidamente lo que es propio de la vida y de las acciones de los fieles laicos.

[46.] El fiel laico que es llamado para prestar una ayuda en las celebraciones litúrgicas, debe estar debidamente preparado y ser recomendable por su vida cristiana, fe, costumbres y su fidelidad hacia el Magisterio de la Iglesia. Conviene que haya recibido la formación litúrgica correspondiente a su edad, condición, género de vida y cultura religiosa. No se elija a ninguno cuya designación pueda suscitar el asombro de los fieles.

[47.] Es muy loable que se conserve la benemérita costumbre de que niños o jóvenes, denominados normalmente monaguillos, estén presentes y realicen un servicio junto al altar, como acólitos, y reciban una catequesis conveniente, adaptada a su capacidad, sobre esta tarea. No se puede olvidar que del conjunto de estos niños, a lo largo de los siglos, ha surgido un número considerable de ministros sagrados. Institúyanse y promuévanse asociaciones para ellos, en las que también participen y colaboren los padres, y con las cuales se proporcione a los monaguillos una atención pastoral eficaz. Cuando este tipo de asociaciones tenga carácter internacional, le corresponde a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos erigirlas, aprobarlas y reconocer sus estatutos. A esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del Obispo diocesano y observando las normas establecidas.






CAPÍTULO III
LA CELEBRACIÓN CORRECTA DE LA SANTA MISA



1. LA MATERIA DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

[48.] El pan que se emplea en el santo Sacrificio de la Eucaristía debe ser ázimo, de sólo trigo y hecho recientemente, para que no haya ningún peligro de que se corrompa. Por consiguiente, no puede constituir la materia válida, para la realización del Sacrificio y del Sacramento eucarístico, el pan elaborado con otras sustancias, aunque sean cereales, ni aquel que lleva mezcla de una sustancia diversa del trigo, en tal cantidad que, según la valoración común, no se puede llamar pan de trigo. Es un abuso grave introducir, en la fabricación del pan para la Eucaristía, otras sustancias como frutas, azúcar o miel. Es claro que las hostias deben ser preparadas por personas que no sólo se distingan por su honestidad, sino que además sean expertas en la elaboración y dispongan de los instrumentos adecuados.

[49.] Conviene, en razón del signo, que algunas partes del pan eucarístico que resultan de la fracción del pan, se distribuyan al menos a algunos fieles, en la Comunión. «No obstante, de ningún modo se excluyen las hostias pequeñas, cuando lo requiere el número de los que van a recibir la sagrada Comunión, u otras razones pastorales lo exijan»; más bien, según la costumbre, sean usadas sobretodo formas pequeñas, que no necesitan una fracción ulterior.

[50.] El vino que se utiliza en la celebración del santo Sacrificio eucarístico debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas. En la misma celebración de la Misa se le debe mezclar un poco de agua. Téngase diligente cuidado de que el vino destinado a la Eucaristía se conserve en perfecto estado y no se avinagre. Está totalmente prohibido utilizar un vino del que se tiene duda en cuanto a su carácter genuino o a su procedencia, pues la Iglesia exige certeza sobre las condiciones necesarias para la validez de los sacramentos. No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género, que no constituyen una materia válida.


2. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

[51.] Sólo se pueden utilizar las Plegarias Eucarística que se encuentran en el Misal Romano o aquellas que han sido legítimamente aprobadas por la Sede Apostólica, en la forma y manera que se determina en la misma aprobación. «No se puede tolerar que algunos sacerdotes se arroguen el derecho de componer plegarias eucarísticas», ni cambiar el texto aprobado por la Iglesia, ni utilizar otros, compuestos por personas privadas.

[52.] La proclamación de la Plegaria Eucarística, que por su misma naturaleza es como la cumbre de toda la celebración, es propia del sacerdote, en virtud de su misma ordenación. Por tanto, es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno sólo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística, por lo tanto, debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el Sacerdote.

[53.] Mientras el Sacerdote celebrante pronuncia la Plegaria Eucarística, «no se realizarán otras oraciones o cantos, y estarán en silencio el órgano y los otros instrumentos musicales», salvo las aclamaciones del pueblo, como rito aprobado, de que se hablará más adelante.

[54.] Sin embargo, el pueblo participa siempre activamente y nunca de forma puramente pasiva: «se asocia al sacerdote en la fe y con el silencio, también con las intervenciones indicadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son: las respuestas en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la consagración y la aclamación «Amén», después de la doxología final, así como otras aclamaciones aprobadas por la Conferencia de Obispos y confirmadas por la Santa Sede».

[55.] En algunos lugares se ha difundido el abuso de que el sacerdote parte la hostia en el momento de la consagración, durante la celebración de la santa Misa. Este abuso se realiza contra la tradición de la Iglesia. Sea reprobado y corregido con urgencia.

[56.] En la Plegaria Eucarística no se omita la mención del Sumo Pontífice y del Obispo diocesano, conservando así una antiquísima tradición y manifestando la comunión eclesial. En efecto, «la reunión eclesial de la asamblea eucarística es comunión con el propio Obispo y con el Romano Pontífice».


3. LAS OTRAS PARTES DE LA MISA

[57.] Es un derecho de la comunidad de fieles que, sobre todo en la celebración dominical, haya una música sacra adecuada e idónea, según costumbre, y siempre el altar, los paramentos y los paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza.

[58.] Igualmente, todos los fieles tienen derecho a que la celebración de la Eucaristía sea preparada diligentemente en todas sus partes, para que en ella sea proclamada y explicada con dignidad y eficacia la palabra de Dios; la facultad de seleccionar los textos litúrgicos y los ritos debe ser ejercida con cuidado, según las normas, y las letras de los cantos de la celebración Litúrgica custodien y alimenten debidamente la fe de los fieles.

[59.] Cese la práctica reprobable de que sacerdotes, o diáconos, o bien fieles laicos, cambian y varían a su propio arbitrio, aquí o allí, los textos de la sagrada Liturgia que ellos pronuncian. Cuando hacen esto, convierten en inestable la celebración de la sagrada Liturgia y no raramente adulteran el sentido auténtico de la Liturgia.

[60.] En la celebración de la Misa, la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística están íntimamente unidas entre sí y forman ambas un sólo y el mismo acto de culto. Por lo tanto, no es lícito separar una de otra, ni celebrarlas en lugares y tiempos diversos. Tampoco está permitido realizar cada parte de la sagrada Misa en momentos diversos, aunque sea el mismo día.

[61.] Para elegir las lecturas bíblicas, que se deben proclamar en la celebración de la Misa, se deben seguir las normas que se encuentran en los libros litúrgicos, a fin de que verdaderamente «la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles y se abran a ellos los tesoros bíblicos».

[62.] No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni, sobre todo, cambiar «las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, con otros textos no bíblicos».

[63.] La lectura evangélica, que «constituye el momento culminante de la liturgia de la palabra», en las celebraciones de la sagrada Liturgia se reserva al ministro ordenado, conforme a la tradición de la Iglesia. Por eso no está permitido a un laico, aunque sea religioso, proclamar la lectura evangélica en la celebración de la santa Misa; ni tampoco en otros casos, en los cuales no sea explícitamente permitido por las normas.

[64.] La homilía, que se hace en el curso de la celebración de la santa Misa y es parte de la misma Liturgia, «la hará, normalmente, el mismo sacerdote celebrante, o él se la encomendará a un sacerdote concelebrante, o a veces, según las circunstancias, también al diácono, pero nunca a un laico. En casos particulares y por justa causa, también puede hacer la homilía un obispo o un presbítero que está presente en la celebración, aunque sin poder concelebrar».

[65.] Se recuerda que debe tenerse por abrogada, según lo prescrito en el canon 767 § 1, cualquier norma precedente que admitiera a los fieles no ordenados para poder hacer la homilía en la celebración eucarística. Se reprueba esta concesión, sin que se pueda admitir ninguna fuerza de la costumbre.

[66.] La prohibición de admitir a los laicos para predicar, dentro de la celebración de la Misa, también es válida para los alumnos de seminarios, los estudiantes de teología, para los que han recibido la tarea de «asistentes pastorales» y para cualquier otro tipo de grupo, hermandad, comunidad o asociación, de laicos.

[67.] Sobre todo, se debe cuidar que la homilía se fundamente estrictamente en los misterios de la salvación, exponiendo a lo largo del año litúrgico, desde los textos de las lecturas bíblicas y los textos litúrgicos, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana, y ofreciendo un comentario de los textos del Ordinario y del Propio de la Misa, o de los otros ritos de la Iglesia. Es claro que todas las interpretaciones de la sagrada Escritura deben conducir a Cristo, como eje central de la economía de la salvación, pero esto se debe realizar examinándola desde el contexto preciso de la celebración litúrgica. Al hacer la homilía, procúrese iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida. Hágase esto, sin embargo, de tal modo que no se vacíe el sentido auténtico y genuino de la palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos de nuestra época.

[68.] El Obispo diocesano vigile con atención la homilía, difundiendo, entre los ministros sagrados, incluso normas, orientaciones y ayudas, y promoviendo a este fin reuniones y otras iniciativas; de esta manera tendrán ocasión frecuente de reflexionar con mayor atención sobre el carácter de la homilía y encontrarán también una ayuda para su preparación.

[69.] En la santa Misa y en otras celebraciones de la sagrada Liturgia no se admita un «Credo» o Profesión de fe que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados.

[70.] Las ofrendas que suelen presentar los fieles en la santa Misa, para la Liturgia eucarística, no se reducen necesariamente al pan y al vino para celebrar la Eucaristía, sino que también pueden comprender otros dones, que son ofrecidos por los fieles en forma de dinero o bien de otra manera útil para la caridad hacia los pobres. Sin embargo, los dones exteriores deben ser siempre expresión visible del verdadero don que el Señor espera de nosotros: un corazón contrito y el amor a Dios y al prójimo, por el cual nos configuramos con el sacrificio de Cristo, que se entregó a sí mismo por nosotros. Pues en la Eucaristía resplandece, sobre todo, el misterio de la caridad que Jesucristo reveló en la Última Cena, lavando los pies de los discípulos. Con todo, para proteger la dignidad de la sagrada Liturgia, conviene que las ofrendas exteriores sean presentadas de forma apta. Por lo tanto, el dinero, así como otras ofrendas para los pobres, se pondrán en un lugar oportuno, pero fuera de la mesa eucarística. Salvo el dinero y, cuando sea el caso, una pequeña parte de los otros dones ofrecidos, por razón del signo, es preferible que estas ofrendas sean presentadas fuera de la celebración de la Misa.

[71.] Consérvese la costumbre del Rito romano, de dar la paz un poco antes de distribuir la sagrada Comunión, como está establecido en el Ordinario de la Misa. Además, conforme a la tradición del Rito romano, esta práctica no tiene un sentido de reconciliación ni de perdón de los pecados, sino que más bien significa la paz, la comunión y la caridad, antes de recibir la santísima Eucaristía. En cambio, el sentido de reconciliación entre los hermanos se manifiesta claramente en el acto penitencial que se realiza al inicio de la Misa, sobre todo en la primera de sus formas.

[72.] Conviene «que cada uno dé la paz, sobriamente, sólo a los más cercanos a él». «El sacerdote puede dar la paz a los ministros, permaneciendo siempre dentro del presbiterio, para no alterar la celebración. Hágase del mismo modo si, por una causa razonable, desea dar la paz a algunos fieles». «En cuanto al signo para darse la paz, establezca el modo la Conferencia de Obispos», con el reconocimiento de la Sede Apostólica, «según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos».

[73.] En la celebración de la santa Misa, la fracción del pan eucarístico la realiza solamente el sacerdote celebrante, ayudado, si es el caso, por el diácono o por un concelebrante, pero no por un laico; se comienza después de dar la paz, mientras se dice el «Cordero de Dios». El gesto de la fracción del pan, «realizada por Cristo en la Última Cena, que en el tiempo apostólico dio nombre a toda la acción eucarística, significa que los fieles, siendo muchos, forman un solo cuerpo por la comunión de un solo pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo (1 Cor 10, 17)». Por esto, se debe realizar el rito con gran respeto. Sin embargo, debe ser breve. El abuso, extendido en algunos lugares, de prolongar sin necesidad este rito, incluso con la ayuda de laicos, contrariamente a las normas, o de atribuirle una importancia exagerada, debe ser corregido con gran urgencia.

[74.] Si se diera la necesidad de que instrucciones o testimonios sobre la vida cristiana sean expuestos por un laico a los fieles congregados en la iglesia, siempre es preferible que esto se haga fuera de la celebración de la Misa. Por causa grave, sin embargo, está permitido dar este tipo de instrucciones o testimonios, después de que el sacerdote pronuncie la oración después de la Comunión. Pero esto no puede hacerse una costumbre. Además, estas instrucciones y testimonios de ninguna manera pueden tener un sentido que pueda ser confundido con la homilía, ni se permite que por ello se suprima totalmente la homilía.


4. LA UNIÓN DE VARIOS RITOS CON LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

[75.] Por el sentido teológico inherente a la celebración de la eucaristía o de un rito particular, los libros litúrgicos permiten o prescriben, algunas veces, la celebración de la santa Misa unida con otro rito, especialmente de los Sacramentos. En otros casos, sin embargo, la Iglesia no admite esta unión, especialmente cuando lo que se añadiría tiene un carácter superficial y sin importancia.

[76.] Además, según la antiquísima tradición de la Iglesia romana, no es lícito unir el Sacramento de la Penitencia con la santa Misa y hacer así una única acción litúrgica. Esto no impide que algunos sacerdotes, independientemente de los que celebran o concelebran la Misa, escuchen las confesiones de los fieles que lo deseen, incluso mientras en el mismo lugar se celebra la Misa, para atender las necesidades de los fieles. Pero esto, hágase de manera adecuada.

[77.] La celebración de la santa Misa de ningún modo puede ser intercalada como añadido a una cena común, ni unirse con cualquier tipo de banquete. No se celebre la Misa, a no ser por grave necesidad, sobre una mesa de comedor , o en el comedor, o en el lugar que será utilizado para un convite, ni en cualquier sala donde haya alimentos, ni los participantes en la Misa se sentarán a la mesa, durante la celebración. Si, por una grave necesidad, se debe celebrar la Misa en el mismo lugar donde después será la cena, debe mediar un espacio suficiente de tiempo entre la conclusión de la Misa y el comienzo de la cena, sin que se muestren a los fieles, durante la celebración de la Misa, alimentos ordinarios.

[78.] No está permitido relacionar la celebración de la Misa con acontecimientos políticos o mundanos, o con otros elementos que no concuerden plenamente con el Magisterio de la Iglesia Católica. Además, se debe evitar totalmente la celebración de la Misa por el simple deseo de ostentación o celebrarla según el estilo de otras ceremonias, especialmente profanas, para que la Eucaristía no se vacíe de su significado auténtico.

[79.] Por último, el abuso de introducir ritos tomados de otras religiones en la celebración de la santa Misa, en contra de lo que se prescribe en los libros litúrgicos, se debe juzgar con gran severidad.


CAPÍTULO IV
LA SAGRADA COMUNIÓN



1. LAS DISPOSICIONES PARA RECIBIR LA SAGRADA COMUNIÓN

[80.] La Eucaristía sea propuesta a los fieles, también, «como antídoto por el que somos liberados de las culpas cotidianas y preservados de los pecados mortales», como se muestra claramente en diversas partes de la Misa. Por lo que se refiere al acto penitencial, situado al comienzo de la Misa, este tiene la finalidad de disponer a todos para que celebren adecuadamente los sagrados misterios, aunque «carece de la eficacia del sacramento de la Penitencia», y no se puede pensar que sustituye, para el perdón de los pecados graves, lo que corresponde al sacramento de la Penitencia. Los pastores de almas cuiden diligentemente la catequesis, para que la doctrina cristiana sobre esta materia se transmita a los fieles.

[81.] La costumbre de la Iglesia manifiesta que es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad, para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.

[82.] Además, «la Iglesia ha dado normas que se orientan a favorecer la participación frecuente y fructuosa de los fieles en la Mesa eucarística y, al mismo tiempo, a determinar las condiciones objetivas en las que no debe administrarse la comunión».

[83.] Ciertamente, lo mejor es que todos aquellos que participan en la celebración de la santa Misa y tiene las debidas condiciones, reciban en ella la sagrada Comunión. Sin embargo, alguna vez sucede que los fieles se acercan en grupo e indiscriminadamente a la mesa sagrada. Es tarea de los pastores corregir con prudencia y firmeza tal abuso.

[84.] Además, donde se celebre la Misa para una gran multitud o, por ejemplo, en las grandes ciudades, debe vigilarse para que no se acerquen a la sagrada Comunión, por ignorancia, los no católicos o, incluso, los no cristianos, sin tener en cuenta el Magisterio de la Iglesia en lo que se refiere a la doctrina y la disciplina. Corresponde a los Pastores advertir en el momento oportuno a los presentes sobre la verdad y disciplina que se debe observar estrictamente.

[85.] Los ministros católicos administran lícitamente los sacramentos, sólo a los fieles católicos, los cuales, igualmente, los reciben lícitamente sólo de ministros católicos, salvo lo que se prescribe en los canon 844 §§ 2, 3 y 4, y en el canon 861 § 2. Además, las condiciones establecidas por el canon 844 § 4, de las que nada se puede derogar, son inseparables entre sí; por lo que es necesario que siempre sean exigidas simultáneamente.

[86.] Los fieles deben ser guiados con insistencia hacia la costumbre de participar en el sacramento de la penitencia, fuera de la celebración de la Misa, especialmente en horas establecidas, para que así se pueda administrar con tranquilidad, sea para ellos de verdadera utilidad y no se impida una participación activa en la Misa. Los que frecuente o diariamente suelen comulgar, sean instruidos para que se acerquen al sacramento de la penitencia cada cierto tiempo, según la disposición de cada uno.

[87.] La primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida de la confesión y absolución sacramental. Además, la primera Comunión siempre debe ser administrada por un sacerdote y, ciertamente, nunca fuera de la celebración de la Misa. Salvo casos excepcionales, es poco adecuado que se administre el Jueves Santo, «in Cena Domini». Es mejor escoger otro día, como los domingos II-VI de Pascua, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o los domingos del Tiempo Ordinario, puesto que el domingo es justamente considerado como el día de la Eucaristía. No se acerquen a recibir la sagrada Eucaristía «los niños que aún no han llegado al uso de razón o los que» el párroco «no juzgue suficientemente dispuestos». Sin embargo, cuando suceda que un niño, de modo excepcional con respecto a los de su edad, sea considerado maduro para recibir el sacramento, no se le debe negar la primera Comunión, siempre que esté suficientemente instruido.


2. LA DISTRIBUCIÓN DE LA SAGRADA COMUNIÓN.

[88.] Los fieles, habitualmente, reciban la Comunión sacramental de la Eucaristía en la misma Misa y en el momento prescrito por el mismo rito de la celebración, esto es, inmediatamente después de la Comunión del sacerdote celebrante. Corresponde al sacerdote celebrante distribuir la Comunión, si es el caso, ayudado por otros sacerdotes o diáconos; y este no debe proseguir la Misa hasta que haya terminado la Comunión de los fieles. Sólo donde la necesidad lo requiera, los ministros extraordinarios pueden ayudar al sacerdote celebrante, según las normas del derecho.

[89.] Para que también «por los signos, aparezca mejor que la Comunión es participación en el Sacrificio que se está celebrando», es deseable que los fieles puedan recibirla con hostias consagradas en la misma Misa.

[90.] «Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos», con la confirmación de la Sede Apostólica. «Cuando comulgan de pie, se recomienda hacer, antes de recibir el Sacramento, la debida reverencia, que deben establecer las mismas normas».

[91.] En la distribución de la sagrada Comunión se debe recordar que «los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos». Por consiguiente, cualquier bautizado católico, a quien el derecho no se lo prohiba, debe ser admitido a la sagrada Comunión. Así pues, no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie.

[92.] Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar la sagrada hostia. Sin embargo, póngase especial cuidado en que el comulgante consuma inmediatamente la hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje teniendo en la mano las especies eucarísticas. Si existe peligro de profanación, no se distribuya a los fieles la Comunión en la mano.

[93.] La bandeja para la Comunión de los fieles se debe mantener, para evitar el peligro de que caiga la hostia sagrada o algún fragmento.

[94.] No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cáliz sagrado «por sí mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano». En esta materia, además, debe suprimirse el abuso de que los esposos, en la Misa nupcial, se administren de modo recíproco la sagrada Comunión.

[95.] El fiel laico «que ya ha recibido la santísima Eucaristía, puede recibirla otra vez el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe, quedando a salvo lo que prescribe el c. 921 § 2».

[96.] Se reprueba la costumbre, que es contraria a las prescripciones de los libros litúrgicos, de que sean distribuidas a manera de Comunión, durante la Misa o antes de ella, ya sean hostias no consagradas ya sean otros comestibles o no comestibles. Puesto que estas costumbres de ningún modo concuerdan con la tradición del Rito romano y llevan consigo el peligro de inducir a confusión a los fieles, respecto a la doctrina eucarística de la Iglesia. Donde en algunos lugares exista, por concesión, la costumbre particular de bendecir y distribuir pan, después de la Misa, téngase gran cuidado de que se dé una adecuada catequesis sobre este acto. No se introduzcan otras costumbres similares, ni sean utilizadas para esto, nunca, hostias no consagradas.


3. LA COMUNIÓN DE LOS SACERDOTES

[97.] Cada vez que celebra la santa Misa, el sacerdote debe comulgar en el altar, cuando lo determina el Misal, pero antes de que proceda a la distribución de la Comunión, lo hacen los concelebrantes. Nunca espere para comulgar, el sacerdote celebrante o los concelebrantes, hasta que termine la comunión del pueblo.

[98.] La Comunión de los sacerdotes concelebrantes se realice según las normas prescritas en los libros litúrgicos, utilizando siempre hostias consagradas en esa misma Misa y recibiendo todos los concelebrantes, siempre, la Comunión bajo las dos especies. Nótese que si un sacerdote o diácono entrega a los concelebrantes la hostia sagrada o el cáliz, no dice nada, es decir, en ningún caso pronuncia las palabras «el Cuerpo de Cristo» o «la Sangre de Cristo».

[99.] La Comunión bajo las dos especies está siempre permitida «a los sacerdotes que no pueden celebrar o concelebrar en la acción sagrada».


4. LA COMUNIÓN BAJO LAS DOS ESPECIES

[100.] Para que, en el banquete eucarístico, la plenitud del signo aparezca ante los fieles con mayor claridad, son admitidos a la Comunión bajo las dos especies también los fieles laicos, en los casos indicados en los libros litúrgicos, con la debida catequesis previa y en el mismo momento, sobre los principios dogmáticos que en esta materia estableció el Concilio Ecuménico Tridentino.

[101.] Para administrar a los fieles laicos la sagrada Comunión bajo las dos especies, se deben tener en cuenta, convenientemente, las circunstancias, sobre las que deben juzgar en primer lugar los Obispos diocesanos. Se debe excluir totalmente cuando exista peligro, incluso pequeño, de profanación de las sagradas especies. Para una mayor coordinación, es necesario que la Conferencia de Obispos publique normas, con la aprobación de la Sede Apostólica, por medio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, especialmente lo que se refiere «al modo de distribuir a los fieles la sagrada Comunión bajo las dos especies y a la extensión de la facultad».

[102.] No se administre la Comunión con el cáliz a los fieles laicos donde sea tan grande el número de los que van a comulgar que resulte difícil calcular la cantidad de vino para la Eucaristía y exista el peligro de que «sobre demasiada cantidad de Sangre de Cristo, que deba sumirse al final de la celebración»; tampoco donde el acceso ordenado al cáliz sólo sea posible con dificultad, o donde sea necesaria tal cantidad de vino que sea difícil poder conocer su calidad y su proveniencia, o cuando no esté disponible un número suficiente de ministros sagrados ni de ministros extraordinarios de la sagrada Comunión que tengan la formación adecuada, o donde una parte importante del pueblo no quiera participar del cáliz, por diversas y persistentes causas, disminuyendo así, en cierto modo, el signo de unidad.

[103.] Las normas del Misal Romano admiten el principio de que, en los casos en que se administra la sagrada Comunión bajo las dos especies, «la sangre del Señor se puede tomar bebiendo directamente del cáliz, o por intinción, o con una pajilla, o una cucharilla». Por lo que se refiere a la administración de la Comunión a los fieles laicos, los Obispos pueden excluir, en los lugares donde no sea costumbre, la Comunión con pajilla o con cucharilla, permaneciendo siempre, no obstante, la opción de distribuir la Comunión por intinción. Pero si se emplea esta forma, utilícense hostias que no sean ni demasiado delgadas ni demasiado pequeñas, y el comulgante reciba del sacerdote el sacramento, solamente en la boca.

[104.] No se permita al comulgante mojar por sí mismo la hostia en el cáliz, ni recibir en la mano la hostia mojada. Por lo que se refiere a la hostia que se debe mojar, esta debe hacerse de materia válida y estar consagrada; está absolutamente prohibido el uso de pan no consagrado o de otra materia.

[105.] Si no es suficiente un cáliz, para la distribución de la Comunión bajo las dos especies a los sacerdotes concelebrantes o a los fieles, nada impide que el sacerdote celebrante utilice varios cálices. Recuérdese, no obstante, que todos los sacerdotes que celebran la santa Misa tienen que realizar la Comunión bajo las dos especies. Empléese laudablemente, por razón del signo, un cáliz principal más grande, junto con otros cálices más pequeños.

[106.] Sin embargo, se debe evitar completamente, después de la consagración, echar la Sangre de Cristo de un cáliz a otro, para excluir cualquier cosa de pueda resultar un agravio de tan gran misterio. Para contener la Sangre del Señor nunca se utilicen frascos, vasijas u otros recipientes que no respondan plenamente a las normas establecidas.

[107.] Según la normativa establecida en los cánones, «quien arroja por tierra las especies consagradas, o las lleva o retiene con una finalidad sacrílega, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica; el clérigo puede ser castigado además con otra pena, sin excluir la expulsión del estado clerical». En este caso se debe considerar incluida cualquier acción, voluntaria y grave, de desprecio a las sagradas especies. De donde si alguno actúa contra las normas arriba indicadas, por ejemplo, arrojando las sagradas especies en el lavabo de la sacristía, o en un lugar indigno, o por el suelo, incurre en las penas establecidas. Además, recuerden todos que al terminar la distribución de la sagrada Comunión, dentro de la celebración de la Misa, hay que observar lo que prescribe el Misal Romano, y sobre todo que el sacerdote o, según las normas, otro ministro, de inmediato debe sumir en el altar, íntegramente, el vino consagrado que quizá haya quedado; las hostias consagradas que han sobrado, o las consume el sacerdote en el altar o las lleva al lugar destinado para la reserva de la Eucaristía.










CAPÍTULO V
OTROS ASPECTOS QUE SE REFIEREN A LA EUCARISTÍA




1. EL LUGAR DE LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA

[108.] «La celebración eucarística se ha de hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa; en este caso, la celebración debe realizarse en un lugar digno». De la necesidad del caso juzgará, habitualmente, el Obispo diocesano para su diócesis.

[109.] Nunca es lícito a un sacerdote celebrar la Eucaristía en un templo o lugar sagrado de cualquier religión no cristiana.


2. DIVERSOS ASPECTOS RELACIONADOS CON LA SANTA MISA

[110.] «Los sacerdotes, teniendo siempre presente que en el misterio del Sacrificio eucarístico se realiza continuamente la obra de la redención, deben celebrarlo frecuentemente; es más, se recomienda encarecidamente la celebración diaria, la cual, aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio».

[111.] En la celebración o concelebración de la Eucaristía, «admítase a celebrar a un sacerdote, aunque el rector de la iglesia no lo conozca, con tal de que presente cartas comendaticias» de la Sede Apostólica, o de su Ordinario o de su Superior, dadas al menos en el año, las enseñe «o pueda juzgarse prudentemente que nada le impide celebrar». El Obispo debe proveer para que desaparezcan las costumbres contrarias.

[112.] La Misa se celebra o bien en lengua latina o bien en otra lengua, con tal de que se empleen textos litúrgicos que hayan sido aprobados, según las normas del derecho. Exceptuadas las celebraciones de la Misa que, según las horas y los momentos, la autoridad eclesiástica establece que se hagan en la lengua del pueblo, siempre y en cualquier lugar es lícito a los sacerdotes celebrar el santo sacrificio en latín.

[113.] Cuando una Misa es concelebrada por varios sacerdotes, al pronunciar la Plegaria Eucarística, utilícese la lengua que sea conocida por todos los sacerdotes concelebrantes y
 

Los símbolos en la Biblia
Miguel el 15-09-2007, 17:46 (UTC)
 Los símbolos en la Biblia

Los signos sagrados de la liturgia no son improvisados o arbitrarios. El pueblo cristiano (la iglesia) recoge sus símbolos de la tradición que se remonta a Jesus y al Antiguo Testamento.
La nube, el fuego, el trueno y el huracán, la brisa suave, la montaña, el desierto, el tabernáculo... son símbolos de la presencia de Dios. Los salmos hablan de Dios y con Dios mediante un rico lenguaje simbólico (véase por ejemplo el salmo 29).
En la biblia, se recurre constantemente al simbolismo de las tinieblas, la luz, el fuego, el agua, la sal el árbol, la leche y miel, el pan y vino, la noche, el cielo...
Jesús vivió inmerso en este rico mundo simbólico y ritual de Israel: fue circuncidado (Lc 2,21.); acudió al templo de joven (Lc. 2,41-50) comió la cena pascual con sus discípulos (Mc. 12, 22-25)

Además, Jesus mismo produjo una serie de gestos simbólicos: se dejo bautizar por Juan Bautista en un rito de penitencia de tipo popular y profético; comió con pecadores para simbolizar que su reino era un reino de misericordia. Hizo muchos milagros -signos- para anunciar que el Reino ya había comenzado; lavo los pies a los discípulos para significar hasta que punto los hermanos debían servirse entre si. Al hablar del juicio final, puso a los hombres como jueces del ultimo dia para expresar que el se identificaba con ellos.
Las parábolas están llenas de símbolos que han pasado a ser populares: el hijo prodigo; el buen samaritano; el buen pastor; la vid; la luz y la sal; la levadura; el sembrador; el trigo y la cizaña; la gallina que cuida a sus polluelos...
Toda la creación le sirve a Dios para manifestarse a su criatura; por su parte, el hombre percibe la gracia en los gestos y elementos mas rudimentarios, mas familiares de la vida y los utiliza para elevarse hasta Dios. ¿Qué es un signo?

Cuando un niño le ofrece a su mamá una rosa en el día de la madre, ese gesto (ofrecer) que se apoya en un elemento (la flor) tiene un significado (en realidad muchos significados): afecto, agradecimiento, recordación, cariño...
Signo - en general- es una realidad sensible (gesto, actitud, objeto, cosa...) que significa "algo" muy distinto y siempre, mucho más importante.
Una flor es un elemento natural simple; un apretón de manos, un abrazo, una sonrisa, son gestos sencillos, casi corrientes... ¡qué mensaje inmenso, invalorable, pueden encerrar!
El hombre tiene esa cualidad extraordinaria: por hacer de un objeto un símbolo y de una acción un rito.
Los signos son de tres clases: naturales, convencionales y simbólicos.

*Naturales:
Surgen de la misma naturaleza de las cosas: el humo "significa" que hay fuego.

*Convencionales:
Dependen exclusivamente de la voluntad humana: la bandera de una nación; el "significado" de los colores del semáforo.

*Simbólicos:
Dependen de la voluntad del hombre pero se apoyan en la naturaleza del elemento utilizado: el agua del Bautismo se utiliza y "significa" la purificación por decisión de Cristo, pero la naturaleza del agua lleva en sí la idea de limpieza, de purificación.

Los signos litúrgicos son simbólicos: poseen un "significado" que estableció la tradición bíblica, el mismo Cristo o la Iglesia (como veremos) y a la vez se apoyan en la naturaleza de los elementos utilizados (agua, pan, vino, gestos, vestiduras, colores, palabras, ceniza...).
Dentro de su gran variedad, los signos litúrgicos siempre quieren significar (simbolizar) la salvación que Dios realiza con los hombres por medio de Cristo dentro de la Iglesia.
A través de los signos sensibles - apropiados a nuestra naturaleza humana -, Cristo mismo - en la liturgia de la Iglesia- realiza la doble finalidad del culto cristiano: glorificar a Dios y santificar al hombre.


Necesidades de los signos


Cuando Juan Pablo II visitó nuestro País, le regalaron un poncho, un sombrero de gaucho y "le hicieron tomar mate". Estas cosas son "típicas" de nuestro país, son signos de nuestra cultura.

Para expresar el amor, la amistad, el cariño, los conocidos se dan la mano, los amigos se abrazan, los padres besan a sus hijos. Cuando celebramos un cumpleaños hay flores y regalos; no falta la torta con las velitas, la música, el canto "que los cumpla feliz".

Nos comunicamos no sólo con palabras sino también con gestos y actitudes que muchísimas veces "dicen" más que palabras; "simbolizan" mejor "lo que sentimos".

¿Por qué es así? Porque los pensamientos y sentimientos más profundos no se pueden "encerrar en las palabras". "No encuentro palabras", "me faltan las palabras", solemos decir. ¡Cuántas veces la alegría, el dolor, la compasión fraterna, nos dejen "sin palabras"!
Esta necesidad del lenguaje simbólico es aún mayor tratándose de la religión: se trata de "hablar" con Dios y sobre todo, de "escuchar" a Dios, de recibir su acción salvadora. Por eso toda religión tiene sus signos, símbolos y ritos.

Los católicos tenemos los nuestros: la señal de la cruz, el sagrario, la misa, los sacramentos - a los que definimos como "signos eficaces de la gracia" -. En resumen, una gran cantidad de palabras, gestos, actitudes, objetos y elementos naturales (luz, agua, sal, aceite, cirio, incienso...) con los que realizamos nuestra liturgia.

La liturgia es un conjunto de signos sagrados.

La Iglesia, signo de Cristo


Dijimos que toda la creación es un símbolo, un "sacramento" de Dios porque nos lo revela. Pero Cristo es "imagen de Dios invisible". Por eso es el sacramento primordial y radical del Padre: "el que me ha visto ha visto al Padre"(Jn. 14,9).

Por mandato de JESÚS la iglesia tiene la gran misión de servir a los hombres. La Iglesia es la comunidad de Jesús, su símbolo, un lugar privilegiado donde la humanidad puede encontrar a Jesús, comulgar con él, continuar su misión. Por eso la iglesia es "sacramento de salvación", un signo sencillo, humilde y eficaz del amor de Dios por sus criaturas.

La Iglesia es como la casa familiar: todo en ella nos dice algo, nos "habla", nos recuerda algo... no son las cuatro paredes las que hacen de una casa un hogar, sino las personas que la llenan de vida. Así, no son "las paredes" (ni las estructuras, ni el ritualismo) las que hacen que la Iglesia sea "sacramento de Cristo". Es la comunidad de creyentes con su fe en el señor presente quien con el Espíritu Santo da vida al creso, se expresa en la liturgia y se encarna en las instituciones.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos como los cristianos formaban una comunidad de fe, de oración y eucaristía y compartían sus bienes eran el símbolo viviente y comunitario de Jesús ante el mundo que se maravillaba de cómo se amaban los cristianos.

La Iglesia en su totalidad es sacramento de Cristo. La Iglesia como comunidad de fieles, con fe en Jesús resucitado, con su credo, su liturgia, sus tradiciones, sus santos y sus mártires.

Cada cristiano, por su bautismo, participa de esta misión de la "Iglesia-comunidad":
- Comunidad de fe; porque creemos en la palabra.
- Comunidad de culto; porque celebramos la palabra.
- Comunidad de amor; porque practicamos la palabra.
"Celebramos" a Dios - por medio de Jesús- en la liturgia. Dios ofrece signos: Jesucristo


Todos los signos de la liturgia hacen referencia a Jesús. ¿por qué? Porque Jesús es el gran signo de Dios, es el sacramento del padre.

Todos los hombres pueden hallar a Dios a través de sus huellas en la naturaleza.

También reflexionando sobre el sentido de la vida humana. Dios no se oculta para quien lo busca con un corazón sincero. De echo, así ocurrió en la historia del hombre: siempre el hombre a buscado a Dios y lo ha representado en mil símbolos de la naturaleza.

Pero Dios en su bondad, un día tomo la iniciativa y decidió manifestarse, darse a conocer, revelarse.

Eligió a Abraham y con él formo al pueblo de Israel, como una señal de Dios en medio de las naciones, un símbolo. El Antiguo Testamento narra el largo peregrinar de Israel.

Finalmente Dios envió a su propio hijo para que se hiciese hombre y acompañase a la humanidad al encuentro consigo. Cristo es el lugar del encuentro por excelencia: en el Dios esta de forma humana y el hombre de forma divina. Jesucristo es el gran signo de Dios, el sacramento del Padre.

A través de Jesús se nos ha manifestado Dios. A Dios nadie le había visto jamás, pero el hijo nos lo ha revelado. Jesús es la palabra echa carne, el camino, la verdad y la vida y quien lo ve, ve al Padre.

Gracias a Jesús conocemos a Dios. Jesús apareció lleno de misericordia, compasivo con los que sufren, liberador de todos los oprimidos de cualquier mal, sensible con los pobres, libre para anunciar las injusticias, anunciador del reino, paso por el mundo haciendo el bien.

Por eso sabemos que Dios es bueno, clemente ,compasivo, tierno, lleno de misericordia, cercano a los que sufren, deseoso de que su reino de amor y de justicia vaya adelante, Señor de la vida. Cristo es "imagen de Dios visible".

Por esto todos los signos de la liturgia hacen referencia a Jesús: la puerta, el camino, la imagen del Padre, su símbolo más perfecto, su sacramento.




 

Fe y Razón
Miguel el 15-09-2007, 17:46 (UTC)
 FE Y RAZÓN
"Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est"
Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo
(Santo Tomás de Aquino)

LA ASUNCIÓN
de la Santísima Virgen María

PRIMERA PARTE
1. PRESENTACION
La Asunción de María, al ser una de las fiestas que la Iglesia dedica a la Virgen María, ha centrado mi atención como para pensar en elaborar una tesis que haga referencia a Ella, al misterio que revela la figura de la Virgen, a las respuestas existenciales que su vida y su obrar han dejado a la humanidad ; sobre todo en este hecho fundamental, cumbre de su existencia terrena, como lo es la Asunción en cuerpo y alma a los cielos junto a Cristo Jesús, su Hijo.
Qué nos quiere decir la Iglesia para aseverar rotundamente que María es Asunta en cuerpo y alma ; y cuál ha sido el designio, el proyecto del Padre sobre Ella y la humanidad ?
Este trabajo es un estudio teológico del misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Las dos verdades básicas contenidas en el misterio asuncionista : la muerte y el traslado de su cuerpo resucitado a los cielos están enraizados en los dogmas y en los principios mariológicos. El entronque entre las verdades y los dogmas tratare de ponerlos de relieve.
Las verdades asuncionistas son hechos históricos, pero no todas. La entrada del cuerpo resucitado a la gloria no la vieron los apóstoles ni los demás cristianos, es un hecho de fe basado en la confirmación que Dios quiso darle.
No prescindir ni de la historia ni de la exégesis es fundamental para encarar un enfoque completo del tema. Lo histórico y las verdades de fe son conocidas mediante un estudio exegético de los datos revelados y de un estudio histórico de los hechos. A su vez estos elementos de análisis pueden ser explicitación de los dogmas definidos. (1)
Es dogma de fe que María procede de Adán,que ha sido redimida y que es Madre de Dios. En ésto nos apoyamos como verdades firmes que pueden dar luz sobre la muerte y el traslado de su cuerpo a los cielos. La Maternidad espiritual y la Corredención, aunque no sean dogmas, tienen firmeza suficiente y pueden proyectar luz sobre las verdades asuncionistas; sin embargo, como conclusiones que son, no pueden ser más firmes que los principios de donde se derivan.
Por ésto lo central no será lo histórico ni lo litúrgico, sino que estará basado en esos principios.
2. INTRODUCCIÓN
Importancia del misterio de la Asunción
María es la criatura más llena de gracia. Su gracia está sujeta a la gradualidad. La intensidad y la naturaleza de sus gracias son distintas a lo largo de su vida ; una es la gracia en su Concepción, otra en la Encarnación, otra en la Asunción. En la tercera recibe la plenitud inaumentable de santidad. Coronó Dios la labor santificadora de su Madre. Marca el nivel supremo de toda la belleza y gracia que poseyó. De estas tres perfecciones, la de la Maternidad divina es la central, en el sentido de que explica las demás. Se le dio plenitud de gracia en la Concepción, para su misión como Madre de Dios, y la tuvo también en su Asunción porque así lo exigía esta Maternidad. Con su alma y con su cuerpo debía ejercer sus funciones maternales; con el alma y con el cuerpo debía ser asunta. Pero la Asunción es además, consumación de la Maternidad espiritual (2). Es totalmente Madre. Fue Madre en la tierra donde nos ganó sus gracias. Sigue siéndolo en el cielo con la integridad de su ser físico y pide la distribución para nosotros de las gracias que en el mundo nos ganó. Si en el cielo estuviera sólo su alma, la maternidad que hoy ejerce no sería en Ella íntegra y total. Sus privilegios son también para los hombres. En la Asunción se acaba la obra Corredentora de María (unión a la pasión, muerte y resurrección de su Hijo). Teniendo en cuenta estos principios he organizado este trabajo en tres partes. Un primer momento, histórico-filosófico, seguido de una introducción a lo dogmático como centro del tema, sin dejar de lado la liturgia del día de la Asunción. (3)
SEGUNDA PARTE : DESARROLLO DEL TEMA
3. INTRODUCCIÓN FILOSOFICA
La insuperabilidad de la muerte y la inexorabilidad de la corrupción del cuerpo en el sepulcro son los dos temas existenciales que más preocupan al Hombre.
Con la Asunción en cuerpo y alma a los cielos de María se ha marcado para siempre la revelación al hombre de su ser espiritual y corporal indiviso.
1. La muerte como misterio fundamental de la existencia.
1.1 La muerte como problema existencial
La muerte suscita un gran interrogante respecto a la existencia humana. A diferencia del animal, el hombre sabe que inevitablemente tiene que morir. La muerte se presenta como algo que no debería ser, como una amenaza permanente sobre la existencia, pero que está aún distante y que por eso no oprime radicalmente. La conciencia de la muerte se presenta de dos maneras distintas: muchas veces es meramente nocional y no tiene una relación especial con la existencia individual. Esta conciencia general de la muerte no es una verdadera conciencia y está expuesta a la tentación de la huida. La mayoría de las veces el hombre se deja llevar por la disipación exterior. Esta huida muestra que el hombre se deja llevar por la amenaza de la muerte. Muchos apartan la idea de la muerte y parece ser uno de los grandes tabúes del siglo XX (4); una realidad que se arrincona en la vida social (5). El problema humano surge de la intuición de la inconciliabilidad entre la muerte y el amor que constituye el sentido fundamental de la existencia.
1.2 - Naturaleza antropológica de la muerte
Desde el problema filosófico es inaceptable considerar la muerte del hombre primariamente como un problema biológico (6). El dualismo antropológico y las antropologías materialistas tienden a colocar la muerte en la esfera puramente biológica. El hombre no es un cuerpo animal ligado a un alma humana. El cuerpo es primariamente un cuerpo "humano" . Los aspectos biológicos son aspectos parciales respecto al cuerpo humano, que es presencia y lugar de la realización humana. A la luz de la unidad del hombre con su propio cuerpo, percibimos que no es solamente el cuerpo el que se muere. Se puede y se debe hablar de una muerte "humana". (7)
Así pues, la muerte humana no es la descomposición de un organismo viviente, sino la destrucción de una existencia humana, separación violenta de las personas que amamos y del mundo.
En ninguna otra ocasión la unidad con el propio cuerpo y la no identificación con él se viven más agudamente que en la muerte. La dimensión de ruptura de la propia existencia se expresa en la angustia ante la muerte. Los filósofos griegos definieron la muerte como separación entre el alma espiritual y el cuerpo. El morir indica el paso del estado de encarnación al estado de "ánima separata". El peligro de esta fórmula es que se presenta a una interpretación dualista. la muerte es una ley de la naturaleza pero se presenta fundamentalmente como antinatural, al separar violentamente dos elementos que deberían estar unidos. (8)
El significado último de la existencia se relaciona con el problema de la inmortalidad personal. No es de extrañar que se manejara la hipótesis de la inmortalidad de María. (9)
2.- La relación cuerpo espíritu
Existe una contraposición entre la visión de la relación cuerpo-espíritu en el filósofo pagano y en el concepto cristiano.
En el hecho de la Asuncion de María se transmite a la humanidad una idea contraria a la expresada por el tradicional mundo pagano. Encontramos un ejemplo de estas posturas en "Felón" de Sócrates : "Entretanto pertenezcamos a esta vida no nos aproximaremos a la verdad más que cuando nos alejemos del cuerpo y renunciemos a todo comercio con él, como no sea el que la necesidad nos imponga y mientras no le consintamos que nos llene de su corrupción natural, y en cambio, nos conservemos puros de todas sus contaminaciones hasta que Dios mismo venga a redimirnos." (10) En la Asunción apreciamos que el cuerpo y el alma, la mature y el espíritu son asumidos conjuntamente. No es el cuerpo una prisión para el alma, ni un obstáculo para la perfección, como si fuera una parte inferior y despreciable de nuestro ser. La redención en Platón es la liberación del alma al separarse del cuerpo y por el hecho mismo de su separación.
La redención cristiana es la de un ser indivisible, en el cual sus componentes tienen igual dignidad que la del ser que constituyen. No existe un "a pesar de" entre cuerpo y alma (11). El concepto de Santo Tomás al respecto lo encontramos muy esclarecedor :
¿Cómo no ver en este texto una aplicación a la Asunción de María ? La correspondencia de un cuerpo acorde al fin de su creación ; la disposición o preparación que María tuvo para ser Madre de Dios. A María no le convenía un cuerpo que le causara inacción y tardanzas en su modo de ser Madre ; y la corrupción, que es vista por S. Tomás como un obstáculo para la contemplación continua. María debía de gozar de esta contemplación total del misterio, y desde la gloria, en la perfección de sus cualidades humanas asumidas en Cristo por el Padre. Su cuerpo no vería la corrupción.
Las conclusiones que podemos entrever aplicadas al misterio de la Asunción son del todo significativas y valederas si partimos desde los enfoques filosóficos cristianos. El alma tendrá en la resurrección un cuerpo según le conviene. Según la finalidad, así las disposiciones han de ser acordes a ese fin.
En María apreciamos esta disposición ( su ser Inmaculada) que prepara su ser Madre ; y a su vez la Asunción es preparada para mejor ser Madre ( la plenitud de la maternidad ).
3. Una antropología con sentido
Porque ella es la aurora y la imágen de la Iglesia peregrina en la Tierra... es como el horizonte hacia el cual debemos caminar, pues ha superado ya todas nuestras limitaciones y ha entrado en la dimensión definitiva de la existencia humana. El ser humano es persona en cuanto que, de cara a Dios, refleja su imágen y se hace semejante al Padre:( quien me ve a mí ve al Padre). La dimensión acabada de la existencia humana puede ser lograda en mayor o menor perfección ; ese modo de lograrla pasa inexorablemente por Cristo Jesús. Sin El nada podemos hacer, de seguro se podrá edificar la vida humana pero, si se opta por hacerlo de espaldas a Dios, los cimientos no serán fuertes y verdaderos.
El hombre, creado por Dios, sólo recupera su verdadera dimensión humana si desarrolla su ser en Cristo nueva criatura, en la praxis de hacerse hombre en la historia (12), desde la relacionalidad con Dios y con los demás (13) hallándole un sentido a la vida y también a la propia muerte.
Las Escrituras consideran la muerte como camino de todo el mundo (Jos. 23,14). Toda carne envejece, por ley hay que morir (Eclo 14,17). La filosofía ve en la muerte una situación límite, también la antropología teológica deberá buscar a la luz de la muerte una inteligencia más profunda de la condición humana. (14)
En el Antiguo Testamento, la suerte de los difuntos es a la sombra del Sheol (Gén. 37,35). En el Nuevo Testamento la vida eterna es considerada desde Jesús, quien anuncia la resurrección de los muertos (He. 17,18). Según San Pablo, los cristianos serían desgraciados si no creyeran en la resurrección gloriosa (1 Cor. 15,19). (15)
4.- Perspectiva histórica
4.1 - RESEÑA HISTÓRICA DE LA VIDA DE MARIA
No sabemos cuándo nació ni quienes fueron sus padres. La tradición afirma que nació en Jerusalén y que sus padres se llamaron Joaquín y Ana (16). Llamada Miryam en hebreo, María en griego y en latín. Fue una sencilla y humilde muchacha del pueblo. Emparentada con levitas y sacerdotes. El silencio envuelve toda su vida. En el Nuevo Testamento aparece sólo ocho veces. (17)
La Iglesia celebra su presentación en el Templo el 21 de noviembre; Fue la esposa de un carpintero, llamado José, que era un hombre justo. María dio a luz en Belén de Judá a Jesús. La Iglesia lo celebra el día de Navidad, 25 de diciembre). Cuarenta días más tarde, cumpliendo el mandato de la ley, María se presentó en el Templo con su Hijo para el rito de la purificación (Lc. 2, 22-24).
Prevenido por un ángel, San José huyó con su esposa y el Niño a Egipto para evitar la cólera de Herodes. No sabemos cuánto tiempo permanecieron en Egipto, pero volvieron a Nazareth después de la muerte del tirano.
Durante los treinta años que precedieron a la vida pública del Salvador, María vivió exteriormente como todas las otras mujeres judías de condición modesta. María fue la esposa de un carpintero; las manos de María se endurecieron en el trabajo diario y sus pies recorrieron los caminos de Nazareth que conducían al pozo, a los olivares, a la sinagoga, y al despeñadero donde un día atentarían contra Jesús. Ella le siguió de lejos durante su vida pública hasta la desolación del Calvario, donde la espada que predijo Simeón en el día de la purificación atravesó el corazón de María (Lc 2,35).
Desde la cruz Jesús confió a su Madre a Juan, "el discípulo amado", terminología muy usada por el evangelista : "y desde aquella hora el discípulo la tomó por suya".
El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre María y los apóstoles, reunidos en el cenáculo. Esta es la última ocasión en que la Sagrada Escritura menciona a María. Probablemente pasó el resto de su vida en Jerusalén, y durante las persecuciones, se refugió con San Juan en Efeso y otras ciudades. (18)
4.2 - RESEÑA HISTÓRICA DE LAS TRES SOLEMNIDADES
Para celebrar tres dogmas marianos, las tres solemnidades marianas del año litúrgico sobre el misterio de la Virgen son: Inmaculada desde su concepción, Madre de Dios en su misión salvífica y Asunta al cielo en su destino final junto a Cristo como primicia de la Iglesia. (19)
4.2.1 - La Inmaculada Concepción (8 de diciembre)
La antigua fiesta oriental de la concepción milagrosa de María por Ana se convirtió en Occidente hacia el siglo XI en la fiesta de la concepción de María sin pecado original. Las controversias teológicas sobre este tema no han favorecido su desarrollo y su exacta formulación teológica. Introducida en el calendario romano en el ano 1476 por decisión de Sixto IV, después de la proclamación del dogma de la Inmaculada por Pío IX (1854), la fiesta recibirá los formularios de notable belleza que han llegado hasta nosotros. La reciente reforma ha aportado algunos enriquecimientos en la Liturgia de las Horas y en la misa, especialmente con el nuevo prefacio, que ofrece una síntesis del nuevo significado cristiano y eclesial de este dogma mariano.
Hay que hacer notar el bello paralelismo entre la Virgen purísima y Cristo, "Cordero inocente que quita el pecado del mundo, la ejemplaridad de Ella para la Iglesia a fin de que también ésta sea inmaculada, y su función de "abogada de gracia y ejemplo de santidad" para el pueblo cristiano. "En El habita la plenitud de la divinidad" (Col.2) ; es la última expresión de la transfiguración de nuestra humanidad por Cristo resucitado que será en la dimensión escatológica de la creación, del mundo y de la humanidad redimida por Cristo.
4.2.2 - María Madre de Dios (1 de enero)
El Concilio de Efeso la define como Madre de Dios (20). Por el poder del Espíritu Santo concibió al Verbo de Dios hecho hombre y mantuvo su virginidad en el parto. (21)
Por razón de la unión hipostática del Hijo de Dios con la naturaleza humana concebida de María, es ésta la Madre del Señor (Lc 1,43), la "deípara". (22)
En el credo del pueblo de Dios (profesión de fe de Pablo VI (1963-1978) leemos : "Creemos que la bienaventurada María que permaneció siempre Virgen, fue la madre del Verbo encarnado, Dios y Salvador nuestro, Jesucristo". (23)
4.2.3 La Asunción de María (15 de agosto)
Una antigua fiesta que se celebraba en Jerusalén desde el siglo VI en honor de la Madre de Dios recordaba probablemente la consagración de una iglesia en su honor. Esta fiesta, un siglo después, se extiende a todo el Oriente bajo el nombre de Dormición de santa María y celebra su tránsito de este mundo y asunción al cielo, según los textos apócrifos del Tránsitus de la Virgen. En Occidente fue acogida por el papa Sergio (fin del siglo VII) con una feliz formulación inspirada en un texto bizantino : en la oración Veneranda nobis del sacramentario Gregoriano se dice que María "experimentó la muerte temporal, pero no pudo ser retenida por los lazos de la muerte".
TERCERA PARTE
5. PERSPECTIVA TEOLÓGICA
5.1. El dogma de la Asunción
La Asunción de María en cuerpo y alma a al cielo es un dogma (24) de nuestra fe católica, expresamente definido por Pío XII hablando ex cátedra. El 1 de noviembre de 1950 (25) definió solemnemente el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. En adelante nadie podría dudar del hecho de la Asunción sin naufragar en la fe y apartarse de la comunión con la Iglesia.
5.5.1- Explicación teológica del dogma
a. Firmeza de los argumentos teológicos.
Los argumentos teológicos que explican este dogma son del todo firmes:
1. Es una exigencia de su Concepción Inmaculada : "Estos dos privilegios están estrechamente unidos entre sí...venció al pecado con su Concepción Inmaculada, por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo". (26)
2. Es una exigencia moral de su dignidad de Madre de Dios y del amor hacia Ella de su Hijo.
La Sagrada Escritura - dice la citada encíclica Munificentísimus. Deus - nos presenta a la madre de Dios unida a su Hijo y siempre partícipe de su suerte." Pudiendo darle tanto honor debemos creer que lo hizo preservándola de la corrupción del sepulcro."
3. Por su condición de nueva Eva y Corredentora de la humanidad. Continúa Pío XII en la misma encíclica: " desde el s. II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva, estrechamente unida al nuevo Adán, sujeta a El en aquella lucha contra el enemigo infernal, que había de terminar con la victoria sobre la muerte. Por lo cual, como la resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esa victoria, así para María,la común lucha había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal.
b. Significado de la palabra Asunción
La Sagrada Escritura, la Tradición y la liturgia usan la palabra con sentido diverso como la Encarnación, la Ascensión del Señor y el tránsito de la Santísima Virgen en cuerpo y alma. El Verbo siguió siendo lo que era y asumió lo que no era. El Verbo la hace: es el asumente;la humanidad la recibe, es la asumida (27). En el Verbo tiene sentido activo, en la Virgen, pasivo, porque es asumida. Cristo hombre no fue asumido sino que subió a sí mismo con la virtud de su propia persona; en cambio María fue asumida por Dios. Por eso en Jesucristo se llama Ascensión para diferenciarla de la Asunción, que es pasiva. (28)
5.1.2 - La definición dogmática de la Asunción. Desarrollo histórico.
La Inmaculada Concepción es un momento inicial; la Asunción, el estadio final de la santidad de María. Del mismo modo, los problemas suscitados con la definición dogmática de la Inmaculada son una fase inicial de la moderna Mariología.
La Asunción sería el estadio terminal de la ciencia mariológica. A los movimientos asuncionista y mediacionista les fue necesario el renacimiento de la Teología escolástica (primeros ensayos mariológicos bastante desenfocados y barrocos) de P. Canicio, F. Suárez, etc.; al renacer la teología en el s. XIX, renace la Mariología y se producen obras más aceptables. En el s. XX los documentos de Pío IX y León XIII, la exégesis bíblica, los congresos mariológicos y el conocimiento mayor de la tradición patrística, dieron origen a estudios más maduros. Predominó la soteriología mariana y se acordó en la idea de la Mediación universal de María (entendida como intercesión). El pueblo fiel intensificó el asuncionismo, lo que motivó a los teólogos a bucear en las Sagradas Escrituras como fuentes de contenido de la Asunción corporal de María. Los hechos descubren las deficiencias de la Mariología : no se acertaba en decir dónde estaban las fuentes. Y los documentos de la Escritura y la Tradición comenzaron a hablar, revelando las riquezas de su contenido : la divina Maternidad, la Virginidad perpetua y la Inmaculada Concepción. (29)
5.1.3 - La definición dogmática de la Asunción
En cinco pasajes de las Escrituras se encuentra implícita la Asunción : Gen. 3,15 ; Lc 1,28 ; Ap. 12,1 ; Hebr. 2,14 y Rom. 5, 12,21.
1. El Protoevangelio (Gén. 3,15). Donde la victoria de la Mujer fue sobre el pecado y sobre la muerte. Si esa victoria sobre la muerte la sustrajo del dominio del pecado original, así la victoria sobre la muerte debía substraerla del imperio de la muerte. Argumento esbozado por Pío IX en la bula dogmática "Ineffabilis Deus". (30)
2. En Lc. 1,28. En el saludo del ángel se enaltecen la plenitud de gracia y la bendición sobre todas las mujeres. Pío IX lo ratifica otra vez. De la plenitud de la gracia colige Pío IX el privilegio de la Concepción Inmaculada ; la bendición es incompatible a la sentencia: polvo eres y en polvo te convertirás. La bendición de María excluye la corrupción sepulcral. Anuncia el misterio de la Asunción.
3. En Apoc. 12,1. "La mujer vestida de sol, los pies sobre la luna...", parece ser lo contemplado por San Juan : la Asunción gloriosa. Un rasgo : substraída de los asaltos del dragón," que tiene señorío sobre la muerte"
4. En Hebreos .2:14 (señorío sobre la muerte)
5. Para San Pablo la muerte es sanción del pecado (Rom. 5, 12-21) ; hay un orden en la resurrección. A Cristo, segundo Adán, le corresponde la antelación (1 Cor. 15, 20-23). María sin sentencia de muerte, segunda Eva al lado del segundo Adán.
Las raíces de la Asunción se descubren en todo el conjunto de la Mariología, en los principios que la sostienen y en las grandes verdades que la integran. Y necesitan profundizarse.
5.1.4- Principios y verdades más sobresalientes
Primer principio : de la Maternidad soteriológica. La resurrección anticipada está postulada por la maternidad. la maternidad es el término de la predestinación de María que tiene por objeto participar de la redención y dar existencia al Redentor en cuanto hombre. Esta prioridad reclama la prioridad en la resurrección.
Segundo principio : La solidaridad (recapitulación en Cristo).
Solidarios en el pecado de Adán. Solidarios en la reparación de Cristo. Por lógica la solidaridad de María es desde la Encarnación, anterior a la generada con los demás redimidos. Ella representó en sí a la humanidad y transfiere al redentor la recapitulación de todos los hombres.
Tercer principio : de recirculación. Al proceso histórico de ruina corresponde un gradual rehacerse. Como Adán se contrapone a Cristo, así Eva se contrapone a María, segunda Eva. Si Eva inocente gozó de las primicias de la vida y luego de la muerte, así María habrá de gozar de la resurrección y la vida. Como derivado de este principio, el de asociación : así como Eva estuvo asociada a Adán, María a Cristo.
Síntesis de los cuatro principios : el de singularidad trascendente : que María ocupa en la creación una primacía única y supereminente. Primacía extendida a todos los órdenes, a todas las prerrogativas marianas.
Las tres verdades fundamentales
• La Maternidad divina
• La perpetua Virginidad
• La Concepción Inmaculada.
5.1.5 - En la Tradición y en el Magisterio
a. Testimonios patrísticos de los cinco primeros siglos
Los únicos textos que merecerían considerarse son los de San Epifanio y Timoteo de Jerusalén. Son los que dudan y niegan la muerte de María. Históricamente no hay tradición constante en los cinco primeros siglos. Se cuenta a Hesiquio y Crispo. San Epifanio dice : "Nadie sabe cual haya sido el fin el fin terrenal de la Madre de Dios". Timoteo afirma la tradición de la inmortalidad de María en la Iglesia de Jerusalén en los s. V-IV. En Jacobo de Sarug (451-421) no se halla duda sobre el hecho de la muerte. Severiano de Gávala, como otros Padres contemporáneos, cree que la madre de Dios murió como todos. Idem San Agustín. (31)
La fiesta de la Dormición
Según la teoría de Jugie : no existe primitivamente sino una sola fiesta de la Virgen, en la que se celebra su Memoria o Dies natalis, fiesta de la Maternidad, pues se ignora su muerte. De una fiesta de la muerte de María no hay indicios hasta los s. VI - VII; en su creación influyeron los apócrifos, que se difundían en esa época.
La tradición del sepulcro vacío
Hasta fines del s. VI no se habla de un sepulcro de María en Jerusalén o alrededores (32). Se empieza a localizar la casa de María y de San Juan en el valle de Josafat (según la evolución de la leyenda). A fines del s. VI, (570) la casa de María es el sepulcro de la Virgen. El Pseudo Melitón supone la tradición jerosolimitana del sepulcro; María vive en la casa de San Juan, que es la casa de los padres de éste, iuxta montem Oliveti. (33)
La tradición posterior hasta 1854
Hipólito de Tobas (s. VII-VIII) dice : "Después de la Ascensión del Señor vivió con los discípulos en la casa de Juan evangelista durante once años. En total los años de su vida llegaron a 59.." San Andrés de Creta (+740) afirma la muerte de María. Tusaredo (s. VIII) cree en su inmortalidad).
B . La Asunción de María en la Tradición Patrística (s.IV-VI)
Contamos con los textos de San Efrén (350), San Epifanio (315-403), del s. IV al VI. Venancio Fortunato (565), poeta mariano. Después del Concilio de Efeso aparecen claros testimonios de la Asunción : San Gregorio de Tours (+593) que es un occidental, lo que hace ver la extensión universal de la tradición, que es constante ,paralela a los apócrifos, pero que hace descubrir una fuente común, la tradición oral.
C . En los siglos VII-VIII
Abunda la literatura, bastante coincidente en los argumentos no apócrifos. Algunos de ellos : Juan de Tesalónica (+630) ; San modesto (614), patriarca de Jerusalén, es el primer sermón que se conserva sobre el tránsito de María; San Andrés de Creta; San Germán de Constantinopla (733) compuso tres homilías sobre la Dormición; San Juan Damasceno (760); San Epifanio (monje que rebate a los apócrifos).
D . Testimonios posteriores al s. VII
Se muestra ya una tradición claramente definida. En Oriente se ha conservado más intacta la tradición, conservaron la historia de los dogmas invariable, al estar fuera de Roma, pero con todo el retraso teológico que les implica.
Teognostes (s IX), monje bizantino. León el Sabio (s X); San Fulberto (s XI). San Anselmo (S XII). Pedro (S XIII) y Nicolás Cabasilas (S XIV).
Movimiento asuncionista más reciente
Los Padres Hentrich y Moss (jesuitas) presentaron al Papa dos volúmenes compuestos por ellos :"Peticiones en órden a la definición de la Asunción ...para poner de manifiesto el consentimiento de la Iglesia" donde argumentan excelentemente las diversas razones para pedir la definición del dogma. El movimiento asuncionista se hace fuerte, sobre todo en España, a causa de la influencia del beato María Claret en la reina Isabel II y del obispo de Orma Fr, Jorge Sánchez, quien hizo la primera petición al Papa. Esto preparó los ánimos para el Concilio Vaticano. (34)
La respuesta esperada
" Esta gloria que la Iglesia entera expresa en Oriente y en Occidente a lo largo de generaciones, dice Juan Pablo II - "deseo proclamarla junto a vosotros, gozándonos en Ella como se gozan la liturgia de hoy y los corazones de todos los creyentes. Para consuelo y confirmación de nuestra fe recordemos juntos la definición dogmática pronunciada por Pío XII,de venerable memoria el 1 de noviembre de 1950 : "Por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" . (35)
La Asunción en las distintas Iglesias
1. En las Iglesias Orientales :
1.1- La Iglesia asiria (o Siro-oriental de Persia), la Iglesia malabar de la India y la de rito caldeo, aunque no aceptan el título de Madre de Dios, la exaltan en el cielo, cuya fiesta celebran el 15 de agosto.
1.2- La Iglesia armenia. Para ellos María es llena de gracia, santa Madre de Dios y asunta al Cielo.
1.3- La Iglesia copta de Egipto. Sostienen que su cuerpo no se corrompió y que su cuerpo no se corrompió. Celebran la asunción el 22 de agosto.
1.4- La Iglesia etiópica de Abisinia. Creen y celebran la glorificación de su cuerpo y la bienaventuranza de María después de su muerte.
1.5- La Iglesia ortodoxa bizantina. Celebran la Asunción a los cielos el 15 de agosto.
2. En la Iglesia anglicana. Celebran la Asunción o Dormición el 15 de agosto, saludándola como la primera de las redimidas, pero no se pronuncian sobre el Tránsitus, porque de ello no hay constancia en el Nuevo Testamento. (36)
CUARTA PARTE
6. PERSPECTIVA ESCATOLÓGICA
Su existencia en la carne pecadora del mundo le conducirá necesariamente a la muerte, para luego vencerla. La Encarnación es, por tanto, un acaecer escatológico. La salvación definitiva acaeció en y mediante María. Nos precedió ya en alma y cuerpo a la gloria definitiva. Para la humanidad representa el "ya pero todavía no" del reino que se consumará al fin de los tiempos.
6.1 - La preservación de la corrupción y la Asunción
Ambos hechos son una consecuencia lógica de la pureza absoluta de la Madre de Dios. Tabernáculo especialísimo de la Santísima Trinidad. Comenta Butler : "no sabemos con certeza si la virgen murió o no, la opinión más general es que sí murió en Efeso o en Jerusalén. Aún en el caso de que la fiesta de la Asunción sólo conmemore la Asunción del alma de María, su objeto seguiría siendo el mismo". (37)
Respecto a la muerte de María, "consiguió al fin como corona suprema de sus privilegios, ser preservada incólume de la corrupción del sepulcro, para ser elevada al cielo " (38). Históricamente no puede demostrarse la muerte o la no muerte de María ya que faltan testimonios contemporáneos, pero el hecho de la muerte real de María puede argumentarse teológicamente por la Tradición y la Liturgia. *Lo que en definitiva ha intuido el pueblo cristiano en la liturgia más antigua con la fiesta de la "dormición", celebrada en Jerusalén desde el siglo VI y que en el siglo VII se establece en Roma con el nombre de "Asunción de Santa María". (39)
6.2- La muerte de María
• ¿ Murió realmente María? - Esta cuestión quedó al margen de la definición dogmática de Pío XII y fue y continúa siendo objeto de discusión entre los mariólogos. Se ha dejado a discusión el modo de la Asunción : muerte y resurrección o traslado inmediato de la vida terrena a la celeste. La opinión que sostiene la muerte y resurrección parece más probable que la que defiende la Asunción sin la muerte previa.
"Con el nombre de Asunción venía entendiéndose desde hace siglos un hecho en el que se incluían cuatro verdades : la muerte, su resurrección, la subida al cielo y su glorificación. En la fórmula : "subida al cielo del cuerpo resucitado" se supone la muerte. La Tradición, el sentir de los fieles, el pensar de los teólogos, el contenido litúrgico que se celebra, hace que las razones deban ser muy fuertes para contradecir una tradición tan universal." (40). La muerte de María aparece testificada recién en el s. IV (41) y comienza una corriente afirmativa en este sentido, que es de gran peso. Discurrían los de opinión contraria que si María no pecó jamás, tampoco debió morir. Ver "Argumentos antropológicos de la muerte".
La muerte de María es una cuestión que puede disputarse libremente entre los teólogos.
6.2.1- La muerte de María en la Tradición
1. Hubo una tradición oral ( desde San Juan ), por pocos conocida, incluso en Palestina.
2. En los primeros siglos no existe una tradición positiva constante y unánime sobre el modo como la Madre abandonó la tierra.
3. Los autores que mencionan la muerte de María lo hacen naturalmente.
4. Hasta fines del s. VI se desconoce en Jerusalén la existencia de un sepulcro de la Virgen, aunque a partir del s. V se muestra en Getsemaní una casa de María donde se dice que fue llevada al cielo.
5. San Epifanio y Timoteo de Jerusalén (s. IV), duda uno y niega el otro sobre su muerte.
6. Las narraciones apócrifas (s. V) sobre la muerte de María.
7. Esos escritos hicieron surgir la fiesta de la Dormición. Aparece probablemente en la Iglesia jacobita de Siria, en la segunda mitad del s. VI.
8. La muerte de María llegó a afirmarse comúnmente en todas partes a partir del s. VII. (42)
6.3 - La muerte de María en los padres latinos
Es un hecho en los comienzos,aceptado con toda naturalidad. nadie niega la asunción pero tampoco se propone el problema de si María tuvo un destino diferente al de los justos. Ambrosio, obispo de Milán dice : mientras el Hijo pendía en la cruz la madre se ofrecía a los perseguidores... si moría con su Hijo sabía que había de resucitar con El ".
Agustín da por descontada la muerte de María, al menos en tres ocasiones conocidas : "Confía su madre al discípulo pues debía morir antes que su madre, aquel que debía resucitar antes que su madre muriera". (43)
Si María murió de muerte natural o si fue mártir, interpretando la profesía de Simeón :" una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35). San Ambrosio no está de acuerdo con esta última postura "Ni la letra (la Escritura) ni la historia nos enseñan que María haya salido de esta vida por haber sufrido el ser asesinada, ya que no es el alma sino el cuerpo aquél que traspasa una espada material" (44). Idea que continuó en occidente hasta el siglo VII. En España San Isidoro de Sevilla vuelve sobre este tema, y tampoco está de acuerdo con la interpretación del martirio.) Y concluye diciendo que se habla de la tumba de María en el valle de Josafat, tradición probablemente común porque la encontramos un siglo después en San Beda. (45)
La carta de San Paulino de Nola, mediante al cual consulta a San Agustín sobre el tema de la exégesis del pasaje de Simeón y su legitimidad, ya que le parece muy extraña porque nada hay escrito en la tradición acerca de un posible martirio de María. Muy prudente pero negativa es la respuesta del obispo de Hipona. He aquí los textos : "Indícame lo que piensas sobre las palabras del beato Simeón y seguiré tu opinión. (46)
6.4 - La muerte de María en los padres griegos
Antes del siglo VI no se tiene una idea sobre el fin de María. El primero (hasta donde sabemos ) que habla de su muerte es San Efrén (s IV). Mas, lo hace en la forma simplemente indicativa que hemos visto en San Agustín, en la cual no encontramos ninguna indicación de un destino especial: "Virgen lo ha parido, y queda incólume en los signos de su virginidad: se inclina y lo da a luz. Y así, virgen, lo levanta y lo alimenta con su leche. Y ella es virgen, y así muere, sin que sean rotos los sellos de su virginidad" (47). Como se ve, el énfasis está puesto enteramente en la eternidad perpetua ; se habla de la muerte sencillamente como algo de hecho.
En San Epifanio tenemos un testigo del s. IV e inicios del s. V que muestra cómo las tradiciones hasta esa fecha eran semejantes a las latinas :"Tal vez en alguna parte podríamos descubrir trazas de esta santa bienaventurada ; aunque es imposible descubrir si ha muerto. Yo no afirmo sin embargo esto de manera absoluta, ni puedo decir que ella permaneció inmortal ; pero tampoco puedo decidir que haya muerto. (...) Pero en todo caso, aún cuando haya sido sepultada, ella nunca tuvo comercio carnal con ningún hombre. O bien la Virgen Santísima murió y fue sepultada, y entonces su muerte está unida a un gran esplendor, y su fin ha sido casto y una corona de su virginidad, o bien fue muerta, como parecen indicar las palabras de la escritura : "Una espada traspasará tu alma" obteniendo así el honor de los mártires, y entonces su santo cuerpo ha sido sepultado en la felicidad, ya que por medio de él la luz iluminó el mundo. O bien permaneció en vida, porque Dios puede hacer lo que quiere. Pero su fin ninguno lo conoce." (48)
Contemporáneo de San Epifanio suele considerarse un sermón de Timoteo, presbítero de Jerusalén, que apunta a una posible tradición en curso acerca de la inmortalidad de María: "Una espada traspasará tu alma" (...). Muchos han concluido que la Madre del Señor, muerta a espada, había obtenido el fin del martirio. Pero no es así. La espada metálica divide el cuerpo y no el alma. Y no era posible porque la Virgen, inmortal hasta hoy, ha sido transferida desde el lugar de su ascensión por Aquél que en ella ha puesto su morada." (49) Como se puede observar, existía ya una tendencia (en sentido ambiguo) a pensar que N. Señora no había muerto (Timoteo habla de asunción, mientras ciertos grupos gnósticos decían que ella se encontraba inmortal, escondida en un lugar de la tierra).
7 Desde una perspectiva antropológica
7.1 - Argumentos antropológicos sobre la muerte
La Persona del Verbo muere a la vida humana cuando se separan los elementos componenetes de la naturaleza humana que tenía ; podemos decir que Dios nace a la vida humana y que muere también a la vida humana. Es una muerte natural, pero a la vez teológica. la muerte de los hombres puede obedecer a causas naturales y además a otras causas que Dios añade por revelación (por voluntad de Dios). La muerte de cada Hombre es un fenómeno sujeto a la Historia. Un hecho histórico puede ser teológico y dogmático en el momento en que se relaciona con la Teología y el dogma. La caída de Adán significó la caída de todos (Dz. 789). Si todos creyeron, todos se elevaron en Cristo; toda acción del Hombre es histórica, natural y, a su vez, teológica. Este carácter teológico de la muerte tiene para los cristianos un valor de primer principio.
7.2 - Argumentos antropológicos en la muerte de María.
Como conclusiones : aunque falle el camino de la Historia, puede la muerte de María probarse con eficacia por el camino de la teología. La muerte de María entra a formar parte del misterio teológico de la Asunción.
7.3 - La muerte de María afirmada por la Tradición
Existió una tradición apostólica de contenido incierto. Hay máxima probabilidad de que en esa Tradición se contenía el relato de la muerte. los allegados a la Virgen María no la habrían dejado sola en ese momento: los apóstoles, las mujeres como Marta, Magdalena y María; Lázaro, José , Simeón y Judas (hijos de su prima, Mt 27,56), y Juan que le tenía a su cargo. Todos ellos no la abandonarían. Pero faltan testimonios de quienes presenciaron si murió o desapareció sin morir.Los primeros escritos referentes al tránsito de María aparecen en el s. IV. Faltan el cuerpo, el sepulcro, la fiesta en que se celebra el Tránsito . Hay escritos auténticos y los hay apócrifos, pero no son pruebas fehacientes. En este s. IV aparecen referencias a la muerte (S. Efrén y S Agustín) breves y verosímiles, pero aparecen al mismo tiempo algunas hablándonos de que no murió (Timoteo de Jerusalén). (50)
7.4 - La Asunción de María en los apócrifos
Los primeros testimonios de la fe popular en la asunción se encuentran en los apócrifos TRANSITUS MARIAE, originados después del Concilio de Efeso, en Egipto, como respuesta popular a la fe proclamada en la definición dogmática. (51)
a. Valor histórico de los apócrifos
Este material apócrifo ha despertado mucho interés últimamente. Jugie, Bover y Capelle se destacan por sus trabajos que han contribuido a aclarar puntos oscuros en la filiación de los documentos y su valor histórico. Los más antiguos de estos documentos no se remontan más allá del siglo IV. Se podría suponer la existencia de un arquetipo original del que derivan los textos. Melitón es quien alude a un "Transitus Sanctae Mariae", originado por Leucio, un discípulo de los apóstoles, y que debió, por tanto, escribir a principios del siglo II. Por una tradición oral que habría arrancado de Egipto, se fue propagando en el tiempo y en el espacio, dando lugar a las narraciones que hoy poseemos. En el sarcófago de Santa Engracia (Zaragoza) aparece una mano en actitud de asumir a la Virgen. Esto lubrica el tema que menciona la Tradición. (52)
Comparando las narraciones, coinciden en el hecho de la Asunción, en que los apóstoles están todos reunidos y la vela que hacen a la Virgen en el valle de Josafat. A estos tres hechos puede extenderse el valor histórico de los apócrifos asuncionistas. (53)
b. Valor teológico de los apócrifos
Hemos de considerar a los apócrifos como testigos sospechosos que al llegar a un común acuerdo, permiten hallar la verdad. La verdad teológica es consecuencia de la verdad histórica. No obsta que el apócrifo original asuncionista fuera obra de un hereje, Leucio. Ni que el carácter fabuloso de los relatos los haga naufragar en la fantasía, pues la primitiva tradición asuncionista la hallamos barriendo hojarascas de leyendas que se habían acumulado. Tampoco es argumento suficiente el Decreto Gelasiano que censura seguramente la obra original del hereje Leucio. Juan de Tesalónica afirma que no fueron los herejes los primeros en dejar por escrito la tradición asuncionista: "Cum ea quae ad Virginis consummationem pertinent qui tunc adfuerunt, accurate quidem..." (54) Podrá o no ser así, mas lo cierto es que existieron tradiciones locales referentes a la Asunción ; dato que confirma la hipótesis del desenvolvimiento de la tradición asuncionista, antes oral que escrita.
El vivo interés que mostraron los apócrifos por María es reflejo del que tendrían los fieles contemporáneos, no sólo por su muerte sino también por su traslación al cielo. No es necesaria la espectacularidad de los apócrifos o comprobar el sepulcro vacío. Basta saber que Juan lo sabía, y si fue el autor del Apocalipsis gozaba de visiones extraordinarias : "la señal en el cielo: la Mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies" (Ap.12,1),¿no será una imagen de la gloria de María, tal como la contemplara el apóstol San Juan en su Madre espiritual ?
Esta probabilidad sumada al testimonio de los documentos se convierte en plena certeza de una tradición asuncionista, de un valor histórico, y ahora también de valor teológico.
º Lo que se impuso es el fondo de verdad contenido en los apócrifos, a pesar de los apócrifos triunfó la causa asuncionista. El P. Noyon sj, después de recorrer la tradición de los primeros seis siglos, al llegar al siglo VII, menciona : " los velos se rasgan, en el siglo VII se ve que en el Oriente la Asunción recibe un culto litúrgico explícito y que los predicadores hablan con claridad" (55). Si la tradición fue universal se habría extendido a España, lo que explica el grabado en el sarcófago de Santa Engracia en Zaragoza, y le da existencia a esa tradición oral asuncionista.
De un texto atribuido a "San Juan teólogo y evangelista" (56) del original griego dio origen a muchos relatos ( suelen calcularse entre 50 y 100 ): un ángel que lleva una palma anuncia a María su tránsito después de tres días. Habiendo largamente orado en acción de gracias al Señor, María lo comunica a Juan, el cual reúne a todos los apóstoles (incluido San Pablo). La víspera del tránsito Pedro predica a la multitud sobre el misterio que está a punto de cumplirse. El tercer día, a la hora de tercia ( 9 am) llega el Señor. María le agradece y le entrega su alma. Jesús entonces da a Pedro las instrucciones pertinentes para sepultarla dignamente en un sepulcro nuevo, y confía el alma de su madre al ángel Miguel. Luego desaparecen. Durante los funerales suceden maravillas: la curación milagrosa del sumo sacerdote judío, cuando toca el féretro, lo que lo hace convertirse.Después de tres días Jesús desciende a la tumba de su madre, con los ángeles, los cuales toman el cuerpo envuelto en nubes, y lo llevan al paraíso, donde lo colocan sobre el árbol de la vida.He aquí algunos párrafos: "El Señor la abrazó, tomó su alma santa y la puso en las manos de Miguel, el cual la envolvió en pieles más brillantes de cuanto se pueda decir. Y nosotros, apóstoles, vimos el alma de María entre las manos de Miguel; tenía una perfecta semejanza humana, excepto que no era ni masculino ni femenino, no tenía sino la semejanza del cuerpo y un esplendor siete veces más grande que el sol. (Después de tres días bajan al sepulcro Jesús, Miguel y Gabriel): entonces el Señor ordenó a Miguel poner el cuerpo de María sobre una nube y depositarlo en el paraíso. Y cuando el cuerpo fue alzado, el Señor ordenó a los apóstoles venir con él (...) Cuando todos llegaron al paraíso, depusieron el cuerpo de María sobre el árbol de la vida. Entonces Miguel llevó su alma, y la puso de nuevo en su cuerpo. Y el Señor envió de nuevo a los apóstoles a los diversos lugares para la conversión y salvación de los hombres." (57)
"Nosotros, pues, los apóstoles, después de contemplar súbitamente la augusta traslación de su santo cuerpo, nos pusimos a alabar a Dios por habernos dado a conocer sus maravillas en el tránsito de la madre de Nuestro Señor Jesucristo" (Cap. L)
Estos documentos, aunque carecen de valor histórico, nos indican la fe popular del tiempo como respuesta al dogma de Efeso. Importante es que encuentra el sentido de la fe en la maternidad divina y en la santidad de María las razones para expresar la fe en su incorrupción.
8 - La Asunción de María en los Padres bizantinos
Mas importante para la teología son estos dos elementos: la fiesta litúrgica del 15 de agosto, que se conoce desde el siglo VI como de la "dormición", del "tránsito", o de la "traslación". Y sobre todo las homilías riquísimas de los grandes predicadores bizantinos de los siglos VII-VIII, entre las que sobresalen las de San Modesto, San Germán de Constantinopla, San Andrés de Creta, y especialmente las de San Juan Damasceno ( predicadas junto al sepulcro que según la tradición era el de María, cuando el Damasceno era "ya viejo", y por tanto a mitad del siglo VIII).Los puntos principales representantes de la teología de la época :
1. María murió verdaderamente.
Los autores bizantinos no contradicen este hecho. Aunque afirman la incorruptibilidad de su cuerpo. Consideran la muerte física como un fenómeno natural. Si hablan de la dormición de María lo hacen en sentido bíblico : quien muere en la fe de resucitar, la muerte es sólo un sueño.
En San Andrés de Creta encontramos este pasaje: "Se sufre la tiranía de la muerte, es decir, de la muerte propiamente dicha, cuando a aquellos que mueren no les es dado retornar a la vida. En cambio cuando morimos y de nuevo de la muerte retornamos a la vida, a una vida mejor, claro es que no se trata de muerte, sino de dormición". (58)
2 .La corrupción no disolvió su cuerpo, sino que éste resucitó como el de su Hijo. Las razones que dan estos Padres son de diverso tipo :
a) La maternidad divina. No convenía que se corrompiese la carne que era la misma de Cristo.
b) La maternidad virginal. Si concibió sin corrupción convenía que no se corrompiese.
c) Semejanza con el proceso salvífico de su Hijo. Ella existe para la misión de Jesús. Así como él debe romper la muerte desde dentro para reparar la obra de Eva, Ella se somete voluntariamente a la muerte como su Hijo. Solidarios por amor con los hombres caídos.
d) María ha sido redimida y por tanto su salvación se realiza según la economía de la redención y no según la de Adán.
e) Es una economía superior a la antigua. Los autores bizantinos tienen muy clara la idea de que en María se cumplen las promesas del Antiguo testamento. Por eso no puede regresar a Adán, una economía superada, sino que mira hacia Cristo.
f) La resurrección de María es gracia. La gracia prometida es la resurrección como término de la salvación en Cristo
g) María resucita como signo de la Iglesia. Está indicado de múltiples maneras en los Padres bizantinos: se habla de una presencia mística de todos los salvados en el misterio de la asunción ( patriarcas, apóstoles de la iglesia primitiva, ángeles, santos.) Y en ciertas expresiones más explícitas, como cuando le dice San Germán : "...creemos verte en medio de nosotros como la compañera de viaje, aún después que has partido con el cuerpo". (59)
h) Asunta como su Hijo. Es de siglos posteriores hablar de la diferencia entre el término de Jesús y el de María diciendo que el primero es "Ascensión" porque subió por su propio poder", mientras que el de la segunda es "Asunción" porque fue llevada. Ni la Escritura ni los Padres reconocerían una tal diferencia. La palabra usada para ambos casos es la misma: análepsis. En Hechos 1,2 dice claramente que el Señor fue "asumido" por el Padre , como por el Padre había sido enviado. He 1,2 : "Hasta el día en que, tras haber dado sus disposiciones a los apóstoles que había elegido en el Espíritu Santo, fue asumido al cielo" (60). También los Padres hablan de la fiesta de la asunción (análepsis) del Señor, por obra del Padre. Si alguna diferencia se encuentra en el Damasceno, por ejemplo, es en afirmar que el Padre asumió al Hijo y el Hijo asunto asumió a su Madre para presentarla al Padre.
9 .CONCLUSIONES DE LA PATRISTICA
Existe una variedad de puntos de vista : entre los Padres latinos se piensa en la muerte de María, y a veces se disputa si murió mártir o de muerte natural ; se oyen algunas opiniones vagas de que la Virgen no murió. Entre los Padres griegos no se habla sobre el término de la vida de María antes del siglo V. A partir de este siglo se celebra las fiestas de la dormición ; se hace general la fe en la asunción, aunque inicialmente se conociese en forma apócrifa. En la teología oriental se establece, desde el siglo VI la doctrina de la asunción de María como muerte y resurrección a semejanza de su Hijo y como signo del destino de la Iglesia.
10. PERSPECTIVA DESDE LA LITURGIA
11.1 - EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN Y SU REPERCUSIÓN EN LA LITURGIA
La proclamación del dogma de la Asunción por Pío XII (1950) ha tenido como consecuencia la reestructuración de toda la liturgia de esta solemnidad (61), que canta el misterio (62) de la glorificación de María asunta ya al cielo en cuerpo y alma; gracias a la reciente reforma se ha hecho una nueva reelaboración. Esta solemnidad está dotada por excepción, de un formulario para la misa vespertina de la vigilia:
La antífona siguiente precede la oración : "Qué pregón tan glorioso para tí, María! Hoy has sido elevada por encima de los ángeles y con Cristo triunfas para siempre." La oración de la Misa vespertina: "Porque te has complacido, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado en este día de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que, a cuantos has salvado por el misterio de la redención nos concedas también el premio de tu gloria. Por Nuestro Señor." (63)
10.2 - La Asunción de María en la liturgia de la Misa
En la Misa del día se proclama como primera lectura una perícopa del Apocalipsis (11,19; 12,1-6.10), que recuerda a la mujer vestida de sol (12,1) : "Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas". Es un contexto de difícil comprensión que Juan Pablo II comenta a miles de jóvenes reunidos en la jornada mundial de la juventud, durante la misa celebrada en Czestochowa (Polonia) el 15 de agosto de 1991. (64)
La perícopa evangélica de Lc. 1,39-56, que refiere al elogio de Isabel a María y la proclamación del Magníficat,expresan bien la exaltación de la sierva humilde. El nuevo prefacio, inspirado ampliamente en el texto de L.G. 68, ofrece una bella síntesis del significado cristológico y celestial de la solemnidad. El cap. 6 del Evangelio según San Marcos centra su sentido en la perfecta configuración de María con Cristo resucitado.
10.2.1 - En la Liturgia de las Horas esta temática halla un claro desarrollo en la gozosa plegaria eclesial que brota de la contemplación de la Virgen como icono escatológico de la Iglesia. (65)
11. CONCLUSIONES
María vivió sencillamente y fue Madre de Dios (Inmaculada). Por ser Madre de Dios es luego Asunta al cielo en cuerpo y alma para dar cumplimiento acabado a su maternidad. No se sabe por testimonios escritos certeros si murió o fue asunta sin morir, mas la teología se inclina por lo primero, existiendo razones para ello de órden filosófico, teológico y cristológico. Existió una tradición oral (Tradición) que se aprecia en los apócrifos y una certeza colectiva a partir del s. VI acerca de la Asunción; la liturgia corrobora la veracidad de las conclusiones.
incluso en las diferentes confesiones de fe celebran la Asunción. El movimiento asuncionista se hace más notorio hasta que Pío XI declara en 1950 la Asunción como dogma.La sólida certeza, los múltiples argumentos de la resurrección anticipada brotan del fondo mismo de los misterios.
APÉNDICE
"El libro del Apocalipsis nos hace contemplar, además, la Asunción de María como un signo grandioso : "una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas" (Ap. 12,1). Por tanto, éste es el signo de ese cumplimiento, que alcanza las dimensiones de todo el cosmos. Las criaturas, en la totalidad de su múltiple riqueza, retornan en este signo a Dios, que es el Creador, o sea, el Comienzo absoluto de todo lo que existe. "En este signo retorna a Dios el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Todos nosotros debemos retornar de la misma manera, si hemos recibido la filiación adoptiva en el Hijo unigénito de Dios, quien por nuestra adopción se hizo Hijo del hombre: hijo de María. "Sin embargo, ese retorno omnicomprensivo de los hijos al Padre está unido a un drama particular a lo largo de toda la historia del hombre en la tierra. La liturgia de hoy pone de relieve este drama con las palabras de la carta de San Pablo a los Corintios: "Habiendo venido por un hombre la muerte (...), en Adán mueren todos (66). Esta muerte tiene una dimensión más profunda que la meramente biológica. Es una muerte que afecta al espíritu, privándolo de la vida que proviene de Dios mismo. El pecado es la causa de esta muerte, pues es rebelión contra Dios.
El drama se remonta a los orígenes, cuando el hombre, tentado por el Maligno, quiso alcanzar su propia realización de forma autónoma. "Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal", fue la instigación de la serpiente (67); este drama original encuentra su expresión simbólica en el marco grandioso que nos presenta la liturgia de este día.
DELANTE DE LA MUJER VESTIDA DE SOL, símbolo del cosmos transformado en el reino de Dios vivo, aparece otro símbolo, el del MALIGNO del drama original. En la Sagrada Escritura tiene diferentes nombres. Aquí está representado por un DRAGÓN, que quiere devorar al niño que la mujer ha dado a luz, el pastor de todas las naciones (68). El último libro del Nuevo Testamento confirma al primero, al Génesis: "Enemistad pondré entre tí y la mujer,y entre su linaje y tu linaje". (69)
La historia humana se presenta así como una serie de combates y de luchas entre el bien y el mal, entre el Padre eterno y el " padre de la mentira", que es "homicida desde el principio" (70).
Lucha contra la Mujer, que es la Madre virginal del Redentor del mundo, contra Aquella que es el modelo sublime de la Iglesia (71).
Ese signo se refiere también a nosotros. Al clamar junto con Cristo "Abbá Padre", participamos como hijos adoptivos en la victoria pascual de la cruz y la resurrección, en la que María participó antes que nadie: María elevada al cielo ! (72)
NOTAS.
1- Cfr.(*) SAURAS E., "La Asunción de la Santísima Virgen" (Ed FEDA. Valencia. Biblioteca de tomistas españolas. Vol.XII.1950:p.9-15)
2- "Si la resurrección es fruto de la Redención, en María es un privilegio anticipado, así como su Concepción Inmaculada fue efecto de una redención preventiva o preservativa, en virtud de la cual la acción de la gracia se adelantó al pecado. Es en función de la Maternidad que giran las demás prerrogativas personales de María; haciendo todas ellas reclamar la Asunción corporal. (BOVER,"La Asunción de María" p. 12)
3- "La Ascensión y la Asunción nos revelan el destino que Dios tiene preparado a todo hombre que sea fiel a la vocación que su Palabra le marca en la vida" : ASUNCION DE MARIA. Solemnidad. 15 de agosto. ("Misal de la comunidad II" Ed. Regina. 1989. pag. 648.)
4- En "Dialogos de Socrates" (PLATON,"Diálogos", ) dice que la convicción de Sócrates es que la esperanza de encontrar en una vida mejor que la nuestra dioses buenos, basta para inclinar al sabio a sonreir ante la muerte. la muerte aterra al hombre vulgar" (Argumento de fedón, pag. 9)
5- "Lo que importa no es mi muerte ni la suya, sino la muerte de las personas que amamos, el único problema esencial es el que plantea el conflicto del amor y de la muerte"(MARCEL G."Présence et inmortalité, París1959,182)
6- También es un problema antropológico y religioso. La historicidad de la vida humana implica una meta prefijada al devenir, de modo que el hombre realice esa meta. La Escritura no da una explicaión de la esencia de la muerte; describe el fenómeno (Gén. 3,19. 35,18).
7- Cfr. TOMAS DE AQUINO, ,STh 1, q.75, a.6; SAN JUSTINO, Diál.,5:PG 8, 488., reflexiones sobre la inmortaidad del alma.
8- Cfr. GEVAERT J.,"El problema del hombre" (Ed. Sígueme,Salamanca. 1993, p.295-354):Cap. 8 y 9,"La muerte como misterio fundamental de la existencia. La muerte y perspectiva de esperanza.
9- BULTMANN R., GLNT 3, 202
10- PLATON, "Diálogos, Fedón, o de la inmortalidad del alma el banquete, o del amor gorgias, o de la retórica " (Ed. XVII, Col. Austarl, Buenos Aires, 1973; pag.25 : diálogo de Sócrates con Simias.
11- O.cit.: Sócrates en diálogo con Simmias: "por consiguiente purificar el alma, ¿no es como decíamos hace muy poco, separarla del cuerpo y acostumbrarla a encerrarse y a reconcentrarse en sí misma renunciando en todo lo posible a dicho comercio, viviendo bien sea en esta vida o en la otra sola y desprendida del cuerpo, como de una cadena? "
12- "El hombre es fundamentalmente social. nadie se puede desarrollar solo ni a costa de otros" GALDONA J.,"Curso de teología moral social, Bien común" 1995. Pag. 7
La socialidad humana ubica el eschaton indicidualen el contexto cósmico. Indiciduo y colectividad se entrelazan en la historia de la salvación. (Cfr. FLICK-ALZEGHI "Antropol. teológ." N 306,p. 211
13- Cfr. FLICK M.-ALSZEGHY Z.,"Antropología teológica"(Ed. Sígueme, 6ª ed.,Salamanca 1989. p. 93-197).
"Todos tenemos que decir adiós a todo, lo que interesa es que tengamos algo a que decir adiós": (FRANKL V.,"Teoría y terapia de las neurosis"Ed. Herder. 1992,p. 19-23-27)
14- Cfr. FLICK-ALSZEGHY, "Antropología teológica" (Ed. Sígueme, p. 199)
15- Cfr. POZOC.,"Teología del más allá" BAC. madrid, 1968. p. 209-213).
16- El Protoevangelio de Santiago atribuye estos nombres a los padres de la Virgen María. Su culto está unido a la devoción mariana. Ambos esposos, en la tradición de la Iglesia, son prototipo de las bendiciones divinas.(MISAL DE LA COMUN.II p. 629).
17 - Cfr. ELIZAGA J. "María a la luz de la Biblia y de la historia" (Ed. Lúmen 1992 pag. 9-25
18 -Cf. BUTLER A., "Vidas de los santos"(1 de enero) ;T1.
19- Cf. DICC. LITURGIA, pag. 2050
20- Maternidad de María: María es Madre de Dios (Cf. De 280.282. 288. 301. 318. 392.393.405.430). Por el poder del Espíritu Santo concibió al Verbo de Dios hecho Hombre (Cf 274.277.284.318.332.335.393.395.1319). Concibió virginalmente (274.284.285.287.296.301.332.342.394.401.404). Mantuvo su virginidad en el parto (284.393.399.402.404).
A mediados del s XIX mientras se preparaba la definición dogmática de la Inmaculada Concepción se inician dos corriente asuncionistas, que convergen más tarde en la Teología de la Asunción : Sánchez (1849) y Ma.Claret (1863) provocaron un plebiscito mundial a favor de la Asunción corporal de María. En 1865 y 1866, Wright, en Londres y Tischendorf en Leipzig publican las primeras ediciones científicas de los apócrifos, de influencia para la Teología asuncionista. Nace la moderna Mariología estrictamente científica. (Bover J., "La Asunción de María" p.3)
21- Por eso no dudaron los Santos Padres en llamar Madre de Dios a la Santa Virgen, porque de Ella se formó aquel sagrado cuerpo animado de un alma racional y al que se unió personalmente el Logos que se dice engendrado según la carne.
(Carta de San Cirilo a Nestorio, 22 de junio del 481)
22- Dz 111,a-113.6
23- Ds. 1407, N14
24- "Al término de su vida terrestre, María Santísima, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Mientras a todos los otros santos les glorifica Dios al término de su vida terrena únicamente en cuanto al alma (mediante la visión beatífica), y deben esperar el fin del mundo para ser glorificados también en cuanto al cuerpo, María fue glorificada, y solamente Ella cuanto al cuerpo y cuanto al alma." (Cf. Roschini "La Madre de Dios según la fé y la teología"(Madrid 1955) vol. 2. p.175).
25- ...Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial".("Munificentíssimus Deus"Doc. mar. n 797)
26- Munificentíssimus Deus N.797. Pío XII en su encíclica "Fulgene corona" (8/9/53) insiste en esta relación Inmaculada-Asunción:"la Asunción constituye como la corona y complemento del otro privilegio mariano".
27- Cfr.: ROYO MARIN A., "La virgen María". (p. 210-213).
28 -Cfr. : EMILIO SAURAS, "La Asunción de la Santísima Virgen" (p. 29-33)
29 - Cf.: BOVER J., "La Asunción de María", p.1-3.
30 - Pío XII no hizo una argumentación meramente bíblica. Presentó un argumento mixto de Escritura y Tradición, en la Bula definitoria de la Asunción (Dz 2331): Cfr. POZO C.,"María en la Escritura y la Tradición de la Iglesia";(BAC,Ed. 3ªMadrid, 1985, pag. 142-148 ).
31- En S. Agustín, la persuasión de la muerte de María salta varias veces a la pluma: "Commendat Matrem discípulo;commendat Matrem prior Matre moriturus et ante Matris mortem resurrecturus"(In Io evangelium, Tr VIII, n 9) Cf BOVER J.,O.cit. p. 23.
32- Juguie, 89, ss, y 861 ss
33- Pseudo Melito, CI (Ed. Tischendorf, 125) Cf.O.cit. BOVER p. 33
34- Cf. BOVER ,O.cit. Cap. III "El sentir de la Iglesia en el reciente movim. asuncionista", p. 145 - 195).
35- Alocución del Romano Pontífice al Pueblo de Dios en la solemnidad de la Asunción de María, el 15 de agosto de 1981
36- Cfr. ELIZAGA J.,"María a la luz de la Biblia y de la historia", (Ed. Lumen, 1992. Pag. 114-127).
37- Cf. BUTLER, "Vidas de los santos" T 3, pag 337.
38- Munificentíssimus Deus N 3902
39- Terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo (LG 59: cf. DS 3903). Constituye una anticipación de la resurrección de los demás cristianos: En tu parte has conservado la virginidad. en tu dormición no has abandonado el mundo. oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones, librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia bizantina. Tropario de la fiesta de la Dormición. 15 de agosto). Cf. "CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA. (Ed. Lumen, 1992), pag 231, N 966).
Para el desarrollo de la doctrina asuncionista: MARIA EN LA OBRA DE LA SALVACION.(Madrid, 1974. Pag 316-320, con bibliografía muy escogida." Cita N 47 de HISTORIA SALUTIS. La fe de la Iglesia Católica":COLLANTES J..Ed.BAC. 1983, Asunción de María C.Apost., "Munifuntissmus Deus" de Pío XII. -Vfr.:"La Virgen María en los Padres de la Iglesia" y "Apócrifos del Nuevo Testamento", donde es habla de la dormición de María. Cf. ROYO MARTIN "La virgen María" p.204
40- SAURAS E., "La Asunción de la Santísima Virgen". cap II: la muerte de la Virgen. pag 42-51.
41- Oc. "Timoteo de Jerusalén y S. Epifanio son excepciones frente a tantos que afirman la muerte evidente. En la Edad Media se puso en duda el traslado del cuerpo al c
 

Divino Afflante Espíritu
Miguel el 15-09-2007, 17:45 (UTC)
 Divino Afflante Espíritu
Carta encíclica de S.S. Pío XII sobre los estudios de la Sagrada Escritura, 30 de septiembre de 1943:
Inspirados por el divino Espíritu, escribieron los escritores sagrados los libros que Dios, en su amor paternal hacia el género humano, quiso dar a éste para enseñar, para argüir, para corregir, para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté pertrechado para toda obra buena (1).
Nada, pues, de admirar si la Santa Iglesia ha guardado con suma solicitud un tal tesoro -a ella venido del cielo y que ella tiene por fuente preciosísima y norma divina del dogma y de la moral; como lo recibió incontaminado de mano de los Apóstoles, así lo conservó con todo cuidado, lo defendió de toda falsa y perversa interpretación y con toda diligencia lo empleó en su ministerio de comunicar a las almas la vida sobrenatural.
De todo ello nos ofrecen claro testimonio documentos casi innumerables de todas las épocas. Pero en tiempos recientes, cuando especiales ataques amenazaron al divino origen y a la recta interpretación de los Sagrados Libros, la Iglesia con mayor empeño y diligencia tomó su defensa y protección. Por ello, el Santo Concilio de Trento con un solemne decreto prescribió que se han de tener como sagrados y canónicos los libros enteros con todas sus partes, tales como la Iglesia católica acostumbró a leerlos, y se encuentran en la antigua edición vulgata latina (2). Y en nuestro tiempo el Concilio Vaticano, para reprobar doctrinas falsas sobre la inspiración, declaró que la razón de que estos libros han de ser tenidos en la Iglesia por sagrados y canónicos, no es porque, después de compuestos únicamente por humana industria, hayan sido posteriormente aprobados por la autoridad de la Iglesia, ni tampoco solamente por el hecho de contener una revelación sin error, sino más bien porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales fueron confiados a la misma Iglesia (3). Y, sin embargo, algún tiempo después, en oposición a esta solemne definición de la doctrina católica, que para los libros enteros con todas sus partes reivindica una tal autoridad divina, que está inmune de cualquier error, algunos escritores católicos osaron restringir la verdad de las Sagradas Escrituras sólo a las cosas tocantes a la fe y costumbres, mientras todo lo demás, perteneciente al orden físico o al género histórico, lo reputaban como dicho de paso y sin conexión alguna -según ellos- con la fe. Por ello, Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, en su encíclica Providentissimus Deus, del 18 de noviembre de 1893, no sólo reprobó justísimamente estos errores, sino que ordenó los estudios de los Libros Sagrados con prescripciones y normas sapientísimas.
2. Muy justo es, por lo tanto, que se celebre el quincuagésimo aniversario de la publicación de aquella Encíclica, considerada como la Carta Magna de los estudios bíblicos. Por ello, Nos, conforme a la solicitud que desde el principio de Nuestro sumo Pontificado (4) mostramos respeto a los estudios sagrados, hemos juzgado que sería muy conveniente, de una parte, el confirmar e inculcar todo cuanto Nuestro Predecesor sabiamente estableció y lo que sus Sucesores añadieron para reforzar y perfeccionar la obra; y, de otra, enseñar lo que al presente parecen exigir los tiempos, para más y más animar a todos los hijos de la Iglesia, que a estos estudios se dedican, en esta labor tan necesaria como laudable.


. PARTE HISTORIA
1) la obra de León XIII
3. Primera y máxima preocupación de León XIII fue el exponer la doctrina sobre la verdad de los Libros Sagrados y vindicarla de los ataques adversarios. Por ello, con muy graves palabras, declaró que no hay error alguno en que, hablando el hagiógrafo de cosas físicas, siquiera las apariencias sensibles, como dice el Angélico (5), expresándose o a modo de metáfora, o según las frases que en aquellos tiempos se usaban en el lenguaje común, y según todavía se usan aun hoy para muchas cosas en la conversación ordinaria hasta entre los más doctos. De hecho, la intención de los escritores sagrados, o, mejor aún -son palabras de San Agustín (6)- del espíritu de Dios, que por ellos hablaba, no era el enseñar a los hombres tales cosas -es decir, la íntima constitución de las cosas visibles-, que nada habían de servirles para la eterna salvación (7). Principio, que convendrá aplicar también a las ciencias afines, especialmente a la historia, esto es, refutando de modo semejante las falacias de los adversarios y defendiendo de sus impugnaciones la verdad histórica de la sagrada Escritura (8). Ni tampoco puede atribuirse error al escritor sagrado, si en algún lugar, al transcribir los códices se les escapó a los copistas algo inexacto, o cuando subsiste duda sobre el sentido preciso de alguna frase. Por último, no es en modo alguno lícito o restringir la inspiración de la Sagrada Escritura a algunas partes tan sólo, o conceder que erró el mismo escritor sagrado, porque la inspiración divina por sí misma no sólo excluye todo error, sino que lo excluye y rechaza tan necesariamente, cuanto es necesario que Dios, Verdad suma, no pueda ser autor de error alguno. Tal es la antigua y constante fe de la Iglesia (9).
4. Esta doctrina, pues, que con tanta gravedad expuso Nuestro Predecesor León XIII, la proponemos Nos e inculcamos con Nuestra autoridad para que todos religiosamente la mantengan. Y queremos que no se ponga menor empeño aun hoy en seguir los consejos y estímulos que él tan sabiamente añadió, conforme a su tiempo. Pues, como surgiesen nuevas y no leves dificultades y cuestiones, ya por los prejuicios del racionalismo que por todas partes cundía, ya principalmente por los antiquísimos monumentos excavados y estudiados en las regiones del Oriente, Nuestro mismo Predecesor, impulsado por la solicitud de su apostólico oficio, y ansioso no sólo de que una tan preclara fuente de la revelación católica se abriera más segura y abundante para utilidad de la grey del Señor, sino también de que no le causara daño alguno, expresó su vivo deseo de que fuesen muchos quienes emprendiesen y con firmeza sostuviesen la defensa de las divinas Escrituras, y que principalmente aquellos a quienes la divina gracia llamara a las sagradas órdenes pusieran cada día más diligencia, como es muy de razón, en leerlas, meditarlas y exponerlas (10).
5. Con tales criterios, el mismo Pontífice, ya antes había alabado y aprobado la Escuela de Estudios Bíblicos, fundada en San Esteban de Jerusalén gracias a la solicitud del Maestro General de la Sagrada Orden de Predicadores, porque de ella, según él mismo dijo, los estudios bíblicos habían recibido grandes ventajas, y aun se esperaban mayores (11); y después, en el último año de su vida, añadió una nueva disposición, para que estos estudios, tan altamente recomendados en la encíclica Providentissimus Deus, se cultivasen cada día mejor y se promovieran con mayor seguridad. Y así, en la Carta apostólica Vigilantiae, del 30 de octubre de 1902, instituyó un Consejo o -como suele decirse- una Comisión de graves varones que tuvieran como misión propia suya el procurar por todos los medios posibles que las divinas Escrituras sean estudiadas por los nuestros con todo aquel exquisito cuidado que los tiempos exigen, manteniéndose incólumes no sólo de toda mancha de error, sino de toda temeridad en las opiniones (12); Comisión que también Nos, siguiendo el ejemplo de Nuestros Predecesores, hemos confirmado y aun realzado de hecho, al valernos de ella, como muchas veces antes, y de su ministerio para sujetar a los comentaristas de los Libros Sagrados a aquellas sanas normas de exégesis católica que los Santos Padres y Doctores de la Iglesia y los mismos Sumos Pontífices nos enseñaron (13).

2) la obra de los sucesores de León XIII
6. Muy oportuno parece ahora el recordar con gratitud las principales y más útiles aportaciones de Nuestros Predecesores a dicha finalidad, y que podríamos llamar complemento o fruto de la feliz empresa leoniana. Y, en primer lugar, Pío X, queriendo ofrecer un modo práctico para preparar buen número de maestros, recomendables por la gravedad y la pureza de la doctrina, que en las escuelas católicas interpretaran los Sagrados Libros, instituyó los grados académicos de Licenciado y Doctor en Sagrada Escritura, que deberían ser conferidos por la Comisión Bíblica (14), y luego dio leyes sobre el plan de estudios de la Sagrada Escritura, en los Seminarios, con el fin de que los alumnos seminaristas no sólo tuvieran un profundo conocimiento de la Biblia, de su valor y de su doctrina, sino que pudieran, más tarde, ejercer convenientemente el ministerio de la divina palabra y defender de todo ataque los libros escritos bajo la inspiración de Dios (15); y, finalmente, para que en la ciudad de Roma hubiera un "centro" de altos estudios bíblicos, que con la mayor eficacia posible promoviese la ciencia de la Biblia y de las materias con ella relacionadas, todo ello según el sentir de la Iglesia católica, fundó -confiándolo a la ínclita Compañía de Jesús- el Pontificio Instituto Bíblico, que quiso estuviera provisto de escuelas superiores y de todos los instrumentos tocantes a la erudición bíblica; y le dio sus propias leyes y estatutos, declarando que con ello realizaba el saludable y fructífero propósito de León XIII (16).
7. A todo ello dio feliz término Nuestro inmediato Predecesor Pío XI, de f. m., al mandar, entre otras cosas, que nadie en los Seminarios enseñase la Sagrada Escritura sin haber legítimamente obtenido grados académicos en la Comisión Bíblica o en el Instituto Bíblico, luego de realizados regularmente sus estudios; y dispuso que estos grados tuviesen los mismos efectos que los legítimamente otorgados en Sagrada Teología o en Derecho Canónico; mandó, además, que a nadie se le confiriese beneficio, al cual canónicamente estuviera aneja la carga de explicar al pueblo la Sagrada Escritura, si, además de los otros requisitos, no había obtenido la licenciatura o el doctorado. Al mismo tiempo, y después de haber exhortado así a los Generales de las Ordenes religiosas como a los Obispos del mundo católico, a que enviaran sus mejores alumnos al Instituto Bíblico, para asistir en él a sus cursos y recibir los grados académicos, realzó dicha exhortación con su munificencia, al señalar generosamente rentas anuales precisamente para dicha finalidad (17).
8. Y el mismo Pontífice, puesto que con el favor y aprobación de Pío X, de f. m., en el año 1907 se había encomendado a los monjes Benedictinos el encargo de hacer investigaciones y estudios que pudieran preparar la edición de la versión latina de la Biblia, que suele llamarse la Vulgata (18), queriendo dar base más sólida y mayor seguridad a esta empresa tan ardua como laboriosa que, si exige largos trabajos y cuantiosos gastos, pone ya de relieve su gran utilidad con los excelentes volúmenes hasta ahora publicados, levantó desde los cimientos el monasterio de San Jerónimo en Roma, dedicado por completo a aquella labor, y lo dotó espléndidamente con su propia biblioteca y con toda clase de medios para la investigación (19).

) los Sumos Pontífices, y la Sagrada Escritura
9. Ni puede pasarse aquí en silencio cómo esos mismos Predecesores Nuestros, cuando se les ofreció ocasión para ello, recomendaron siempre ya el estudio, ya la predicación, ya la piadosa lectura y meditación de las Sagradas Escrituras. Y así, Pío X aprobó cálidamente la Sociedad de San Jerónimo, cuya finalidad es tanto el familiarizar a los fieles cristianos con la tan loable costumbre de leer y meditar los santos Evangelios, como el facilitarles en todo lo posible práctica tan piadosa. Y la exhortaba a que perseverase con entusiasmo en su empresa, por tratarse de cosa utilísima, la que mejor respondía a los tiempos, pues contribuye no poco a desarraigar la opinión de que la Iglesia sea opuesta a la lectura de las Sagradas Escrituras en lengua vulgar o de que ponga impedimento para ello (20). Más tarde, Benedicto XV, en ocasión del decimoquinto centenario de la muerte del Doctor Máximo en la exposición de las Sagradas Escrituras, luego de inculcar seriamente así los preceptos y ejemplos del mismo Doctor, como los principios y normas dados por León XIII y por sí mismo, y después de otras recomendaciones oportunísimas en esta materia que nunca deberán echarse en olvido, exhortó a todos los hijos de la Iglesia, y sobre todo a los clérigos, a que uniesen la reverencia a la Sagrada Escritura con la piadosa lectura y la asidua meditación de la misma; y advirtió que en sus páginas ha de buscarse el manjar que haga crecer la vida espiritual hacia la perfección, y que la principal utilidad de la Escritura está en emplearla santa y fructuosamente para la predicación de la divina palabra. Y luego alabó de nuevo la obra de la Sociedad de San Jerónimo, consagrada a divulgar, cuanto posible, los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, de suerte que ya no hay familia cristiana que de ellos carezca, y todos se acostumbran a su cotidiana lectura y meditación (21).


4) frutos de acción tan múltiple
10. Y es justo y grato reconocer que no sólo en virtud de estas disposiciones, mandatos y estímulos de Nuestros Predecesores, mas también por la cooperación de todos cuantos diligentemente los secundaron, ya estudiando, ya investigando, ya escribiendo, ya enseñando y predicando, ya también traduciendo y propagando los Sagrados Libros, entre los católicos ha progresado no poco la ciencia y el uso de las Sagradas Escrituras. Son, en verdad, ya muchísimos los cultivadores de la Escritura Santa que han salido y cada día salen de las escuelas superiores de Teología y de Sagrada Escritura, y principalmente de Nuestro Pontificio Instituto Bíblico; los cuales, animados por su ardiente afición a los sagrados volúmenes, la comunican luego con el mismo ardor al clero joven y le transmiten también la doctrina que ellos aprendieron. Y así no pocos de ellos, con sus propios escritos o de varias maneras, han promovido y promueven los estudios bíblicos, ya editando los textos sagrados según las normas de una crítica depurada, ya explicándolos, ilustrándolos y traduciéndolos a las lenguas modernas; ya proponiéndolos a los fieles para su piadosa lectura y meditación; ya, finalmente, cultivando y adquiriendo las disciplinas profanas, en cuanto son útiles para explicar la Sagrada Escritura. Estas y otras obras emprendidas, que cada día se propagan y se consolidan más, como, por ejemplo, las sociedades, los congresos, las semanas de estudios bíblicos, y las bibliotecas, las asociaciones para meditar el Evangelio, nos hacen concebir una firme esperanza de que en adelante irán creciendo cada día más, para mayor provecho de las almas, el respeto, uso y conocimiento de las Sagradas Letras. Pero ello no se logrará sino a condición de que con firmeza, valentía y confianza se ajusten todos al programa de estudios bíblicos prescrito por León XIII, aclarado más amplia y completamente por sus Sucesores y por Nos todavía confirmado y aumentado; programa que es, en realidad, el único seguro y comprobado por la experiencia; y no se desanimen en modo alguno por las dificultades que, como en todo lo humano, tampoco han de faltar en esta obra tan preclara.



II. PARTE DOCTRINAL
11. No hay quien fácilmente no vea cómo se han modificado, en estos cincuenta años, las condiciones de los estudios bíblicos y la de todos cuantos les pueden ser útiles. Pasando por alto otras cosas, cuando Nuestro Predecesor publicó su encíclica Providentissimus Deus, muy pocos eran los lugares de Palestina comenzados a explorar por excavaciones relacionadas con estos estudios, en tanto que ahora las investigaciones de tal género se han multiplicado y se llevan a cabo con métodos más severos que, perfeccionados por el mismo ejercicio, nos ofrecen más copiosos y ciertos resultados. Cuánta, en verdad, sea la luz que de estas investigaciones brota para entender mejor y más plenamente los Sagrados Libros, lo saben muy bien los peritos y cuantos a tales estudios se consagran. Crece aún la importancia de estas investigaciones por los documentos escritos hallados de cuando en cuanto, que contribuyen mucho al conocimiento de las lenguas, literatura, historia, costumbres y religiones de los más antiguos pueblos. Ni es de menor importancia el hallazgo y la investigación, tan frecuente en nuestro tiempo, de los papiros que tan útiles han sido para conocer las literaturas y las instituciones públicas y privadas, principalmente del tiempo de nuestro Salvador. Además, se han hallado y editado con rigurosa crítica vetustos códices de los Sagrados Libros; se ha investigado más y más plenamente la exégesis de los Santos Padres; y, en fin, se ilustran con innumerables ejemplos los modos de decir, de narrar o de escribir de los antiguos. Todo esto, que no sin especial consejo de la providencia de Dios ha sido concebido a nuestra época, invita y, en cierto modo, amonesta a los intérpretes de las Sagradas Letras para que, valiéndose solícitos de tanta luz, las estudien más a fondo, las expliquen con más precisión y las expongan con mayor claridad. Y si, con gran contento del alma, vemos que los intérpretes han obedecido con el mayor entusiasmo y siguen obedeciendo a esta invitación, no vemos en ello el último ni tampoco el menor de los frutos de la encíclica Providentissimus Deus, en la que Nuestro Predecesor, como presagiando este nuevo florecer de los estudios bíblicos, llamó a los exegetas católicos hacia un trabajo, cuyo camino y método les trazó con sabia intuición. Hacer que el trabajo no sólo permanezca ininterrumpido sino que cada día se vaya perfeccionando más y resulte más fecundo: tal es la finalidad de esta Nuestra Encíclica, con la cual Nos proponemos principalmente demostrar a todos lo que aun resta por hacer y con qué ánimo debe emprender hoy el exegeta católico tan importante y elevado cargo, y dar nuevo estímulo y nuevos ánimos a los obreros que constantemente trabajan en la viña del Señor.
1) textos originales
12. Ya los Padres de la Iglesia, y en primer lugar San Agustín, recomendaron encarecidamente al intérprete católico, deseoso de entender y explicar las Sagradas Escrituras, que estudiara las lenguas antiguas y acudiera a los textos originales (22). Pero tal era la condición de los estudios, en aquellos tiempos, que no consentían fuesen muchos los familiarizados con la lengua hebrea: y aun éstos, con un conocimiento imperfecto. Y en la Edad Media, cuando más florecía la Teología escolástica, hasta el conocimiento mismo del griego se hallaba, hacía ya tiempo, tan decaído entre los occidentales, que aun los mayores Doctores de aquellos tiempos, al explicar los Sagrados Libros, no podían apoyarse sino tan sólo en la versión latina llamada Vulgata. Por lo contrario, en nuestros tiempos, no sólo la lengua griega, que desde el Renacimiento resucitó en cierto modo a nueva vida, es casi familiar a todos los cultivadores de la antigüedad y de las letras, sino que ya el mismo conocimiento de la hebrea y las otras lenguas orientales se halla ampliamente difundido entre los estudiosos. Es hoy, además, tal la abundancia de medios para aprender estas lenguas, que el intérprete de la Biblia, que por negligencia se cierre la puerta para el conocimiento de los textos originales, no podrá en modo alguno evitar la nota de ligereza y desidia, pues al exegeta le toca como captar con sumo cuidado y veneración aun las más pequeñas cosas que bajo la divina inspiración salieron de la pluma del hagiógrafo, para así penetrar más profunda y plenamente en su pensamiento. Procure, pues, seriamente adquirir una pericia cada día mayor de las lenguas bíblicas, y aun de las demás lenguas orientales, para apoyar su interpretación en todos los subsidios que toda clase de filología supedita. Eso, en verdad, procuró solícitamente San Jerónimo, según eran los conocimientos de su época; y tal fue el ideal de no pocos de los grandes intérpretes de los siglos XVI y XVII, bien que el conocimiento de las lenguas fuese mucho menor que hoy, poniendo en ello un infatigable esfuerzo y logrando frutos no medianos. Con el mismo método, pues, ha de explorarse el mismo texto original, que, como escrito inmediatamente por el mismo autor sagrado, tendrá mayor autoridad y mayor peso que en cualquier versión, ya antigua, ya moderna, por muy buena que fuese; y ello se logrará más fácil y útilmente si al conocimiento de las lenguas se uniere también una sólida pericia en el arte de la crítica tocante al texto mismo.
13. Sabiamente advierte ya San Agustín la importancia de esta crítica, cuando, entre las reglas que se deben inculcar al que estudia los Sagrados Libros, puso -en primer lugar- la preocupación de poder servirse de un texto correcto. Quienes desean conocer las Sagradas Escrituras -dice aquel preclarísimo Doctor de la Iglesia- deben, ante todo, atender con sumo cuidado a la enmienda de los códices, de suerte que los no correctos cedan su puesto a los correctos (23). Hoy este arte, que se llama crítica textual y que se aplica laudable y provechosamente en la edición de los textos profanos, con toda razón ha de ejercitarse también en los Sagrados Libros, precisamente por la misma reverencia debida a la divina palabra. Su propia finalidad es restituir a su primitivo ser el sagrado texto lo más perfectamente posible, purificándolo de las corrupciones en él introducidas por impericia de los copistas y librándolo, cuanto se pueda, de glosas y lagunas, de inversiones de palabras, de repeticiones y otros defectos de la misma especie, que suelen infiltrarse en los textos a través de los muchos siglos. Verdad es que, hace algunos decenios, no pocos empleaban la crítica tan arbitrariamente que a veces podía decirse que con ello trataron de introducir en el sagrado texto sus prejuicios; pero hoy ha llegado a alcanzar ya tal estabilidad y seguridad, que se ha convertido en un insigne instrumento para editar la divina palabra con mayor pureza y esmero, y es fácil descubrir cualquier abuso de la misma. Ni hace falta traer aquí a la memoria -porque es claro y sabido de todos los que estudian las Sagradas Escrituras- en cuánta estima ha tenido la Iglesia, desde los primeros siglos hasta nuestros tiempos, estos trabajos de la crítica. Hoy, pues, cuando este arte ha alcanzado tal perfección, es para los cultivadores de los estudios bíblicos honrosa tarea, aunque no siempre fácil, procurar con todo afán que cuanto antes preparen los católicos ediciones ajustadas a estas normas, no sólo de los textos sagrados, sino también de las versiones antiguas, que a la suma reverencia hacia el sagrado texto añadan la escrupulosa observancia de las leyes de la crítica. Y sepan bien todos que esta larga labor no sólo es necesaria para el recto conocimiento de los escritos divinamente inspirados; imperiosamente la exige, además, la piedad con que debemos mostrarnos sumamente agradecidos al Dios providentísimo, por habernos enviado estos libros a modo de cartas paternas dirigidas como a sus hijos propios desde la sede de su majestad.
14. Ni se figure nadie que este uso de los textos primitivos, obtenidos con el empleo de la crítica, se opone en modo alguno a las sabias prescripciones del Concilio Tridentino tocantes a la Vulgata latina (24). Documentalmente consta cómo los Presidentes de aquel Concilio recibieron el encargo de rogar, en nombre mismo del Concilio, al Sumo Pontífice -y así lo hicieron- que hiciera corregir, como mejor fuera posible, ante todo la edición latina, y después también el texto griego y el hebreo, que se publicaran luego, para la mayor utilidad de la santa Iglesia de Dios (25). Si, por las dificultades de los tiempos y otros impedimentos, no pudo entonces darse plena satisfacción a estos deseos, al presente, como lo esperamos, aunados los esfuerzos de todos los doctos católicos, podrá mejor y más plenamente satisfacerse. Si el Concilio Tridentino ordenó que la Vulgata fuese la versión que todos usaran como auténtica, esto, como cualquiera ve, sólo se refiere a la Iglesia latina y a su uso público de la Escritura, y en nada disminuye la autoridad y el valor de los textos originales. Pues ni siquiera se trataba entonces de los textos originales, sino de las versiones latinas que en aquel tiempo corrían, entre las cuales el Concilio, con mucha razón, decretó que había de preferirse aquella que la misma Iglesia había aprobado por el largo uso de tantos siglos. Por lo tanto, esta precedente autoridad, o, como dicen, autenticidad de la Vulgata, no fue establecida por el Concilio principalmente por razones críticas, sino más bien por su legítimo uso en la Iglesia, ya de tantos siglos, por el cual se demuestra que en las cosas de fe y costumbres está enteramente inmune de todo error, de modo que, por testimonio y confirmación de la misma Iglesia, puede aducirse con seguridad y sin peligro de error en las disputaciones, lecciones y sermones: por lo tanto, no es una autenticidad primariamente crítica, sino más bien jurídica. Luego esta autoridad de la Vulgata en las cosas doctrinales no impide en modo alguno -antes hoy más bien lo exige casi- que esa misma doctrina se compruebe y se confirme también por los textos originales, y que a cada momento se acuda a los textos primitivos, con los cuales siempre, y cada día mejor, se aclare y exponga la verdadera significación de la Sagrada Escritura. Ni prohibe tampoco el Concilio Tridentino que para uso y bien de los fieles cristianos, y para más fácil inteligencia de la divina palabra, se hagan versiones en lenguas vulgares, pero precisamente sobre los mismos textos originales, como con la aprobación de la autoridad de la Iglesia sabemos haberse hecho laudablemente en muchas naciones.

2) interpretación
15. Excelentemente pertrechado con el conocimiento de las lenguas y los subsidios de la crítica, pase ya el exegeta católico a la tarea suprema entre cuantas se le imponen, esto es, hallar y exponer el verdadero sentido de los Sagrados Libros. Al hacerlo, los intérpretes católicos tengan siempre ante sus ojos que lo que más ahincadamente han de procurar es el discernir claramente y precisar cuál es el sentido de las palabras bíblicas, que llaman literal. Este literal significado de las palabras resulta de que con toda diligencia lo averigüen por el conocimiento de las lenguas, por el examen del contexto y por la comparación con los lugares semejantes; pues de todo esto suele hacerse uso también en la interpretación de los escritos profanos, para que aparezca clara la mente del autor. Pero teniendo siempre en cuenta el exegeta de las Sagradas Letras que aquí se trata de palabra divinamente inspirada, cuya custodia e interpretación ha sido por el mismo Dios encomendada a su Iglesia, atienda con no menor diligencia a las explicaciones y declaraciones del magisterio de la Iglesia, a las dadas por los Santos Padres y también a la analogía de la fe, como sapientísimamente lo advierte León XIII en su encíclica Providentissimus Deus (26). Pero pongan singular empeño en no exponer solamente -como con dolor vemos se hace en algunos comentarios- lo tocante a la historia, a la arqueología, a la filología y a otras disciplinas semejantes, sino que, empleando éstas oportunamente en cuanto pueden contribuir a la exégesis, expliquen principalmente cuál es la doctrina teológica de fe y costumbres en cada libro o en cada lugar, de manera que su explanación no sólo ayude a los profesores de teología para proponer y confirmar los dogmas de la fe, mas sirva también a los sacerdotes para aclarar al pueblo la doctrina cristiana y, en fin, a todos los fieles para llevar una vida santa y digna de un cristiano.
16. Dando una tal interpretación, teológica ante todo, reducirán eficazmente al silencio a quienes aseguran no hallar casi nada en los comentarios bíblicos que eleve la mente a Dios, nutra el alma y promueva la vida interior, y añaden que se ha de recurrir a una cierta interpretación espiritual y mística, como ellos dicen. Cuán poco acertado sea este su juicio, lo demuestra la misma experiencia de muchos que, meditando y considerando una y otra vez la divina palabra, llevaron sus almas a la perfección y se sintieron movidos de un vehemente amor a Dios, y lo demuestran también claramente la perpetua enseñanza de la Iglesia y los consejos de los sumos Doctores. No es que de la Sagrada Escritura se excluya todo sentido espiritual, pues lo que en el Antiguo Testamento se dijo y se hizo fue sapientísimamente ordenado y dispuesto por Dios de tal manera, que las cosas pretéritas presignificasen de modo espiritual las que en la nueva ley de gracia habían de realizarse. Por lo cual el exegeta, como debe investigar y exponer el significado propio, o, como dicen, literal, de las palabras, intentado y expresado por el hagiógrafo, y también el significado espiritual, siempre que conste haber sido realmente dado por Dios. Sólo Dios, en verdad, pudo conocer y revelarnos a nosotros ese significado espiritual. Ahora bien, este sentido, en los Santos Evangelios, nos lo indica y nos lo enseña el mismo Divino Salvador; lo profesan de palabra y por escrito los Apóstoles, imitando el ejemplo del Maestro; lo demuestra la constante doctrina tradicional de la Iglesia, y, finalmente, lo declara el antiquísimo uso de la liturgia según la conocida sentencia: La ley de la oración es la ley de la creencia. Pongan, pues, en claro y expliquen los exégetas católicos, con la diligencia que la dignidad de la divina palabra pide, este sentido espiritual intentado y ordenado por el mismo Dios, pero guárdense religiosamente de proponer como genuino sentido de las Sagradas Escrituras otros sentidos figurados; pues aunque, al desempeñar el cargo de la predicación, puede ser útil, para ilustrar y recomendar las cosas de la fe y costumbres, un más amplio uso del sagrado texto en sentido figurado, siempre que se haga con moderación y sobriedad, nunca, sin embargo, ha de olvidarse que este uso de las palabras de la Sagrada Escritura le es a ésta como exterior y añadido, y que, sobre todo hoy, no deja de ser peligroso, pues los fieles cristianos, principalmente los instruidos en las ciencias sagradas y en las profanas, quieren saber lo que Dios nos da a entender en las Sagradas Escrituras, más bien que lo dicho por un facundo orador o escritor, empleando con cierta habilidad las palabras de la Biblia. Ni necesita tampoco la palabra de Dios, viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos, y que llega hasta la división del alma y del espíritu, y de las coyunturas y las médulas, y discernidora de los pensamientos e intenciones del corazón (27), de artificios o arreglos humanos para mover los corazones y excitar los ánimos, porque las mismas sagradas páginas, escritas bajo la inspiración divina, tienen por sí mismas abundancia de un primer sentido; enriquecidas de divina virtud, valen por sí; adornadas de soberana hermosura, por sí lucen y resplandecen, siempre que el intérprete las explique tan íntegra y fielmente, que saque a luz todos los tesoros de sabiduría y prudencia que en ellas se encierran.
17. Para esto podrá el exegeta servirse muy bien del estudio de las obras en que los Santos Padres, los Doctores de la Iglesia e ilustres intérpretes de las Sagradas Letras, en tiempos pasados, las expusieron; ya que éstos, si a veces estaban menos provistos de erudición profana y del conocimiento de las lenguas que los de nuestro tiempo, se distinguen, sin embargo, dado el oficio que Dios les dio en la Iglesia, por cierta suave perspicacia de las cosas celestiales y por una admirable agudeza de entendimiento, con que íntimamente penetran las profundidades de la divina palabra, y así sacan de ella cuanto puede servir para ilustrar la doctrina de Cristo y promover la santidad de la vida. De doler es, en verdad, que tan preciosos tesoros de la cristiana antigüedad sean demasiado poco conocidos por muchos de los escritores de nuestros tiempos, y que los cultivadores de la historia de la exégesis todavía no hayan llegado a hacer todo lo posible para mejor conocer y más justamente estimar materia tan importante. Ojalá fueran muchos los que, examinando diligentemente los autores y las obras de interpretación católica, a fin de sacar de allí las casi inmensas riquezas que acumulan, contribuyeran eficazmente a que cada día aparezca más claro hasta qué alto grado penetraron ellos en la doctrina de los Libros Santos, y cuánto la ilustraron, de modo que los intérpretes modernos los tomen como ejemplo y busquen en ellos oportunos argumentos. Se llegará así, por fin, a la feliz y fecunda unión de la doctrina y espiritual suavidad en el decir de los antiguos con la erudición más vasta y el arte más avanzado de los modernos, que producirá indudablemente nuevos frutos en el campo de las Divinas Letras, nunca suficientemente cultivado, y nunca exhausto.
) problemas principales
18. Es también de esperar que nuestros tiempos podrán contribuir en algo a una más profunda y exacta interpretación de las Sagradas Escrituras, pues no pocas cosas -y, entre ellas, principalmente las referentes a la historia- o apenas o insuficientemente fueron explicadas por los expositores de los siglos pasados, por faltarles casi todas las noticias necesarias para su ilustración. Cuán difíciles, en efecto, y casi inaccesibles fuesen algunas cuestiones para los mismos Padres, se demuestra, por no citar otros ejemplos, en los varios conatos que muchos de ellos repitieron para interpretar los primeros capítulos del Génesis; igualmente, en los repetidos tanteos de un San Jerónimo para traducir los Salmos de suerte que su sentido literal, esto es, el expresado por las palabras mismas del texto, apareciese con claridad. Finalmente, hay algunos libros o textos sagrados, cuyas dificultades de interpretación se han puesto de relieve en la edad moderna, es decir, cuando un más exacto conocimiento de los tiempos antiguos hizo presentarse nuevos problemas que nos obligan a un más profundo examen de la materia. Se equivocan, por lo tanto, algunos que, no conociendo bien el estado actual de la ciencia bíblica, se empeñan en que al exegeta católico de nuestros días no le queda nada ya que añadir a cuanto la antigüedad cristiana produjo; por lo contrario, la verdad es que son tantos los problemas planteados por nuestro tiempo que reclaman nueva investigación y nuevo examen y estimulan no poco la actividad del moderno escriturista.
19. Verdad es que nuestra época acumula nuevas cuestiones y nuevas dificultades; pero también, por favor de Dios, suministra nuevos recursos y subsidios a la exégesis. Entre ellos parece digno de especial mención el que los teólogos católicos, siguiendo la doctrina de los Santos Padres, y principalmente la del Angélico y Común doctor, han explorado y expuesto -con mayor precisión y sutileza que solía hacerse en los pasados siglos- la naturaleza y los efectos de la inspiración bíblica: pues, partiendo del principio de que el escritor sagrado, al escribir su libro, es **** o instrumento del Espíritu Santo, pero instrumento vivo y racional, observan rectamente que, bajo el influjo de la divina moción, de tal manera hace uso de sus facultades y energías, que por el libro nacido de su acción puedan todos fácilmente colegir la índole propia de cada uno y, por así decirlo, sus singulares características y rasgos (28). Ha de esforzarse, pues, el intérprete con toda diligencia, sin descuidar luz alguna que hayan aportado las modernas investigaciones, por conocer la índole propia y las condiciones de vida del escritor sagrado, el tiempo en que floreció, las fuentes, ya escritas, ya orales, que utilizó así como el vocabulario por él usado. Así podrá mejor conocer quién fue el hagiógrafo y qué quiso significar al escribir. A nadie se le oculta que la suprema norma para la interpretación es precisar y delimitar qué pretendió decir el escritor, como egregiamente lo advierte San Atanasio: Aquí, como conviene hacerlo en todos los otros lugares de la divina Escritura, debe observarse con qué ocasión habló el Apóstol; ha de atenderse con cuidado y exactitud a cuál es la persona a quien escribe y cuál el motivo de que le escriba, no sea que al ignorar tales cosas o al mal entender una cosa por otra se aleje del verdadero pensamiento del autor (29).
20. Pero muchas veces no es tan claro en las palabras y escritos de los antiguos autores orientales, como lo es por ejemplo en los escritores de nuestra época, cuál sea el sentido literal: lo que aquellos quisieron significar no se determina tan sólo por las leyes de la gramática o de la filología, ni por el contexto del discurso, sino que es preciso, por decirlo así, que el intérprete se vuelva mentalmente a aquellos remotos siglos del Oriente, y con el auxilio de la historia, de la arqueología, de la etnología y otras disciplinas, discierna y distintamente vea qué género literario quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella vetusta edad. Porque los antiguos Orientales no siempre empleaban las mismas formas y los mismos modos de decir que hoy usamos nosotros, sino más bien aquellos que eran los corrientes entre los hombres de sus tiempos y lugares. Cuáles fueran éstos, no puede el intérprete determinarlo de antemano, sino solamente en virtud de una cuidadosa investigación de las antiguas literaturas del Oriente. Esta, llevada a cabo en los últimos decenios con mayor cuidado y diligencia que anteriormente, nos ha hecho ver con más claridad qué formas de decir se usaron en aquellos antiguos tiempos, ya en la descripción poética de las cosas, ya en el establecimiento de normas y leyes de vida, ya, por fin, en la narración de hechos y sucesos. Esta misma investigación ha probado ya con claridad que el pueblo de Israel aventajó singularmente a las otras antiguas naciones orientales en escribir bien la historia, así por la antigüedad como por la fiel narración de hechos, méritos que seguramente proceden del carisma de la divina inspiración y del fin peculiar de la historia bíblica, que es religioso. Sin embargo, también entre los escritores sagrados, como entre los demás antiguos, se hallan ciertas maneras de exponer y narrar, ciertos idiotismos, propios, sobre todo, de las lenguas semíticas, las llamadas aproximaciones, y ciertos modos de hablar hiperbólicos; más aún, a veces hasta paradojas, con las cuales más firmemente se graban las cosas en la mente: cosas todas ellas nada de admirar para quien rectamente sienta acerca de la inspiración bíblica. Porque no hay modo alguno de decir, de que entre los antiguos, principalmente los orientales, solía servirse el humano lenguaje para expresar las ideas, que sea ajeno a los Libros Sagrados, siempre a condición de que el empleado no repugne a la santidad y verdad de Dios, como ya con su acostumbrada agudeza lo advirtió el mismo Doctor Angélico con estas palabras: Las cosas divinas se nos ofrecen en la Escritura según el modo que los hombres acostumbran a usar (30). Pues así como el Verbo sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todo, excepto en el pecado (31), así también las palabras de Dios, expresadas en lengua humana, se hacen en todo semejantes al humano lenguaje, excepto en el error. En esto consiste aquella **** o condescensión de Dios providente que ya San Juan Crisóstomo exaltó sobremanera y que repetidamente afirmó encontrarse en los Libros Sagrados (32).
21. Por esto el exegeta católico, para satisfacer a las actuales necesidades de la ciencia bíblica al exponer la Sagrada Escritura, para demostrar y probar que está enteramente inmune de error, válgase también, como es su deber, prudentemente de este recurso, esto es, el de investigar hasta qué punto la forma o género literario, empleado por el hagiógrafo, pueda contribuir a la verdadera y genuina interpretación: y esté persuadido de que esta parte de su oficio no puede desdeñarse sin gran detrimento de la exégesis católica. Pues no pocas veces - para no mencionar sino esto -, cuando muchos pretenden reprochar al autor sagrado el haber faltado a la verdad histórica o haber narrado las cosas con poca exactitud, hállase que no se trata de otra cosa sino de aquellos modos nativos de decir y narrar, propios de los antiguos, que a cada paso lícita o corrientemente se acostumbran a emplear en las mutuas relaciones de los hombres. Exige, pues, una justa ecuanimidad, que al hallar tales cosas en la divina palabra, que con palabras humanas se expresa para los hombres, no se les tache de error, como tampoco se hace cuando se hallan en el uso cotidiano de la vida. Conociendo, pues, y exactamente estimando los modos y maneras de decir y escribir de los antiguos, podrán resolverse muchas dificultades que contra la verdad y la fidelidad histórica de las Sagradas Escrituras se oponen, y semejante estudio será muy a propósito para percibir más plena y claramente la mente del autor sagrado.
22. Atiendan, pues, también a esto nuestros cultivadores de los estudios bíblicos con toda diligencia y nada omitan de todo cuanto de nuevo aporten ya la arqueología, ya la historia antigua, ya el conocimiento de las antiguas literaturas, ya cuanto contribuya a penetrar mejor en la mente de los antiguos escritores, sus modos y maneras de discurrir, de narrar y escribir. Y en esto tengan en cuenta aun los católicos seglares que no sólo contribuyen al bien de la ciencia profana, sino que merecen bien de la causa cristiana si, como es de razón, se entregan con ahínco y constancia a explorar e indagar las cosas de la antigüedad y a resolver cuestiones de este género, hasta ahora poco claras y conocidas. Pues todo humano conocimiento, aun profano, como de por sí tiene una nativa dignidad y excelencia - por ser una cierta participación finita de la infinita ciencia de Dios -, recibe una nueva y más alta dignidad y como consagración cuando se emplea para ilustrar con luz más clara las cosas divinas.
cuestiones más difíciles
23. Por la tan avanzada exploración de las antigüedades orientales de que hemos hablado, por la más cuidadosa investigación de los mismos textos originales, por un más amplio y diligente conocimiento de las lenguas bíblicas y de todas las otras orientales, felizmente, con el auxilio de Dios, se ha logrado que no pocas cuestiones que, en tiempo de Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, suscitaban los críticos ajenos a la Iglesia y hasta hostiles a ella contra la autenticidad, antigüedad, integridad y fidelidad histórica de los Libros Sagrados, hoy han quedado eliminadas y resueltas. Los exegetas católicos, usando rectamente las mismas armas de la ciencia, de que no pocas veces abusaban los adversarios, de una parte han hallado interpretaciones conformes a la doctrina católica y al genuino sentir de nuestros mayores, y de otra parecen haberse al mismo tiempo capacitado para resolver las dificultades que las nuevas exploraciones o los nuevos hallazgos suscitaren o las que, para su resolución, dejó la antigüedad a nuestra época. De ahí ha resultado que la credibilidad de la Biblia y su valor histórico, debilitados hasta cierto punto en algunos a causa de tantos ataques, hoy se hallan plenamente restablecidos entre los católicos por completo; y hasta no faltan escritores, aun no católicos, que después de investigaciones emprendidas con sobriedad y ecuanimidad han llegado a abandonar los prejuicios de los modernos para volverse, siquiera en algunos puntos, a las antiguas sentencias. Esta gran mudanza se debe, por lo menos en gran parte, al incansable trabajo con que los expositores católicos de las Sagradas Letras, sin atemorizarse ante dificultades y obstáculos de todo género, han puesto todo su empeño en procurar que de todo cuanto las investigaciones de la erudición moderna proporcionaban ya en el campo de la arqueología, ya en el de la historia y la filología, se hiciera un cumplido uso para la solución de las nuevas cuestiones que se ofrecían.
24. Nadie, pues, se admire de que todavía no se hayan vencido y resuelto todas las dificultades, y de que aun queden hoy graves cuestiones que agitan no poco la mente de los exegetas católicos. Más no hay que acobardarse por ello; no se olvide que en las humanas disciplinas acontece algo muy semejante a lo que sucede en las cosas naturales que, luego de comenzadas, crecen poco a poco, y sólo después de muchos trabajos se recogen los frutos. Así ha sucedido precisamente en ciertas cuestiones que en los tiempos pasados no habían sido resueltas y estaban como en suspenso, pero, al fin, con el progreso de los estudios han sido felizmente resueltas en nuestros tiempos. Lo cual da esperanza de que también aquéllas, que hoy parecen las más complejas y difíciles, mediante un esfuerzo constante llegarán algún día a quedar plenamente aclaradas. Y si la resolución se retrasare largo tiempo y el feliz éxito no nos sonríe a nosotros, sino que acaso se reserva para los venideros, nadie se irrite por ello, pues justo es que también a nosotros nos toque lo que ya en su tiempo advirtieron los Padres, y principalmente San Agustín (33): que Dios, de intento, sembró de dificultades los Libros Sagrados por él mismo inspirados, así para que nos excitásemos más intensamente a leerlos y a escudriñarlos como para que, al experimentar suavemente los límites de nuestra inteligencia, nos ejercitáramos en la debida humildad. Ni sería tampoco de admirar si en alguna que otra cuestión no se llega nunca a una solución plenamente satisfactoria, porque muchas veces se trata de cosas oscuras y demasiado remotas de nuestro tiempo y experiencia, y también porque la exégesis, como las más graves disciplinas, puede tener sus secretos que, inaccesibles a nuestros entendimientos, con ningún esfuerzo logremos - los hombres- descubrir.
25. Pero en tal estado las cosas, el intérprete católico, llevado de un fervoroso amor a su profesión y de una sincera devoción a la Santa Madre Iglesia, jamás debe abstenerse de acometer una y otra vez las cuestiones difíciles no resueltas, no sólo para rebatir lo que opongan los adversarios, sino también para intentar una solución que concuerde fielmente con la doctrina de la Iglesia y principalmente con lo que ella enseña acerca de la absoluta inmunidad de todo error en las Sagradas Escrituras, y que satisfaga también debidamente a las conclusiones ciertas de las disciplinas profanas. Y tengan presente todos los hijos de la Iglesia que los conatos de esos valientes operarios de la viña del Señor deben juzgarlos no sólo con justicia y ecuanimidad, sino también con suma caridad, y deben estar muy lejos de aquel celo no muy prudente que pretende se haya de rechazar todo lo nuevo por nuevo o tenerle a lo menos por sospechoso. Y tengan, en primer lugar, ante los ojos que en las normas y leyes dadas por la Iglesia se trata de la doctrina tocante a las cosas de fe y costumbres, y que de lo mucho que en los Libros Sagrados, legales, históricos, sapienciales y proféticos se contiene, son muy pocas las cosas cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia y no son tampoco más aquellas en que unánimemente convienen los Padres. Quedan, pues, muchas y muy graves cosas en cuyo examen y exposición puede y debe ejercitarse libremente el ingenio y la agudeza de los intérpretes católicos, para la utilidad de todos, para un adelantamiento cada día mayor de la doctrina sagrada, para la defensa y el honor de la Iglesia. Esta es la verdadera libertad de los hijos de Dios, el mantener fielmente la doctrina de la Iglesia y el recibir como un don de Dios, con gratitud, y aprovechar todo cuanto los conocimientos profanos aporten. Esta libertad, por el fervor de todos exaltada y mantenida, es condición y fuente de todo genuino fruto y de todo progreso sólido en la ciencia católica, como preclaramente lo amonesta Nuestro Predecesor León XIII, cuando dice: Si no queda a salvo la unión de los ánimos y si no se ponen a seguro los principios, no podrán esperarse grandes frutos para el progreso de esta disciplina ni aun del entusiasta estudio colectivo de muchos (34).

cuestiones más difíciles
23. Por la tan avanzada exploración de las antigüedades orientales de que hemos hablado, por la más cuidadosa investigación de los mismos textos originales, por un más amplio y diligente conocimiento de las lenguas bíblicas y de todas las otras orientales, felizmente, con el auxilio de Dios, se ha logrado que no pocas cuestiones que, en tiempo de Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, suscitaban los críticos ajenos a la Iglesia y hasta hostiles a ella contra la autenticidad, antigüedad, integridad y fidelidad histórica de los Libros Sagrados, hoy han quedado eliminadas y resueltas. Los exegetas católicos, usando rectamente las mismas armas de la ciencia, de que no pocas veces abusaban los adversarios, de una parte han hallado interpretaciones conformes a la doctrina católica y al genuino sentir de nuestros mayores, y de otra parecen haberse al mismo tiempo capacitado para resolver las dificultades que las nuevas exploraciones o los nuevos hallazgos suscitaren o las que, para su resolución, dejó la antigüedad a nuestra época. De ahí ha resultado que la credibilidad de la Biblia y su valor histórico, debilitados hasta cierto punto en algunos a causa de tantos ataques, hoy se hallan plenamente restablecidos entre los católicos por completo; y hasta no faltan escritores, aun no católicos, que después de investigaciones emprendidas con sobriedad y ecuanimidad han llegado a abandonar los prejuicios de los modernos para volverse, siquiera en algunos puntos, a las antiguas sentencias. Esta gran mudanza se debe, por lo menos en gran parte, al incansable trabajo con que los expositores católicos de las Sagradas Letras, sin atemorizarse ante dificultades y obstáculos de todo género, han puesto todo su empeño en procurar que de todo cuanto las investigaciones de la erudición moderna proporcionaban ya en el campo de la arqueología, ya en el de la historia y la filología, se hiciera un cumplido uso para la solución de las nuevas cuestiones que se ofrecían.
24. Nadie, pues, se admire de que todavía no se hayan vencido y resuelto todas las dificultades, y de que aun queden hoy graves cuestiones que agitan no poco la mente de los exegetas católicos. Más no hay que acobardarse por ello; no se olvide que en las humanas disciplinas acontece algo muy semejante a lo que sucede en las cosas naturales que, luego de comenzadas, crecen poco a poco, y sólo después de muchos trabajos se recogen los frutos. Así ha sucedido precisamente en ciertas cuestiones que en los tiempos pasados no habían sido resueltas y estaban como en suspenso, pero, al fin, con el progreso de los estudios han sido felizmente resueltas en nuestros tiempos. Lo cual da esperanza de que también aquéllas, que hoy parecen las más complejas y difíciles, mediante un esfuerzo constante llegarán algún día a quedar plenamente aclaradas. Y si la resolución se retrasare largo tiempo y el feliz éxito no nos sonríe a nosotros, sino que acaso se reserva para los venideros, nadie se irrite por ello, pues justo es que también a nosotros nos toque lo que ya en su tiempo advirtieron los Padres, y principalmente San Agustín (33): que Dios, de intento, sembró de dificultades los Libros Sagrados por él mismo inspirados, así para que nos excitásemos más intensamente a leerlos y a escudriñarlos como para que, al experimentar suavemente los límites de nuestra inteligencia, nos ejercitáramos en la debida humildad. Ni sería tampoco de admirar si en alguna que otra cuestión no se llega nunca a una solución plenamente satisfactoria, porque muchas veces se trata de cosas oscuras y demasiado remotas de nuestro tiempo y experiencia, y también porque la exégesis, como las más graves disciplinas, puede tener sus secretos que, inaccesibles a nuestros entendimientos, con ningún esfuerzo logremos - los hombres- descubrir.
25. Pero en tal estado las cosas, el intérprete católico, llevado de un fervoroso amor a su profesión y de una sincera devoción a la Santa Madre Iglesia, jamás debe abstenerse de acometer una y otra vez las cuestiones difíciles no resueltas, no sólo para rebatir lo que opongan los adversarios, sino también para intentar una solución que concuerde fielmente con la doctrina de la Iglesia y principalmente con lo que ella enseña acerca de la absoluta inmunidad de todo error en las Sagradas Escrituras, y que satisfaga también debidamente a las conclusiones ciertas de las disciplinas profanas. Y tengan presente todos los hijos de la Iglesia que los conatos de esos valientes operarios de la viña del Señor deben juzgarlos no sólo con justicia y ecuanimidad, sino también con suma caridad, y deben estar muy lejos de aquel celo no muy prudente que pretende se haya de rechazar todo lo nuevo por nuevo o tenerle a lo menos por sospechoso. Y tengan, en primer lugar, ante los ojos que en las normas y leyes dadas por la Iglesia se trata de la doctrina tocante a las cosas de fe y costumbres, y que de lo mucho que en los Libros Sagrados, legales, históricos, sapienciales y proféticos se contiene, son muy pocas las cosas cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia y no son tampoco más aquellas en que unánimemente convienen los Padres. Quedan, pues, muchas y muy graves cosas en cuyo examen y exposición puede y debe ejercitarse libremente el ingenio y la agudeza de los intérpretes católicos, para la utilidad de todos, para un adelantamiento cada día mayor de la doctrina sagrada, para la defensa y el honor de la Iglesia. Esta es la verdadera libertad de los hijos de Dios, el mantener fielmente la doctrina de la Iglesia y el recibir como un don de Dios, con gratitud, y aprovechar todo cuanto los conocimientos profanos aporten. Esta libertad, por el fervor de todos exaltada y mantenida, es condición y fuente de todo genuino fruto y de todo progreso sólido en la ciencia católica, como preclaramente lo amonesta Nuestro Predecesor León XIII, cuando dice: Si no queda a salvo la unión de los ánimos y si no se ponen a seguro los principios, no podrán esperarse grandes frutos para el progreso de esta disciplina ni aun del entusiasta estudio colectivo de muchos (34).

5) las Sagradas Escrituras, en la instrucción de los fieles
26. Quien considere la ingente labor que por espacio de casi dos mil años se ha echado sobre sí la exégesis católica para que la palabra de Dios, llegada a los hombres por las Sagradas Escrituras, cada día más perfecta y plenamente se entienda y con más vehemente amor se ame, fácilmente se persuadirá de que a los fieles cristianos, y sobre todo a los sacerdotes, incumbe el grave deber de usar copiosa y santamente aquel tesoro acumulado durante tanto tiempo por lo sumos ingenios; porque no dio a los hombres los Libros Sagrados para satisfacer su curiosidad o para facilitarles materias de estudio e investigación, sino, como advierte el Apóstol, para que los divinos oráculos pudieran instruir para la salvación por la fe en Cristo Jesús, para que el hombre de Dios sea perfecto, apercibido para toda buena obra (35). Por lo tanto, los sacerdotes, obligados por oficio a procurar la salud eterna de las almas, después de recorrer ellos mismos con diligente estudio las sagradas páginas, después de hacerlas suyas por la oración y la meditación, deben exponer celosamente al pueblo estas soberanas riquezas de la divina palabra en sermones, homilías y exhortaciones; confirmar la doctrina cristiana con sentencias tomadas de los Libros Sagrados; ilustrarla con preclaros ejemplos de la historia sagrada, sobre todo del Evangelio de Cristo nuestro Señor; y todo esto, evitando con cuidado y diligencia aquellos sentidos acomodaticios que sugiere el propio individual arbitrio y se toman de cosas muy ajenas al asunto: esto no es usar, sino abusar, de la divina palabra. Expónganlo con tanta elocuencia, con tanta distinción y claridad, que los fieles no sólo se muevan y enciendan a ordenar rectamente su vida, sino a concebir una suma veneración hacia la Sagrada Escritura. Por lo demás, procuren los Prelados acrecentar y perfeccionar cada día más esta veneración en los fieles a ellos encomendados, promoviendo cuanto emprendan aquellos varones, que, llenos de espíritu apostólico, laudablemente procuran excitar y fomentar entre los católicos el conocimiento y el amor de las Sagradas Escrituras. Fomenten, pues, y ayuden a las asociaciones piadosas, cuyo propósito sea difundir, entre los fieles, ejemplares de las Sagradas Escrituras principalmente de los Evangelios, y procurar con todo ahínco que se haga bien y santamente su cotidiana lectura en las familias cristianas: recomienden eficazmente de palabra y de obra, cuando las leyes litúrgicas lo permitan, las Sagradas Escrituras, que hoy, con la aprobación de la autoridad de la Iglesia, se hallan traducidas a lenguas vulgares; y tengan ellos, o hagan que las tengan otros sagrados oradores muy peritos, disertaciones o lecciones públicas en asuntos bíblicos. Todos los sagrados ministros den su ayuda, en la medida de sus fuerzas, a las revistas periódicas que con tanta loa y fruto se publican en varias partes del orbe, ya para tratar y exponer científicamente estas cuestiones, ya para acomodar los frutos de estas investigaciones, bien al sagrado ministerio, bien a la utilidad de los fieles, y divúlguenlas convenientemente entre los varios órdenes y clases de su grey. Y estén bien persuadidos todos los sagrados ministros de que todo esto y todo lo demás que, a este propósito, invente el celo apostólico y el amor a la divina palabra, ha de ser para ellos mismos un auxiliar eficaz en su apostolado junto a las almas.
27. Pero a nadie se le oculta que todo esto no pueden hacerlo bien los sacerdotes, si ellos antes, durante su permanencia en el Seminario, no han bebido este activo y perenne amor a la Sagrada Escritura. Por lo tanto, velen con diligencia los Prelados, a quienes incumbe el paternal cuidado de sus Seminarios, para que tampoco en esto se omita nada de cuanto pueda conducir a la consecución de este fin. Y los profesores de Sagrada Escritura den en los Seminarios toda la enseñanza bíblica, de tal manera, que armen a los jóvenes, que se forman para el sacerdocio y para el ministerio de la divina palabra, con el conocimiento y el amor de las Divinas Letras, pues sin ellas no se pueden obtener frutos abundantes de apostolado. Por lo cual, la exposición exegética ha de ser principalmente teológica, evitando inútilmente disputas y omitiendo todo aquello que sea fuente de vana curiosidad más bien que fomento de verdadera doctrina y de piedad sólida; propongan el sentido llamado literal, y principalmente el teológico, con tanta solidez, explíquenlo con tanta maestría, incúlquenlo con tal fervor, que sus alumnos lleguen a experimentar en cierto modo lo mismo que los discípulos de Jesucristo cuando, yendo a Emaús, al oír las palabras del Maestro, exclamaron: ¿No ardía, en verdad, nuestro corazón en nosotros mientras nos explicaba las Escrituras? (36).
De este modo serán las Divinas Letras para los futuros sacerdotes de la Iglesia pura y perenne fuente de vida espiritual para cada uno, así como alimento y robustez del sagrado ministerio de la predicación que sobre sí han de tomar. Y si en verdad llegaren los profesores de esta gravísima disciplina a conseguir esto en los Seminarios, con santa alegría tengan la persuasión de haber contribuido grandemente a la salud de las almas, al adelantamiento de la causa católica, al honor y gloria de Dios, cumpliendo con ello una labor íntimamente unida a los deberes del apostolado.
28. Todo esto que hemos dicho, Venerables Hermanos y amados hijos, si bien es en todo tiempo necesario, urge sin duda mucho más en los luctuosos nuestros, cuando pueblos y naciones se sumergen casi todos en un piélago de calamidades, mientras la dura guerra acumula ruinas sobre ruinas, muertes sobre muertes, y cuando, excitados hasta la exacerbación los mutuos odios de los pueblos, con sumo dolor vemos que en no pocos se extingue no ya el sentimiento de la cristiana benignidad y caridad, sino aun el de la misma humanidad.
A estas mortales heridas de la humana convivencia, ¿quién podrá poner remedio sino sólo Aquel a quien el Príncipe de los Apóstoles, lleno de amor y confianza, invoca con estas frases: ¿A quién iremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna (37). Luego es necesario que por todos los medios trabajemos para hacer que todos vuelvan a este nuestro misericordiosísimo Redentor, pues El es el divino consolador de los afligidos; El quien a todos - ya presidan con pública autoridad, ya estén sujetos con el deber de la obediencia y la sumisión- enseña la verdadera probidad, la íntegra justicia y la caridad generosa; El, en fin, y sólo El, quien puede ser fundamento y defensa de la paz y la tranquilidad. Pues nadie puede poner otro fundamento fuera del que puesto está, que es Cristo Jesús (38). Y a este Cristo, autor de la salud, tanto más plenamente le conocerán los hombres, tanto más intensamente le amarán, tanto más fielmente le imitarán, cuanto más movidos se sientan al conocimiento y a la meditación de las Sagradas Escrituras, principalmente del Nuevo Testamento.
Pues, como dice San Jerónimo: Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo (39), y si algo hay en esta vida que sostenga al varón prudente y le persuada a permanecer ecuánime entre las apreturas y tormentas del mundo, creo que más que todo es la meditación y la ciencia de las Escrituras (40). Porque de ellas sacarán, los que se ven fatigados y oprimidos por la adversidad y la desgracia, verdaderos consuelos y divina virtud para padecer y sufrir con paciencia; en ellas - en los Santos Evangelios- se nos muestra a todos Jesús, sumo y acabado ejemplar de justicia, de caridad y de misericordia, y se le abren al género humano, desgarrado y trepidante, las fuentes de aquella divina gracia, preterida la cual y desconocida, no podrán los pueblos ni sus directores iniciar ni establecer la tranquilidad de los Estados ni la concordia de los espíritus; en ellas finalmente, todos aprenderán a conocer a Cristo que es la Cabeza de todo principado y potestad (41) y que se ha hecho para nosotros sabiduría de Dios y justicia y santificación y redención (42).
a los cultivadores de estudios bíblicos
29. Expuestas, pues, y recomendadas estas cosas referentes a la necesidad de adaptar los estudios escriturísticos a las necesidades del día, resta ya, Venerables Hermanos y amados hijos, no sólo felicitar con ánimo paternal a todos y cada uno de los devotos hijos de la Iglesia que fielmente siguen su doctrina y obedecen sus normas, por haber sido llamados y elegidos a cargo tan excelso, sino alentarlos también a que con fuerzas cada día renovadas sigan con todo empeño y cuidado cumpliendo la obra felizmente comenzada. Cargo excelso decimos; pues ¿qué cosa hay más sublime que escudriñar, explicar, exponer a los fieles y defender contra los infieles la palabra misma de Dios, dada a los hombres por inspiración del Espíritu Santo? Con este espiritual alimento se nutre el alma misma del intérprete para memoria de la fe, para consuelo de la esperanza, para exhortación a la caridad (43).
Vivir entre esto, meditar esto, no querer saber sino esto, buscar sólo esto, ¿no os parece ya como un oasis - aún aquí, en la tierra- del reino de los cielos? (44). Apaciéntense también con este mismo alimento las almas de los fieles y de ahí saque cada uno el conocimiento y el amor de Dios, el bien y la felicidad de su propia alma. Entréguense, pues, con todo corazón a esto los expositores de la divina palabra. Oren para entender (45): trabajen para penetrar cada día más profundamente en los secretos de las sagradas páginas; enseñen y prediquen para abrir a los demás los tesoros de la palabra de Dios. Lo que en los pasados siglos llevaron a cabo con fruto aquellos preclaros intérpretes de las Sagradas Escrituras, lo emulen según sus fuerzas los del día, de manera que, como en los tiempos pasados, también hoy la Iglesia tenga doctores eximios en exponer las Sagradas Escrituras, y los fieles de Cristo, gracias al trabajo y al esfuerzo de aquéllos, perciban toda la luz, toda la fuerza persuasiva y todo el gozo de las Sagradas Escrituras. Y en esta labor, ardua y grave en verdad, tengan ellos también por consuelo los Libros Santos (46), y acuérdense de la retribución que les aguarda, pues los sabios brillarán como
 

Concilio Vaticano II
Miguel el 15-09-2007, 17:44 (UTC)
 
CONCILIO VATICANO II
CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA DEI VERBUM
SOBRE LA DIVINA REVELACIÓN


PROEMIO


1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola confiadamente, hace cuya la frase de San Juan, cuando dice: "Os anunciamos la vida terna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn., 1,2-3). Por tanto siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.


CAPÍTULO I

LA REVELACIÓN EN SÍ MISMA


Naturaleza y objeto de la revelación

2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación

Preparación de la revelación evangélica

3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio.

En Cristo culmina la revelación

4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, "últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo". Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre enviado, a los hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13).

La revelación hay que recibirla con fe

5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad", y asistiendo voluntariamente a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.

Las verdades reveladas

6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana".

Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay que atribuir a Su revelación "el que todo lo divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano.


CAPITULO II

TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

Los Apóstoles y sus sucesores, heraldos del Evangelio

7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios sumo, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, lo completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por los Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la salvación.

Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles su propio cargo del magisterio". Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn., 3,2).

La Sagrada Tradición

8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.

Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.

Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16).

Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura

9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.

Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el Magisterio

10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.

Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.

Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.


CAPÍTULO III

INSPIRACIÓN DIVINA DE LA SAGRADA ESCRITURA
Y SU INTERPRETACIÓN

Se establece el hecho de la inspiración
y de la verdad de la Sagrada Escritura

11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.

Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras que nuestra salvación. Así, pues, "toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena" (2 Tim., 3,16-17).

Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura

12. Habiendo, pues, hablando dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.

Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a "los géneros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres.

Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Por que todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios.

Condescendencia de Dios

13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la santidad de Dios, la admirable "condescendencia" de la sabiduría eterna, "para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza". Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.


CAPÍTULO IV

EL ANTIGUO TESTAMENTO

La historia de la salvación consignada
en los libros del Antiguo Testamento

14. Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el género humano, con singular favor se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto con Abraham y con el pueblo de Israel por medio de Moisés, de tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido como el único Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran los caminos de Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los Profetas, los entendió más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes.

La economía, pues, de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza, fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza" (Rom. 15,4).

Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos

15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico. mas los libros del Antiguo Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo. Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra salvación.

Unidad de ambos Testamentos

16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre, no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.



CAPÍTULO V

EL NUEVO TESTAMENTO


Excelencia del Nuevo Testamento

17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree, se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo, El, el único que tiene palabras de vida eterna. pero este misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo, para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne y divino.

Origen apostólico de los Evangelios

18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.

La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Carácter histórico de los Evangelios

19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. los Apóstoles,, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4).

Los restantes escritos del Nuevo Testamento

20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene también las cartas de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador dela obra divina de Cristo, y se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su gloriosa consumación.

El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido y les envió el Espíritu Consolador, para que los introdujera en la verdad completa (cf. Jn., 16,13).



CAPÍTULO VI

LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA


La Iglesia venera las Sagradas Escrituras

21. la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.

Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados".

Se recomiendan las traducciones bien cuidadas

22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso ala Sagrada Escritura. Por ello la Iglesia ya desde sus principios, tomó como suya la antiquísima versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y conserva siempre con honor otras traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Pero como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos primitivos de los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con el beneplácito de la Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la colaboración de los hermanos separados, podrán usarse por todos los cristianos.

Deber de los católicos doctos

23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse, de día en día, a la más profunda inteligencia de las Sagradas Escrituras, para alimentar sin desfallecimiento a sus hijos con la divina enseñanzas; por lo cual fomenta también convenientemente el estudio de los Santos Padres, tanto del Oriente como del Occidente, y de las Sagradas Liturgias.

Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma que el mayor número posible de ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al Pueblo de Dios el alimento de las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios.

El Sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios bíblicos, para que la obra felizmente comenzada, renovando constantemente las fuerzas, la sigan realizando con todo celo, según el sentir de la Iglesia.

Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología

24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.

Se recomienda la lectura asidua de la Sagrada Escritura

25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina.

De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo", con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo". Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas.

Incumbe a los prelados, "en quienes está la doctrina apostólica, instruir oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios por medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro y provechosamente con las Sagradas Escrituras y se penetren de su espíritu.

Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas convenientes, para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado divulgarlas como puedan con toda habilidad.

Epílogo

26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra de Dios se difunda y resplandezca" y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la palabra de Dios que "permanece para siempre" (Is., 40,8; cf. 1 Pe., 1,23-25).

Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución Dogmática han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.


Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica.






CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA

LUMEN GENTIUM

SOBRE LA IGLESIA



CAPÍTULO I

EL MISTERIO DE LA IGLESIA

1. Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre el haz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16,15). Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano,insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal.

Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo.

La voluntad del Padre Eterno
sobre la salvación universal

2. El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, "que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col. 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre "los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rom., 8,19). Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que fue ya prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento, constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, "desde Abel el justo hasta el último elegido", se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal.

Misión y obra del Hijo

3. Vino, pues, el Hijo, enviado por el Padre, que nos eligió en El antes de la creación del mundo, y nos predestinó a la adopción de hijos, porque en El se complació restaurar todas las cosas (cfr. Ef., 1,4-5, 10). Cristo, pues, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio, y efectuó la redención con su obediencia. La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Comienzo y expansión manifestada de nuevo tanto por la sangre y el agua que manan del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn., 19,34), cuanto por las palabras de Cristo alusivas a su muerte en la cruz: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn., 12,32). Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado ( 1Cor., 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención. Al propio tiempo, en el sacramento del pan eucarístico se representa y se produce la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo (cf. 1Cor., 10,17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos.

El Espíritu santificador de la Iglesia

4. Consumada, pues, la obra, que el Padre confió el Hijo en la tierra (cf. Jn., 17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef., 2,18). El es el Espíritu de la vida, o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn., 4,14; 7,38-39), por quien vivifica el Padre a todos los hombres muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (cf. Rom., 8-10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (1Cor., 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (cf. Gal., 4,6; Rom., 8,15-16,26). Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (cf. Ef., 4, 11-12; 1Cor., 12-4; Gal., 5,22), a la que guía hacía toda verdad (cf. Jn., 16,13) y unifica en comunión y ministerio. Hace rejuvenecer a la Iglesia por la virtud del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: "¡Ven!" (cf. Ap., 22,17). Así se manifiesta toda la Iglesia como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

El reino de Dios

5. El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a su Iglesia predicando la buena nueva, es decir, el Reino de Dios, prometido muchos siglos antes en las Escrituras: "Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el Reino de Dios" (Mc., 1,15; cf. Mt., 4,17). Ahora bien, este Reino comienza a manifestarse como una luz delante de los hombres, por la palabra, por las obras y por la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla, depositada en el campo (Mc., 4,14): quienes la reciben con fidelidad y se unen a la pequeña grey (Lc., 12,32) de Cristo, recibieron el Reino; la semilla va germinando poco a poco por su vigor interno, y va creciendo hasta el tiempo de la siega (cf. Mc., 4,26-29). Los milagros, por su parte, prueban que el Reino de Jesús ya vino sobre la tierra: "Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc., 11,20; cf. Mt., 12,28). Pero, sobre todo, el Reino se manifiesta en la Persona del mismo Cristo, Hijo del Hombre, que vino "a servir, y a dar su vida para redención de muchos" (Mc., 10,45).

Pero habiendo resucitado Jesús, después de morir en la cruz por los hombres, apareció constituido para siempre como Señor, como Cristo y como Sacerdote (cf. Act., 2,36; Hebr., 5,6; 7,17-21), y derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Act., 2,33). Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador, observando fielmente sus preceptos de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino. Ella en tanto, mientras va creciendo poco a poco, anhela el Reino consumado, espera con todas sus fuerzas,y desea ardientemente unirse con su Rey en la gloria.

Las varias figuras de la Iglesia

6. Del mismo modo que en el Antiguo Testamento la revelación del Reino se propone muchas veces bajo figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta también bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales que ya se vislumbran en los libros de los profetas.

La Iglesia es, pues, un "redil", cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn., 10,1-10). Es también una grey, cuyo Pastor será el mismo Dios, según las profecías (cf. Is., 40,11; Ez., 34,11ss), y cuyas ovejas aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores (cf. Jn., 10,11; 1Pe., 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn., 10,11-16).

La Iglesia es "agricultura" o labranza de Dios (1Cor., 3,9). En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarca,s en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom., 11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt., 21,33-43; cf. Is., 5,1ss). La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos vinculados a El por medio de la Iglesia y sin El nada podemos hacer (Jn., 15,1-5).

Muchas veces también la Iglesia se llama "edificación" de Dios (1Cor., 3,9). El mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los constructores, pero que fue puesta como piedra angular (Mt., 21,42; cf. Act., 4,11; 1 Pe., 2,7; Sal., 177,22). Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cf. 1Cor., 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tim., 3,15), en que habita su "familia", habitación de Dios en el Espíritu (Ef., 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap., 21,3) y, sobre todo, "templo" santo, que los Santos Padres celebran representado en los santuarios de piedra, y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva Jerusalén. Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras vivas (1Pe., 2,5). San Juan, en la renovación del mundo contempla esta ciudad bajando del cielo, del lado de Dios ataviada como una esposa que se engalana para su esposo (Ap., 21,1ss).

La Iglesia, que es llamada también "la Jerusalén de arriba" y madre nuestra (Gal., 4,26; cf. Ap., 12,17), se representa como la inmaculada "esposa" del Cordero inmaculado (Ap., 19,1; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo "amó y se entregó por ella, para santificarla" (Ef., 5,26), la unió consigo con alianza indisoluble y sin cesar la "alimenta y abriga" (cf. Ef., 5,24), a la que, por fin, enriqueció para siempre con tesoros celestiales, para que podamos comprender la caridad de Dios y de Cristo para con nosotros que supera toda ciencia (cf. Ef., 3,19). Pero mientras la Iglesia peregrina en esta tierra lejos del Señor (cf. 2Cor., 5,6), se considera como desterrada, de forma que busca y piensa las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con Cristo en Dios hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (cf. Col., 3,1-4).

La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo

7. El Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (cf. Gal., 6,15; 2Cor., 5,17), superando la muerte con su muerte y resurrección. A sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente como su cuerpo, comunicándoles su Espíritu.

La vida de Cristo en este cuerpo se comunica a los creyentes, que se unen misteriosa y realmente a Cristo, paciente y glorificado, por medio de los sacramentos. Por el bautismo nos configuramos con Cristo: "Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu" (1Cor., 12,13). Rito sagrado con que se representa y efectúa la unión con la muerte y resurrección de Cristo: "Con El hemos sido sepultados por el bautismo, par participar en su muerte", mas si "hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom., 6,4-5). En la fracción del pan eucarístico, participando realmente del cuerpo del Señor, nos elevamos a una comunión con El y entre nosotros mismos. "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1Cor., 10,17). Así todos nosotros quedamos hechos miembros de su cuerpo (cf. 1Cor., 12,27), "pero cada uno es miembro del otro" (Rom., 12,5).

Pero como todos los miembros del cuerpo humano, aunque sean muchos, constituyen un cuerpo, así los fieles en Cristo (cf. 1Cor., 12,12). También en la constitución del cuerpo de Cristo hay variedad de miembros y de ministerios. Uno mismo es el Espíritu que distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia, según sus riquezas y la diversidad de los ministerios (cf. 1Cor., 12,1-11). Entre todos estos dones sobresale la gracia de los apóstoles, a cuya autoridad subordina el mismo Espíritu incluso a los carismáticos (cf. 1Cor., 14). Unificando el cuerpo, el mismo Espíritu por sí y con su virtud y por la interna conexión de los miembros, produce y urge la caridad entre los fieles. Por tanto, si un miembro tiene un sufrimiento, todos los miembros sufren con el; o si un miembro es honrado, gozan juntamente todos los miembros (cf. 1Cor., 12,26).

La cabeza de este cuerpo es Cristo. El es la imagen del Dios invisible, y en El fueron creadas todas las cosas.. El es antes que todos, y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. El es el principio, el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas (cf. Col., 1,5-18). El domina con la excelsa grandeza de su poder los cielos y la tierra y lleva de riquezas con su eminente perfección y su obra todo el cuerpo de su gloria (cf. Ef., 1,18-23).

Es necesario que todos los miembros se asemejen a El hasta que Cristo quede formado en ellos (cf. Gal., 4,19). Por eso somos asumidos en los misterios de su vida, conformes con El, consepultados y resucitados juntamente con El, hasta que reinemos con El (cf. Fil., 3,21; 2Tim., 2,11; Ef., 2,6; Col., 2,12 etc). Peregrinos todavía sobre la tierra siguiendo sus huellas en el sufrimiento y en la persecución, nos unimos a sus dolores como el cuerpo a la Cabeza, padeciendo con El, para ser con el glorificados (cf. Rom., 8,17).

Por El "el cuerpo entero, alimentado y trabado por las coyunturas y ligamentos, crece con crecimiento divino" (Col., 2,19). El dispone constantemente en su cuerpo, es decir, en la Iglesia, los dones de los servicios por los que en su virtud nos ayudamos mutuamente en orden a la salvación, para que siguiendo la verdad en la caridad, crezcamos por todos los medios en El, que es nuestra Cabeza (cf. Ef., 4,11-16).

Mas para que incesantemente nos renovemos en El (cf. Ef., 4,23), nos concedió participar en su Espíritu, que siendo uno mismo en la Cabeza y en los miembros, de tal forma vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo, que su operación pudo ser comparada por los Santos Padres con el servicio que realiza el principio de la vida, o el alma, en el cuerpo humano.

Cristo, en verdad, ama a la Iglesia como a su propia Esposa, como el varón que amando a su mujer ama su propio cuerpo (cf. Ef., 5,25-28); pero la Iglesia , por su parte, está sujeta a su Cabeza (Ef., 5,23-24). "Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col., 2,9), colma de bienes divinos a la Iglesia, que es su cuerpo y su plenitud (cf. Ef., 1,22-23), para que ella anhele y consiga toda la plenitud de Dios (cf. Ef., 3,19).

La Iglesia visible y espiritual a un tiempo

8. Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante a la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (cf. Ef., 4,16).

Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, la que nuestro Salvador entregó después de su resurrección a Pedro para que la apacentara (Jn., 24,17), confiándole a él y a los demás apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt., 28,18), y la erigió para siempre como "columna y fundamento de la verdad" (1Tim., 3,15). Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, aunque pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica.

Pero como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es la llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo Jesús, "existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo" (Fil., 2,69), y por nosotros, "se hizo pobre, siendo rico" (2Cor., 8,9); así la Iglesia, aunque el cumplimiento de su misión exige recursos humanos, no está constituida para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la abnegación incluso con su ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a "evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos" (Lc., 4,18), "para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc., 19,10); de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Hebr., 7,26), no conoció el pecado (2Cor., 5,21), sino que vino sólo a expiar los pecados del pueblo (cf. Hebr., 21,7), la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación.

La Iglesia, "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (cf. 1 Cor., 11,26). Se vigoriza con la fuerza del Señor resucitado, para vencer con paciencia y con caridad sus propios sufrimientos y dificultades internas y externas, y descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor.


CAPÍTULO II

EL PUEBLO DE DIOS

Nueva Alianza y nuevo Pueblo

9. En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cf. Act., 10,35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. "He aquí que llega el tiempo -dice el Señor-, y haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán", afirma el Señor (Jr., 31,31-34). Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1Cor., 11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo (cf. 1Pe., 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn., 3,5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición ... que en un tiempo no era pueblo, y ahora pueblo de Dios" (Pe., 2,9-10).

Ese pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo, "que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación" (Rom., 4,25), y habiendo conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina ahora gloriosamente en los cielos. Tienen por condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar, como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn., 13,34). Tienen últimamente como fin la dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por El mismo al fin de los tiempos cuanto se manifieste Cristo, nuestra vida (cf. Col., 3,4) , y "la misma criatura será libertad de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios" (Rom., 8,21). Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt., 5,13-16).

Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez Iglesia (cf. 2Esdr., 13,1; Núm., 20,4; Deut., 23, 1ss), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente (cf. Hebr., 13,14) se llama también Iglesia de Cristo (cf. Mt., 16,18), porque El la adquirió con su sangre (cf. Act., 20,28), la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera, para todos y cada uno. Rebosando todos los límites de tiempos y de lugares, entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones. Caminando, pues, la Iglesia a través de peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por al fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió, que en la debilidad de la carne no pierde su fidelidad absoluta, sino que persevera siendo digna esposa de su Señor, y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso.

El sacerdocio común

10. Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hebr., 5,1-5), a su nuevo pueblo "lo hizo Reino de sacerdotes para Dios, su Padre" (cf. Ap., 1,6; 5,9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cf. 1Pe., 2,4-10). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (cf. Act., 2,42.47), han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom., 12,1), han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf. 1Pe., 3,15).

El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante.

Ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos

11. La condición sagrada y orgánicamente constituida de la comunidad sacerdotal se actualiza tanto por los sacramentos como por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición. Pero una vez saciados con el cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo de Dios aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo sacramento.

Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen el perdón de la ofensa hecha a Dios por la misericordia de Este, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que,pecando, ofendieron, la cual, con caridad, con ejemplos y con oraciones, les ayuda en su conversión. La Iglesia entera encomienda al Señor, paciente y glorificado, a los que sufren, con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, para que los alivie y los salva (cf. Sant., 5,14-16); más aún, los exhorta a que uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo (Rom., 8,17; Col., 1 24; 2Tim., 2,11-12; 1Pe., 4,13), contribuyan al bien del Pueblo de Dios. Además, aquellos que entre los fieles se distinguen por el orden sagrado, quedan destinados en el nombre de Cristo para apacentar la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios. Por fin, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que manifiestan y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia (Ef., 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos, y, por tanto, tienen en su condición y estado de vida su propia gracia en el Pueblo de Dios (cf. 1Cor., 7,7). Pues de esta unión conyugal procede la familia, en que nacen los nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que por la gracia del Espíritu Santo quedan constituidos por el bautismo en hijos de Dios para perpetuar el Pueblo de Dios en el correr de los tiempos. En esta como Iglesia doméstica, los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada. Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios cada uno por su camino a la perfección de la santidad por la que el mismo Padre es perfecto.

Sentido de la fe y de los carismas en el Pueblo de Dios

12. El pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio, sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el fruto de los labios que bendicen su nombre (cf. Hebr., 13,15). La universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf. 1Jn., 2,20-17) no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando "desde el Obispo hasta los últimos fieles seglares" manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres. Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1Tes., 2,13), se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos (cf. Jds., 3), penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida.

Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a cada uno según quiere" (1Cor., 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1Cor., 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1Tes., 5,19-21).

Universalidad y catolicidad
del único Pueblo de Dios

13. Todos los hombres son llamados a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este Pueblo, siendo uno y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los designios de la voluntad de Dios, que creó en el principio una sola naturaleza humana y determinó congregar en un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos (cf. Jn., 11,52). Para ello envió Dios a su Hijo a quien constituyó heredero universal (cf. Hebr., 1,2), para que fuera Maestro, Rey y Sacerdote nuestro, Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello, por fin, envió al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, que es para toda la Iglesia, y para todos y cada uno de los creyentes, principio de asociación y de unidad en la doctrina de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 2,42).

Así, pues, de todas las gentes de la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe sus ciudadanos, que lo son de un reino, por cierto no terreno, sino celestial. Pues todos los fieles esparcidos por la haz de la tierra comunican en el Espíritu Santo con los demás, y así "el que habita en Roma sabe que los indios son también sus miembros". Pero como el Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn., 18,36), la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino no arrebata a ningún pueblo ningún bien temporal, sino al contrario, todas las facultades, riquezas y costumbres que revelan la idiosincrasia de cada pueblo, en lo que tienen de bueno, las favorece y asume; pero al recibirlas las purifica, las fortalece y las eleva. Pues sabe muy bien que debe asociarse a aquel Rey, a quien fueron dadas en heredad todas las naciones (cf. Sal., 2,8) y a cuya ciudad llevan dones y obsequios (cf. Sal., 71 [72], 10; Is., 60,4-7; Ap., 21,24). Este carácter de universalidad, que distingue al Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por el que la Iglesia católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos sus bienes, bajo Cristo como Cabeza en la unidad de su Espíritu.

En virtud de esta catolicidad cada una de las partes presenta sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada uno de sus elementos se aumentan con todos lo que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo congrega gentes de diversos pueblos, sino que en sí mismo está integrado de diversos elementos, Porque hay diversidad entre sus miembros, ya según los oficios, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos; ya según la condición y ordenación de vida, pues muchos en el estado religioso tendiendo a la santidad por el camino más arduo estimulan con su ejemplo a los hermanos. Además, en la comunión eclesiástica existen Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad, defiende las legítimas variedades y al mismo tiempo procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino incluso cooperen en ella. De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima comunicación de riquezas espirituales, operarios apostólicos y ayudas materiales. Los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la comunicación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del Apóstol: "El don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1Pe., 4,10).

Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz y a ella pertenecen de varios modos y se ordenan, tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios.

Los fieles católicos

14. El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y El, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc., 16,16; Jn., 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta obligada. Por lo cual no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella.

A la sociedad de la Iglesia se incorporan plenamente los que, poseyendo el Espíritu de Cristo, reciben íntegramente sus disposiciones y todos los medios de salvación depositados en ella, y se unen por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión, a su organización visible con Cristo, que la dirige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos. Sin embargo, no alcanza la salvación, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien no perseverando en la caridad permanece en el seno de la Iglesia "en cuerpo", pero no "en corazón". No olviden, con todo, los hijos de la Iglesia que su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una gracia especial de Cristo: y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las obras, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad.

Los catecúmenos que, por la moción del Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, se unen a ella por este mismo deseo; y la madre Iglesia los abraza ya amorosa y solícitamente como a hijos.

Vínculos de la Iglesia con los cristianos no católicos

15. La Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos lo que se honran con el nombre de cristianos, por estar bautizados, aunque no profesan íntegramente la fe, o no conservan la unidad de comunión bajo el Sucesor de Pedro. Pues conservan la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida, y manifiestan celo apostólico, creen con amor en Dios Padre todopoderoso, y en el hijo de Dios Salvador, están marcados con el bautismo, con el que se unen a Cristo, e incluso reconocen y reciben en sus propias Iglesias o comunidades eclesiales otros sacramentos. Muchos de ellos tienen episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen Madre de Dios. Hay que contar también la comunión de oraciones y de otros beneficios espirituales; más aún, cierta unión en el Espíritu Santo, puesto que también obra en ellos su virtud santificante por medio de dones y de gracias, y a algunos de ellos les dio la fortaleza del martirio. De esta forma el Espíritu promueve en todos los discípulos de Cristo el deseo y la colaboración para que todos se unan en paz en un rebaño y bajo un solo Pastor, como Cristo determinó. Para cuya consecución la madre Iglesia no cesa de orar, de esp
 

Animados por el espíritu
Miguel el 15-09-2007, 17:41 (UTC)
 Animados por el Espíritu, anunciar la Palabra de Dios

El evangelio de Mateo termina con el explícito llamado de Jesús a sus discípulos para anunciar el evangelio a todos los pueblos:

"Vayan pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos..."
Mt. 28,19

El libro los Hechos nos recuerda que Jesús permaneció un tiempo con sus discípulos, luego de la Resurrección, preparándolos para esta misión. Movido por el Espíritu, estuvo con ellos, les habló del Reino, y les prometió la presencia del Espíritu Santo para ser testigos de la Buena Noticia.

"Recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra."
Hech. 1, 8

La vida del Espíritu es don y es tarea, regalo gratuito del Padre y obra paciente de la voluntad humana, encuentro entre la vida de Dios y la vida del hombre, los discípulos esperan la venida del Espíritu en oración comunitaria. Reunidos en una casa de familia, los discípulos, junto a otros seguidores de Jesús, y en especial, las mujeres que lo acompañaban, oran para recibir el don prometido. Su testimonio nos recuerda la eficacia de la oración y la necesidad del encuentro de la comunidad, para que el Espíritu se haga presente y actué.

"Todos ellos perseveraban en la oración”.
Hech. 1, 14

En este ambiente, de disposición interior, de apertura y oración, de comunidad fraterna, el Espíritu se manifiesta. Llena a todos los presentes y los capacita para la misión. La vida del Espíritu es para servir al Reino. Si pedimos con insistencia el Padre nos da lo necesario para comunicar su mensaje.

"Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran.
Hech. 2, 4

Todo el libro de los Hechos es un permanente testimonio de la acción del Espíritu Santo en la comunidad. A lo largo de sus páginas se repite la experiencia de la animación misionera, fruto de la vida del Espíritu. La comunidad orante recibe una y otra vez la fuerza de Dios para el anuncio del mensaje de Jesús:


"Terminada la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a anunciar con valentía la Palabra de Dios. "
Hech. 4, 31



Pistas para la animación Bíblica:

El relato del encuentro de Felipe con el etíope es un modelo de animación bíblica.

Guiado por el Espíritu Santo, Felipe:

- Se acerca al etíope... Se aproxima y camina junto a él. Comparte su camino.

- Escucha lo que lee... Primero participa de su situación, su realidad. Comparte su vida.

- Le pregunta... Se interesa por su realidad, busca dar una mano. El etíope le manifiesta su dificultad y lo invita a su lado. Le presenta sus dudas y le pide su ayuda.

- Comenzó a hablar y anunciarle a Jesús, a partir de la Escritura... La Biblia es el punto de partida para el anuncio de Jesús.

- El etíope sé bautizo y prosiguió su camino con el corazón lleno de gozo... El bautismo es el signo de la conversión que produce el encuentro con la Palabra viva. La alegría que brota del interior y llena toda la persona es manifestación del encuentro del sentido, de la verdad, del camino.

- El Espíritu arrebató a Felipe... quien siguió su camino, evangelizando por otros pueblos... El animador se deja llevar por el Espíritu. Su tarea es anunciar con alegría y entrega la Palabra de Dios. Hacerse prójimo de los demás para llevar la Buena Noticia de Jesús.

Para Rezar:

Espíritu de Jesús,
ayúdame a acercarme a los demás.
Enséñame a escuchar antes de hablar.
Muéstrame la manera de compartir la vida,
las alegrías, las tristezas de los otros.
Dame sabiduría, sencillez y claridad
para anunciar tu Palabra con alegría.

Tú eres el guía,
condúceme donde falte la esperanza,
estoy dispuesto para ir donde haga falta;
estoy aquí, en tus manos,
para ser servidos de la Palabra.

Amén




Famirogarcia@yahoo.com.ar



 

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